Vuelve A. Calviño y su Alta definición.
−Sí joder, 0-3 de nuevo, ya toca un Sabadell. Verás−. Cuelgo el teléfono y me convenzo todavía más. ¡Ay!, infieles. He visto al Murcia un par de veces, al Deportivo alguna más que un par, me acuerdo del partido de Córdoba y bueno, esto es que es está hecho, no da para más, me digo, olvidándome de que es fútbol y que en el fútbol hay balón parado y que este año, otro más, somos expertos en no aprovechar situaciones favorables. El caso es ser experto en algo, supongo. Gana el Recreativo y continúo el plan del día del Señor: comer como un cerdo -qué sentido tiene comer un domingo si no-, digestivo gintonic -está bien engañarse a uno mismo de cuando en vez- en el sillón y la primera bazofia con balón de por medio que pongan en la televisión. Tocaba el Everton-Tottenham esta vez; ni tan mal, oye. Unos euritos aquí, otros allá, descanso casero entre emoción cuasi ludópata y la modorra que me engulle pesada imaginando triangulaciones y disparos que nunca se darán. Sin querer, queda media hora para La Condomina y los fichajes y las dos victorias anteriores hacen verlo más claro que nunca. Además las apuestas salen, el Zaragoza perdió, pierde el Sporting y qué bien que gana el Eibar, va, va, va, ¡¡brecha!!….
Pero no. No va nada. Qué asco todo. Qué manera de joder un domingo, marchitarlo entre balones rotos y carreras a ninguna parte, entre pases de espinas y movimientos lentos, con la semana y el liderato agonizando entre la lluvia. Al menos podría haber sido sábado, joder. Siempre es mejor perder en sábado. Ganar también. Todo es mejor en sábado. Celebras o ahogas. Esa mierda desesperante que se dio, ésa que provoca impotencia, limpia modas y aficionados del juego y no el fútbol, hubiera sido mejor cualquier otro día, cualquier otro salvo el que cierra la semana. Un partido que si ganas es precioso, y encuentras virtudes y subes al cielo en una espiral de césped ruinoso y patadas a seguir, y todo es tan bonito que yo no quiero despertar, el lunes empieza pero tú sigues allí o allá, reviviendo besos de cuero blanco y pegando clasificaciones en las espaldas de la gente. Pero todo cambia si lo pierdes; partido tan desagradable como un trago de aguardiente para desayunar antes de un kilo de campurrianas sin leche, más feo que un frigorífico viejo visto por detrás, con un descontrol que te hace viajar de la desesperación al hastío y éste a ninguna parte y vuelta a girar la rueda y ¡mierda!, qué manera de joder un domingo.
Así es normal sufrir durante esa última madrugada de la semana -o la primera- entre sudores fríos, dando vueltas en la cama y pegando codazos, del duermevela punzante al sueño profundo en el que estás atado a un banquillo de Abegondo con los cordones de tus primeras Umbro mientras Sissoko corre enfrente de ti en la cinta que le colocó Pombo, con una máscara rosa de Bubú puesta y pegándote barrigazos en la cara, comiendo pastelitos y sonriendo sin parar de peinarse la cresta de pollo. ¡Qué hermosa eres, Murcia!, gracias por tanto.
Al final todo pasa. Minutos, horas, un día, dos, tres, la semana que viene…Pero al final todo pasa. Entre lo cotidiano y lo feo, las jornadas eternas y las horas muertas, llega el sábado y la Segunda, las apuestas, las copas, la resaca y otra vez previa de fútbol. Lo que parece que aún no nos ha quitado este fútbol (post) moderno: las previas. Y los post. Qué suerte (?). Ojalá Irvine Welsh escribiendo todo esto y todos yonkis, farra, policías y working-class de Edimburgo, todo conversaciones de frenopático mirando a la Torre. Ojalá Irvine Welsh pillando un piso en Monte Alto y
radiografiando la ciudad.
Y es que es en parte por las previas, el ambiente, los aledaños, el ruido o las bengalas que bajas a reunirte con la tropa más feliz que en un anuncio de compresas, con las nubes oliendo a Valerón y aceitunas. De camino a lo más bonito te enamoras de todo por un instante, dejándote llevar por esa belleza oculta de las cosas más pequeñas, sencillas, de las cosas que resisten al paso del tiempo entre el trasiego, un todo impertérrito encantador y espléndido en su simpleza. Según te acercas a Manuel Murguía la playlist de tu cabeza pasa de tararear el Reflektor de Arcade Fire al Riazor calling de The Clash, que va metiéndose descontrolado por dentro, fluyendo por el agua, girando sin parar en cada aliento, con la uña del meñique de aguja de tocadiscos, gritos en silencio cada zancada. Cada camiseta blanquiazul una sonrisa, cada bufanda un suspiro nostálgico de tiempo de vallas verdes, cada discusión a voces es vida, placer, momentos. La sobrina del fantástico cabrón Kai Proctor masturbándose sobre la cama, Julie Ordon con su cara de cualquier tiempo lamiendo el espejo del baño en ese vestido de hace 20 años, Venecia al amanecer, Rust Cohle entre una guitarra y las voces de The Handsome Family. Las previas de fútbol en casa.
Bullicio, vasos, cañas, hielos, tabaco y las palabras que se entrechocan en tu boca, temporal azul y blanco, escudos y goles, abrazos entre la gente, grupos entre el grupo de 30.000, cánticos filtrándose por el cemento y que me digan que esto es un juego de 22 fulanos persiguiendo una pelota. El rojiblanco se deja ver a miles, no cabe un alma en el Sieiro y el suelo está pegajoso por la sidra vertida, partido grande en Segunda, Preferente o Regional, que el fútbol es de la gente. Y cuando deje de serlo, no será fútbol. Y como deje serlo… Partido grande para convertir Salomãos y Rabellos en gasolina, el viejo y duro Jeep de los rubios en un Cadillac rojo; y perseguir el horizonte subidos a los asientos de piel beige en una espiral de puntos, aire en la cara y banderas ondeando, el milagro de los mineros y los piercings. ¿Quién se acuerda ahora de Murcia y su hermosura? Resaca, felicidad. Felicidad y esperanza de ver al Sporting empezando a devolver sus deudas.
−Que sí, joder, 3-0 fácil hoy. Verás.
−Siempre dices lo mismo.