Ni capaz de tener el balón, ni haciendo daño al espacio o a través del juego directo. Ni presionante, ni junto esperando atrás. Más bien, en tierra de nadie. El Deportivo 1-1 Zaragoza fue, de largo, el peor encuentro del Dépor en Riazor este curso. Porque a pesar de que bajo su condición de local al equipo herculino le ha costado sacar resultados positivos, nunca hasta ahora se había visto tan a merced del rival en todos los aspectos del juego.
Lo mejor del duelo para el combinado blanquiazul fue el resultado. Y eso que a los de Óscar Gilsanz se le escaparon dos puntos en el último suspiro, cuando parecía que el milagro de mantener la renta inicial estaba a punto de hacerse realidad. No fue así y el balompié hizo pagar al Deportivo no solo sus -lógicas- limitaciones ante el segundo mejor visitante de la categoría, sino también sus dudas y sus miedos. Porque puedes ser inferior. Pero lo que jamás puedes hacer es quedarte en tierra de nadie.
Un inicio esperanzador
Óscar Gilsanz aprovechó la baja de Mella para dotar de más ‘centrocampismo’ al Deportivo. Sin el extremo más capaz de ir al espacio pero el futbolista de ataque menos dotado para combinar en corto, el técnico de Betanzos apostó por sustituir al ’17’ por Villares. Un único cambio que, en realidad, cambiaba muchas cosas. Porque la presencia del vilalbés en el once mandó a Mario Soriano de nuevo a la segunda línea del ataque.
Con Yeremay y Lucas como fijos en la izquierda y el enganche, al madrileño tan solo le quedaba un carril derecho en el que siempre se ha mostrado incómodo. Sin embargo, como es evidente, en el fútbol no importa la teórica posición de partida, sino el rol que uno desempeña y las interrelaciones que pueda tejer con sus compañeros y rivales. Así, Soriano fue solo extremo derecho de nombre y en fase defensiva, pues en ataque ejerció de interior derecho en una línea media que fue más rombo que nunca.
Con Mfulu como vértice bajo y sostén fijo, Villares partió desde el interior izquierdo y Soriano desde el derecho, para dejar a Lucas el vértice ofensivo. Un centro del campo de cuatro que fue tremendamente líquido y permitió al Deportivo tener el partido en su mano durante los primeros 15 minutos.
Ante un Zaragoza en el que Víctor Fernández dio continuidad al experimento de la Copa del Rey y apostó por jugar con un tres centrales, carrileros, dos mediocentros, dos extremos muy interiores y un punta, el Dépor empezó mandando. Lo hizo a través del balón, con capacidad para superar la presión de un rival que no terminaba de ajustarse y que sufría para referenciar a un bloque local muy móvil, que era capaz de ir progresando a partir de asociaciones cortas y armaba superioridades con esos cuatro centrocampistas más las apariciones de Escudero o Yeremay.
El Deportivo tenía el balón y estaba cómodo. Fluía desde el pase, aunque no terminaba de encontrar la profundidad. Porque con tantos hombres pidiéndola al pie, no había quien amenazase al espacio para castigar la línea avanzada de un Zaragoza incapaz ante la activación y soltura local. No le hizo falta esa amenaza al espacio en el ataque posicional al Dépor porque de un córner en contra sacó el máximo rédito: un gol a favor.
Tras un fallo grotesco en las vigilancias ofensivas -Calero perdiendo la referencia de Lucas para adentrarse a rematar-, el cuadro de Gilsanz montó un buen contragolpe en el que fue clave no solo la velocidad, sino la ambición por acompañar la carrera solitaria de Lucas y ganarse una segunda oportunidad tras el remate al palo de Yeremay.
Perder el balón… y perder el norte
El tanto tempranero no fue lo que sentó mal al Deportivo. Lo hizo, más bien, el primer aviso del Zaragoza. En un atisbo de lo que estaba por venir, el central Clemente encontró en profundidad el movimiento de ruptura de Iván Azón entre centrales. El punta no logró domesticar el esférico ante el cruce de Pablo Martínez, pero el rival empezaba a demostrar saber cómo hacerle daño al Dépor. Y el Dépor sintió miedo.
Quizá fue la mentalidad de empezar a ver posible perder la valiosa renta. O quizá los ajustes en la presión de un Zaragoza que posicionó su bloque más arriba y fue a acosar de verdad la salida de balón del Dépor. Seguramente una mezcla de ambas. Lo cierto es que el cuadro herculino entró en un cuadro de estrés del que no supo cómo salir a partir de ese cuarto de hora inicial.
El bloque deportivista perdió la pelota desde su incapacidad para sacarla jugada. Lo que antes era pausa, ahora precipitación. No había ideas ni atrevimiento ante el acoso rival. Y el esférico en largo hacia Barbero, que incluso en los mejores momentos iniciales había sido empleado como solución, empezaba a quedarse muy escaso por la incapacidad del punta para imponerse y, sobre todo, su soledad.
El Deportivo perdió el balón y, con un once hecho para tenerlo, sin el esférico perdió también el norte. Del 71,4% de posesión inicial de los blanquiazules en el primer cuarto de hora se pasó al 70,7% del Zaragoza en la media hora siguiente hasta el descanso. Pero perder la pelota per se no es nada dramático si sabes cómo protegerte y aprovechas para salir con más espacios al contragolpe. El problema fue que, salvo en un par de acciones puntuales que acabaron con los remates lejanos de Soriano y Lucas, el Dépor pasó a estar a merced del Zaragoza.
Sin balón, la escuadra deportivista no se metió atrás. Pero tampoco se fue, de verdad, a presionar alto. Se quedó, como dirían los maños Héroes del Silencio, ‘Entre dos tierras’. Y no hay nada peor que eso para acrecentar tus propias dudas y hacer crecer la confianza del rival.
