El pasado lunes, la afición del Rayo Vallecano tributaba un más que merecido homenaje a una de las leyendas que ha dado el conjunto franjirrojo: Michel.
El acto, cargado de emotividad e ilusión, nació de la afición, sin que el club tuviera nada que ver. A él acudieron jugadores de la actual primera plantilla, ex compañeros, canteranos, entrenadores y mucha gente ligada al mundo del fútbol. Michel no ha logrado títulos en su etapa profesional, pero ese homenaje demuestra que, por encima de los trofeos, se encuentra el sentimiento y el poso que un jugador puede llegar a dejar en una hinchada.
En el acto mi mente se evadía de vez en cuando hacia tierras coruñesas. Por posición, temporadas en el primer equipo, y algún que otro paralelismo profesional, la carrera de Michel me recuerda a la de Fran. Hay diferencias, ya que el 10 blanquiazul jamás vistió otra camiseta y levantó títulos con la zamarra del Dépor. Sin embargo, su despedida del club y la afición no se corresponde con las grandes tardes de fútbol que dejó en Riazor.
Esto me lleva a reflexionar sobre el tema. Michel convive estos días con la emoción que despierta un homenaje tan sentido. De hecho, uno de los canteranos presentes en el acto me reconocía que lo que vivieron allí fue algo inolvidable. El acto supuso la constatación para muchos de que, por encima de los éxitos individuales, se encuentra la satisfacción personal que supone ser una leyenda del club.
No me gusta como los grandes jugadores abandonan nuestro club. Quizás el ejemplo de Fran encabeza una larga lista de futbolistas que se han marchado por la puerta de atrás. Solo espero que cuando llegue la hora de Valerón las cosas sean diferentes. El canario es una institución para todos los estamentos del club. Ídolo cercano y humilde, Valerón representa a la perfección todas las características que se aúnan en un ídolo futbolístico.