«Fue Moncho Viña el que le comentó que le iban a dar la insignia de oro y brillantes. Y él dijo: «Coño, ídesme meter agora neste follón«. Debe tener algo de miedo a emocionarse». Ahora vive en Madrid, pero la maleta de Xosé Hermida sigue cargada de historias y crónicas de su etapa como corresponsal de El País en Galicia. Y es que él vivió de cerca el ascenso a la gloria del Deportivo, también su desafío a la aristocracia del fútbol nacional y, entre medias, tomó el bisturí para ofrecer al público la disección de una figura clave en aquella epopeya: Arsenio Iglesias.
La mística del extécnico arteixán se mantiene viva. No es posible comprenderlo sin atender a su pasado, al entorno en el cual creció y determinó su peculiar carácter. Para muchos esquivo, pero aferrado constantemente a un sentido del deber que siempre intentó llevar a los vestuarios y que también aplica a sí mismo. «Él tiene un poco esa visión del mundo de aldea en la posguerra, de haber vivido aquellas privaciones cuando era joven, muy vinculado a la ética del sufrimiento, el trabajo y la responsabilidad», detalló Hermida en su conversación con Riazor.org.
Nunca fue extraño ver a Arsenio trotar a orillas del arenal de Barrañán, por donde aún camina a veces. Hay quien podría verlo como un detalle insignificante, pero no. Es un trazo más de una personalidad sencilla, devota de lo hogareño. «Siempre se cuidó. Claro que le gustaba tomarse una copa o fumarse un cigarro, pero tenía una forma de ser muy ascética. Lo relaciono mucho con el lugar donde él se crió, como su pudor a la hora de exhibirse o evidenciar que tenía dinero. Iba con ropa muy modesta y nunca se le vieron grandes coches. Cuando escribí su libro, la mujer me dijo en broma: «¡Dijiste que él iba mal vestido!«».
Este sábado, volverá a ejercer de leyenda sobre el césped de Riazor. Lo hará consciente de la fuerte carga sentimental que conlleva y, previsiblemente, llegando al estadio por un trayecto distinto al que empleó en otras ocasiones. «Nunca le gustó mucho la vida social. Cuando dejó de entrenar al Dépor, él iba a ver el fútbol y se metía por la playa para esquivar a la gente. Después subía por las escaleras de las Esclavas», concreta el periodista boirense. No parece hoy el día que su vida deje de arrojar anécdotas amables, pese a que su carrera en los banquillos le granjeó más de un disgusto. Por ejemplo, en la capital.
«Ahí se juntaron varias cosas», comienza Hermida. «Él sustituye a Jorge Valdano, un tipo joven, con glamour, vestido con trajes modernos. Arsenio era lo contrario. El equipo estaba en demolición y a los dos meses ya vio que no había manera de levantarlo. Se sintió vulnerable y lo pasó mal», relata. En torno al club y a su vorágine autodestructiva, el cuarto poder: «Ya el primer día tuvo un follón sobre con quién entraba: si con De La Morena o con José María García. ¡Y él se llevaba bien con los dos! No estaba muy acostumbrado y se ponía muy nervioso al lidiar con la presión mediática de un equipo como el Madrid».
Fue la penúltima vez que se asomó a un área técnica, que holló simbólicamente una ocasión más con la selección gallega tiempo después. «Ya había decidido dejar el fútbol, pero lo hizo para satisfacer un poco una asignatura pendiente que él tenía. Hubo un momento en los años 70 que estuvo a punto de irse al Real Madrid, cuando estaba Manuel Fernández Trigo como gerente». De allí regresó desencantado, exhausto: «No estaba acostumbrado a tratar con divos como los que había allí y al final estaba contando los días para volver a casa». No volvió a irse, y lo agradecieron sus pulsaciones, siempre al límite. Será este fin de semana, por diferente y buen motivo, cuando se reactiven.