Gran parte del problema fue puramente táctico. El Deportivo no fue capaz de ajustarse ante esa estructura de tres centrales, carrileros y extremos. Una y otra vez, a base de salir por los carriles exteriores, el conjunto zaragozano encontraba tiempo, espacio y superioridades. El problema radicaba en que el Dépor no sabía si ‘saltar’ a por los centrales exteriores (Lluis López y Clemente) o quedarse esperando. Y tampoco tenía claro con quién hacerlo.
Los dos puntas locales no soñaban, ni de lejos, con molestar la salida de tres visitante. Y claro, si nadie les acosaba, López y Clemente tenían todas las facilidades del mundo para encontrar la profundidad las rupturas del insistente Azón o la amplitud en el lado opuesto con un cambio de orientación. Porque si concedes espacio a la espalda de tu defensa, un balón sin presionar es un peligro inminente.
Mientras, si eran Yeremay o Soriano quienes ‘saltaban’ a por ese central desde su posición de extremos en el 4-4-2 deportivista, el Zaragoza encontraba la ventaja por ese mismo lado. Porque la distancia entre el extremo local y el central visitante era tan amplia que, una vez Yere o Mario abandonaban su línea, aparecía un hombre libre que el cuadro de Víctor Fernández encontraba.
Así, con el central exterior atrayendo, el extremo (Aketxe o Adu Ares) fijando dentro al lateral local y el carrilero (Luna o Calero) esperando fuera, el Zaragoza generaba constantes superioridades de dos contra tres que le permitían no solo progresar, sino hacerlo con verdadero peligro gracias a la electricidad de sus movimientos.
Así, principalmente desde esa superioridad por fuera que el Gilsanz y su staff no fueron capaces de corregir en ningún momento, el Zaragoza empezó a embotellar al Deportivo. Al descanso, los 9 remates visitantes por los 4 locales (2 en la misma acción que acabó en gol) empezaban a demostrar que el marcador era tremendamente injusto para el conjunto de La Romareda.
Cambios que no cambian nada
Sin embargo, esa cifra de 9 remates se quedó en nada tras una segunda parte en la que el Deportivo sufrió todavía más, como demostraron los 25 centros y 23 remates finales concedidos, con valor de 3,9 goles esperados (xG). Una absoluta barbaridad que demostró que, pese a no tener el balón, el Dépor tampoco se dedicó a defender.
Y eso que hubo un tímido arreón inicial en el que el equipo volvió a parecer querer el balón y a presionar alto, incluso emparejando. Pero pronto las cosas regresaron a la tendencia del primer acto. El Zaragoza atacaba a placer y hundía a su rival. Y cuando el Dépor tenía que proponer, no lograba hacerlo desde tan abajo y se sacaba el balón de encima, pero para perderlo ante su incapacidad para ganar juego directo.
Había una total ausencia de personalidad para querer la pelota. Y encima, precipitación. Una precipitación que también se trasladó a las contadas acciones al contragolpe, en las que sobre todo Yeremay tuvo un enorme desacierto en la toma de decisión. Sin la capacidad para estirar al equipo que otorga Mella, casi todo pasó por las botas del otro canterano, al que le abandonó la inspiración en el día en el que solo él podía ser protagonista de las transiciones.
Pero lo peor no fue esa poca precisión con el balón en los pies, sino que siguió siendo la incapacidad del equipo para ajustarse ante los desequilibrios que el Zaragoza encontraba simple y llanamente por una cuestión colectiva, de hacer funcionar su estructura. De nuevo había dudas sobre quién debía ‘saltar’ a por el central y quien se encargaba del carrilero.
Todo esto provocaba que el Deportivo siempre, siempre, siempre llegase tarde. No ganaba duelos, pero tampoco cortaba el ritmo a base de faltas. Así, el equipo zaragozano encontraba una y otra vez tiempo y espacio para filtrar balones a espaldas de la defensa hacia los desmarques dentro-fuera de sus extremos (de ahí la entrada de Sans por Aketxe) o las picadas a la espalda de Azón.
Las ocasiones empezaron a caer y solo la Diosa Fortuna y las manos de Helton permitieron que el Deportivo llegase al tramo final ganando. Entonces, Gilsanz trató de frenar la sangría con la entrada de Obrador por Soriano para ubicar al lateral como extremo izquierdo.
El cambio no solo le hizo perder la poca cuota de pausa que el equipo podía tener a costa de mantener piernas para el contragolpe, sino que además no modificó nada. Porque Obrador siguió teniendo las mismas dudas: ¿voy a por el central o me quedo con el carrilero? Cualquier decisión era mala porque ni suponía acoso, ni te permitía protegerte abajo. Y el Zaragoza siempre encontraba la forma de aprovechar esa superioridad.
No solucionó nada la entrada de Obrador ni tampoco las de Jaime, Herrera y Davo en un triple cambio final. Porque justo en la acción del Deportivo 1-1 Zaragoza, Davo priorizó defender cerca de los mediocentros en vez de ir a por López. Tapar la zona por tapar la zona, como llevaba haciendo todo el partido un Deportivo pasivo, incapaz de meter el pie.
Así, López tuvo todas las facilidades del mundo para filtrar por dentro y encontrar al punta Marí sin que ninguno de los tres centrales le incomodase su descarga fuera, donde por supuesto un visitante iba a recibir solo. Fue Sans, que superó a Obrador y encontró a Francho Serrano dentro del área para lograr el Deportivo 1-1 Zaragoza y robarle dos puntos a unos locales que no merecieron nada.