Una entrevista. Fue lo único que necesitó André Gomes para convertir noventa mil pitos, igual es una exageración, en noventa mil aplausos. A menudo, vemos a los futbolistas profesionales, millonarios, extravagantes, alejados del resto de la humanidad, y nos olvidamos de que detrás de cada uno de ellos también se esconde una persona. Ser rico, pobre, famoso u desconocido es una condición que va más allá de ser feliz o infeliz. Uno puede tener todo el dinero del mundo y no ser capaz de conseguir el equilibrio mental. Por la razón que sea. No es habitual ver a un futbolista de élite desnudarse y contar sus intimidades, contar que algo va mal. El jugador portugués lo hizo y, de paso, sirvió de altavoz para una normalidad silenciada: la del futbolista con falta de confianza.
Cuando una persona, en el ámbito que sea, tiene unos objetivos, unas expectativas muy altas, y estas no se cumplen, puede llegar a sentir frustración. Es un tema en el que inciden los psicólogos: a la hora de marcar unas metas, uno no debe perder de vista la realidad y debe conocer los límites personales. Pasa en cualquier sector… Y también en el fútbol profesional. En general, la sociedad tiende a deshumanizar al futbolista y, cierto es, él tampoco hace demasiado porque lo entiendan. Con sueldos millonarios, casas de lujo, miles de focos apuntando… Da la sensación de que tiene que estar siempre feliz, y sin problemas, únicamente centrado en lo deportivo. Pero no siempre es así; los ídolos de carne y hueso también sufren. Lo de ser súper héroes solo pasa en las películas. Más grandes o más pequeños, todos tienen algún quebradero de cabeza que, de vez en cuando, se asoma y les quita el sueño. Coincide con los momentos de dudas e incertidumbre. Y no hay peor lesión. Es tan grave que ni siquiera tiene un tiempo estimado de recuperación. Va con la persona.
Decía Johan Cruyff que “el fútbol se hace con la cabeza y se usan los pies”. Y cuando la primera falla o no está del todo bien, poco u nada pueden hacer los segundos. Convivimos en una sociedad competitiva y ambiciosa. Desde bien pequeño el futbolista rivaliza con sus propios amigos y compañeros de equipo, supera cortes, convocatorias, baches… En resumen, se centra en mejorar y llegar a lo más alto, en superar al prójimo y a sí mismo. Pero casi nunca está conforme, siempre quiere más. Y en esa disyuntiva entre querer y poder, a veces, si algo no sale como desea, se bloquea.
El 31 de agosto, Lucas Pérez firmó su contrato como nuevo jugador del Deportivo. Lo hizo tras un año aciago en Londres y con el objetivo de volver a ser la referencia del equipo de su ciudad. Los 17 goles en su última temporada en A Coruña, el montante económico de la operación… Todo invitaba a pensar que su fichaje iba a ser decisivo. Sin embargo, casi siete meses más tarde, el Dépor es penúltimo y Lucas no acaba de encontrarse.
Con el Mundial en el horizonte, la vuelta a casa sonaba a año tranquilo para el club, estabilidad para el jugador e intento de llamar la atención de Lopetegui. Pero en el fútbol nada es seguro. Y poco o nada se parece hoy en día la realidad a aquellas imaginaciones. Desde bien mediada la temporada, mencionar Rusia es cometer una imprudencia. Queda muy lejos. Lucas no está bien. Así lo reconoció él mismo. “No hay que buscar excusas, si estoy mal, estoy mal”, decía en enero. O “soy el primero que está decepcionado conmigo mismo”, en el día de ayer. En un ambiente tenso como el que se respira en la ciudad herculina en los últimos meses, muchos pitan y apuntan con el dedo al de Monelos. Sería injusto pedir aplausos para un jugador de un equipo, el Deportivo, que apenas ha dado la cara en 28 jornadas de liga. Pero chillarle cada vez que toca un balón no va a mejorar su rendimiento. Todo lo contrario. A veces, no hay que olvidar que los futbolistas también son humanos. Y los primeros interesados en rendir bien. Lucas no utilizó una entrevista, no pidió ayuda, pero en ruedas de prensa, sin demasiado ruido, reconoció una realidad, utilizó el grito de André. Quizás responderle con pitos no sea la mejor solución.