¿Fai xa vinte e cinco anos que eres socio do Dépor? – espetó mi abuelo el sábado por la mañana en una fría pero acogedora habitación de un hospital coruñés. Pues si abuelo, a mis treinta y tres años puedo presumir de lucir con orgullo una insignia que me acompañará a lo largo de mi vida. Ni las decepciones, ni los fracasos deportivos y ni siquiera mi exilio voluntario en Madrid durante diez años han podido frenar el sentimiento y orgullo que siento al ver el escudo de mi equipo.
Reconozco que en algunos momentos es complicado separar lo profesional de lo personal, pero si que puedo decir que cuando conoces y ves situaciones que se viven dentro de un club de fútbol, la institución está muy por encima de los nombres. Este negocio se dirige a un horizonte lleno de incertidumbre y en el que la palabra negocio alcanza límites insospechados para la gente que vivió y conoció el fútbol de verdad.
La mañana de este pasado jueves nació con un mensaje de mi amigo Jesús Sobrino invitándome a dejar la firma del día en su programa, firma que como no podía ser de otra manera iba dirigida a la entrega de las insignias de oro y plata. Un total de 691 deportivistas estaban convocados a un acto en el que el gran triunfador de la noche era sin duda cada uno de ellos. Es muy fácil decir que el gran patrimonio de este equipo son sus aficionados, pero esta frase en una realidad en Coruña. A Coruña es una Liga, A Coruña son dos Copas del Rey, A Coruña son tres Supercopas, A Coruña es quedarte a las puertas de una final de Champions, A Coruña son remontadas casi imposibles, A Coruña es ovacionar a dos plantillas diferentes que caían al pozo de la Segunda División, A Coruña es llenar el estadio en la categoría de plata, A Coruña es ver como en cualquier estadio de España ves camisetas blanquiazules, A Coruña es el Dépor.
El acto en sí cumplió todas las expectativas generadas. Vídeos muy emotivos, imágenes que traen recuerdos a la mente y la constatación de que Arsenio Iglesias es una figura que sigue generando el respeto y cariño de todo el deportivismo. Pero sería injusto terminar este texto sin hacer mención a la profunda pena que me da la irreconciliable relación entre los dos últimos presidentes del Dépor. Pertenezco a ese porcentaje de deportivistas que alaba gran parte de la gestión que hizo Augusto César Lendoiro durante gran parte de su mandato en el que alcanzamos la gloria deportiva y valora muy positivamente los pasos que va dando este nuevo Dépor de la mano de Tino Fernández.
Me considero un privilegiado por haber vivido y disfrutado estos primeros veinticinco años como socio de este gran club y solo puedo dar las gracias a mi padre y mi abuelo por haberme inyectado ese sentimiento llamado DÉPOR.