Estrenar sección en tiempos convulsos es un reto del que me propongo salir ilesa, que por algo juego con la ventaja de sacar desde mi propia portería. ¿Que qué se ve desde mi portería? Pues, a bote pronto, un mar agitado, ecos lejanos de una temporada infernal -la pasada- que amenazan con poseernos en el presente y mucha incertidumbre.
Decía Natxo González tras el partido contra el Almería que jugar en Riazor no nos está ayudando. En el sentido literal tiene razón, porque lo que debería ser un fortín es más bien la típica piedra en el zapato que molesta y nos impide caminar con normalidad. La clave está en, o bien saber sacar esa piedra a tiempo para seguir avanzando o, por el contrario, acostumbrarse a ese dolor incómodo y seguir a trompicones. ¿Y cómo se consigue? Ganando de nuevo en casa, obviamente.
Si analizamos las declaraciones de Natxo en un sentido más figurado y dejándonos llevar por las emociones, escuecen. Ofenden, si me apuráis. Y ofenden, principalmente, porque la afición deportivista no es una afición cualquiera. Incluso cuando estamos enfadados y enfadadas seguimos acudiendo a Riazor, a pesar de los horarios inmundos y de los kilómetros que marquen el siguiente desplazamiento: siempre estamos ahí. Por lo tanto, que el entrenador apunte a que la posible piedra en el zapato sea la afición estaría, por decirlo de una forma suave, fuera de lugar.
Ahora bien, de sus palabras deberían desprenderse dos moralejas: la primera, que, como afición, hay que hacer autocrítica; ¿hasta qué punto es efectivo pitar a los jugadores? No digo que no podamos protestar o manifestar nuestro malestar en los encuentros, simplemente me pregunto si sirve de algo esa vehemencia que puede desembocar en lo que vivimos la ya anteriormente citada temporada pasada (para mí, todo sea dicho, la más difícil como aficionada que recuerdo, por cierto).
La segunda moraleja es que es el cuerpo técnico quien debe hacer autocrítica: dejar caer que jugar en casa está siendo complicado por falta de apoyo en la grada suena a excusa de mal pagador. Yo, como abonada, no tengo la culpa de que los cambios tácticos no funcionen y, además, no voy a Riazor a ejercer de psicóloga.
Si a nosotros, que somos los que no fallamos, se nos exige apoyar al equipo -sabiendo que nunca hemos necesitado dicha exigencia-, a ellos les exigimos dar la cara y no echar balones fuera, que para eso ya saco yo desde esta portería en la que el olor del Atlántico invade mis palabras.