Augusto César Lendoiro reflexiona sobre las pérdidas de tiempo en el fútbol y avisa del peligro de la nueva norma, llegar a un «tercer tiempo» con el posible enfado de los aficionados. Así lo repasa en un nuevo artículo de opinión.
«Tercer tiempo» en el fútbol
El nuevo año futbolístico ha estado marcado por dos sorprendentes noticias: la orden a los colegiados de añadir mayor tiempo tras las 90’ reglamentarios de juego y las batallas en el fútbol profesional femenino, primero con la huelga de las árbitras, que habían paralizado el comienzo de la liga, después con la imposición federativo de multas desorbitados a jugadoras y clubs y ayer por el motín de 15 jugadoras de la selección que exigen la destitución de Vilda como entrenador.
Dejaremos para otro día el nuevo episodio de la guerra entre LaLiga-RFEF, ahora con el fútbol profesional femenino como botín, porque cada día salen a relucir las numerosas debilidades con las que ha nacido una forzada políticamente LPFF.
Hoy nos centraremos en un tema que me apasiona, porque creo que soy pionero en su defensa. Me refiero a la imperiosa necesidad de fijar los minutos determinados de juego efectivo de los partidos. Por eso me pregunto, y creo preguntarme bien, si la decisión del incremento de los minutos de un partido es el reconocimiento silencioso de los hombres que modifican las reglas de juego, que aceptan que, con su consentimiento, se estaba tolerando la pérdida deliberada de tiempo.
De ahí que no deje de ser curioso que, a pesar de su conservadurismo a ultranza, poco a poco, los que frenan cualquier mínimo cambio de las reglas de juego, nos cuelen, como quien no quiere la cosa, el “tercer tiempo”, que nada tiene que ver con el del rugby, sino que va camino, si los árbitros lo aplican a la prolongación del primer periodo de juego, de los “cuatro cuartos” del baloncesto.
Podemos asegurar que ya hemos disfrutado en algunos partidos de un “tercer tiempo” de 15 minutos… y cada día serán más los encuentros que se prolonguen en esos números y aparecerán árbitros que, sin duda con razón, batirán el récord anterior de otro compañero que “a ojo”, y casi siempre con la sonora protesta de una parte de los aficionados, que se sienten perjudicados, en más o menos minutos, por una decisión arbitral que intenta ser justa.
Entonces, ¿por qué no nos dan la razón a los que llevamos años peleando por jugar 60 minutos de juego real -pido simbólicamente “derechos de autor- y atienden el deseo que últimamente han manifestado, en ese mismo sentido, gente como Gianni Infantino, Carlo Ancelotti, Xavi Hernández… que lo son todo en el mundo del fútbol?
Para enumerar las múltiples ventajas de esa medida no es necesario haber sido nombrado “Doctor Honoris Causa”. Tan solo se precisa un mínimo de “sentidiño”. El árbitro sería el gran beneficiado. Se trata de descargar al colegiado -que bastante tiene con acertar con lo que ocurre en el césped- de tener que memorizar el tiempo perdido con motivo de goles, expulsiones, lesiones, penaltis, VAR … y, todas las pérdidas deliberadas de tiempo, en especial en la última media hora del encuentro.
Los aficionados serían los otros grandes beneficiados, no solo por el evidente fraude que sufren –pagan por un espectáculo de 90’ y solo se juegan 45’- sino porque con el juego real se evitarían las ruidosas protestas de los espectadores en desacuerdo, a veces con toda la razón, con los minutos que se prolongan… o por el momento en que el árbitro pita el final del partido si existe jugada de gol.
¿Se imaginan la reacción del público local si el colegiado señalase el final del partido -porque por su reloj se hubiese cumplido el tiempo señalado-, cuando un jugador de casa encarase solo hacia el portero visitante? Con el sistema actual se podría llegar producir unos momentos de extrema violencia. Si el control del tiempo de juego estuviese a cargo de un cronometrador y el reloj a la vista de todo el Estadio, la afición aceptaría que el tiempo ha finalizado y nadie protestaría.
Todo este problema se arreglaría con un puñado de euros -el coste del crono- y la colaboración del cuarto árbitro, que pasaría a tener más responsabilidad que la de chivarse al principal de cuestiones intrascendentes de entrenadores y banquillos. Dejemos, pues el “tercer tiempo” para disfrute de los jugadores de rugby y no perdamos más tiempo en el fútbol. Al final, a los “suizos” solo les pedimos un reloj.
Augusto César Lendoiro
Ex-Presidente R.C. Deportivo.