Durante las dos últimas dos temporadas he pasado por lo que en psicología se conoce como las cinco fases del duelo.
Primera fase: la negación. Repetir hasta la saciedad “esto no puede estar pasando”. Durante esta fase es común rechazar de forma consciente o inconsciente los hechos o la situación en la que una se encuentra. Así me sentía, especialmente al finalizar el partido de vuelta el pasado mes de junio contra el Mallorca.
Durante la segunda fase, la negación deja paso a la ira. Cuando ya no es posible ocultar o seguir negando la realidad, aparece el enfado. De eso sabemos mucho los deportivistas. Cuando digo mucho, es mucho. Que si “directiva dimisión”, que si “Carmelo vete ya”, que si “que se vayan todos”… Cuando nos hieren en lo más profundo, no tenemos reparos en mostrar nuestro carácter.
En tercer lugar, llega el período de negociación, el cual suele tener lugar cuando se desea volver a la vida que se tenía antes. En idioma deportivista, sería aferrarnos a la época dorada en la que nos codeábamos con los grandes de Europa, pero, si os soy sincera, yo me conformo simplemente con no vivir perpetuamente haciendo cálculos para no bajar.
La negociación suele ser la etapa más breve del duelo, ya que se trata del último esfuerzo, el último cartucho para intentar aliviar el dolor.
La depresión es la cuarta fase y reconozco que me identifico mucho con ella. Creo que me he quedado estancada desde que las derrotas empezaron a llegar y el fantasma de Segunda B empezó a llamar a nuestra puerta. Es la fase en la que se siente miedo, tristeza e incertidumbre ante lo que vendrá. Creo que muchos de nosotros seguimos con ese miedo, pese a los cambios recientes.
Por último, llega la etapa de aceptación. Una etapa que, la verdad, llega en el momento adecuado, dados los acontecimientos que están teniendo lugar estas semanas: es hora de hacer las paces con la situación, dándonos la oportunidad de seguir pese a lo ocurrido.
Con la llegada de Fernando Vázquez y la dimisión de la directiva, los Reyes Magos han decidido traernos la primera victoria del año. Lo sé, seguimos con el agua al cuello, pero no puedo evitar pensar que hay luz al final del túnel y que el Dépor no ha zarpado con el barco de nuestro amor y que, entre todos, llegaremos a buen puerto, dejando atrás las fases de un duelo que nunca nos ha pertenecido.