Era un torneo veraniego, el típico de pretemporada. Para un equipo humilde, para un club de barrio, no era una cita más. Enfrentarte a un Atlético de Madrid, a un Athletic de Bilbao, aunque fueran sus filiales, resultaba muy apetecible. Poco importaba que fuese en pleno mes de agosto y tuvieras las piernas cargadas de la pretemporada, tú querías jugar ese día. Por encima de todo. Porque tenía su aquel medirte con las camisetas que veías por la tele en su versión masculina.
En 2014, el Atlético B, equipo siempre potente en el grupo V de la -ya vieja- Segunda División, fue nuestro rival de verano. O mejor dicho, el rival, en mayúsculas, porque lo esperas durante mucho tiempo. En la previa de un partido así, tú crees y te creces. Crees que vas a plantarle cara a un rival con más nombre. Y te creces porque sabes que en frente están algunas de las mayores promesas del fútbol español. A veces pasa que les aguantas el ritmo los primeros minutos, o incluso la primera mitad, y luego te desmontan el tenderete en dos jugadas, sin previo aviso. Por talento individual. Aquel día no fue así.
Se pusieron por delante, no sabría decir en qué minuto, luego llegó el 0-2, aunque tampoco podría precisar con exactitud cuándo. Lo que sé con seguridad es que ni con esas ‘mi’ equipo se vino abajo aquel día. Aguantamos, aguantamos… Hasta que hicimos el 1-2, y un rato después el tanto del empate. Tanta fue la heroicidad -para nosotras lo era-, que incluso tuvimos un disparo al palo en el descuento. Recuerdo la cara que se nos quedó a todos. Recuerdo que Leti cuando chutó y vio que su remate daba en la madera se acordó de toda su familia, con apellidos y todo. Y no precisamente porque tuviera que dedicarles un gol. Fue un “casi, pero no”.
Ganar un amistoso sirve para poco o nada. Ganarle con un escudo humilde a otro poderoso mola mucho. Y lo vimos tan cerca… Sin embargo, como aquello era la semifinal, después del empate a dos en el tiempo reglamentario, tenía que haber un ganador, un finalista. Y para aclararlo lanzamos una tanda de penaltis. Allí salió cruz, y se impuso el Atleti. Hay futbolistas que le restan importancia a un resultado, otros le dan demasiado valor en función del suspense con el que este se produce. Aquella derrota a nosotras, en caliente, nos sentó como un jarrón de agua fría.
Yo salí del terreno de juego, me senté en un banco mientras esperaba a que alguien abriese la puerta del vestuario, y me cubrí la cara. Tengo la imagen grabada. No había tenido minutos, no había jugado EL PARTIDO, lo habíamos perdido… Y pocas horas después debía partir hacia a un nuevo destino, estaba a punto de empezar una nueva vida para mí a muchos kilómetros de distancia de mi casa. En aquel instante reaccioné así, con los sentimientos a flor de piel. Y fue justo ahí, cuando una portera del equipo rival, del Atleti B, se me acercó, y me dijo algo así como: “Eh, que no pasa nada, que habéis competido muy bien, hemos tenido mucha suerte con ese disparo al palo, yo lo vi dentro”. Creo que mantuvimos una pequeña conversación, nos deseamos suerte para la temporada y poco más.
Eso sí, me quedé con su cara y su nombre. Casi un año más tarde, en junio de 2015, me enteré que tenía que dejar el fútbol. Dos protusiones lumbares provocaron que Irene Ferreras colgase los guantes. “Ha sido una decisión a la que me he visto prácticamente obligada, soy muy exigente conmigo misma y a día de hoy soy incapaz de rendir al nivel que me gustaría, ni de tener una continuidad normal durante una temporada. Creo que es la opción más sensata a pesar de la tristeza que me supone”, manifestó por aquel entonces en su comunicado oficial.
No había vuelto a hablar con ella desde el torneo, pero en aquel momento sentí que yo debía devolverle el gesto que ella había tenido previamente. Le escribí por Facebook, recuerdo que mi mensaje terminaba diciendo: “Mucho ánimo. Lo mejor está por llegar”. Creo que no me equivoqué demasiado. Hoy, a sus 30 años, Irene dirige a todo un Valencia femenino. Es, junto a María Pry, una de las dos únicas entrenadoras que hay en la Primera Iberdrola. Con historias como la suya, con personas que son capaces de rehacerse así de los golpes, quizá algún día veamos más preparadoras dirigiendo en la máxima categoría. Hacen faltan muchas Irenes Ferreras para que el fútbol femenino no deje de crecer, gente que es buena en lo suyo y además le imprime su personalidad y su pasión. Yo, aquel día, en aquella anécdota, comprendí que una de las mejores cosas de este deporte son las conversaciones inesperadas que genera, tan naturales como espontáneas.
*Este lunes, el Dépor ABANCA visita al Valencia (18h30). Esta serie de textos sobre sus rivales pretenden poner en contexto, explicar de dónde viene y hacia dónde va el fútbol femenino español.