El fútbol es temporal. Los jugadores van y vienen, pasan por un club, dejan sus números plasmados en el papel y se marchan a buscar nuevas aventuras o nuevos lugares donde triunfar. Los aficionados, cada vez más, se apresuran en la búsqueda de nuevos ídolos para plasmar en la camiseta del nuevo curso. A día de hoy, el romanticismo o las historias a largo plazo tienen poca cabida en este deporte.
El fútbol femenino no es ajeno a esta realidad, aunque va una marcha por debajo que el masculino. Cada vez se producen más movimientos, más cantidades económicas, más proyectos que empiezan de cero. Más cambios de cromos. Pero si lo comparamos con su homólogo practicado por hombres, el hueco para las referentes de larga duración es un poco más amplio.
El Dépor Abanca lleva un par de veranos de idas y venidas. Desde aquel curso 2019/20 en el que enamoraron a España, las blanquiazules se han visto obligadas a varias reestructuraciones. Los fracasos deportivos -descenso y no ascenso- tampoco han ayudado a la estabilidad. Iris, Alba, Nuria, Tere, Méndez, Sulli, Peke, Gaby o Miriam han dado paso a Ainhoa, Inés, Paula, Millene, Laura, Eva, Raquel o Carlota. De Manu Sánchez y Aitor Prieto hemos pasado a Irene Ferreras y Cris Oreiro.
En los 6 años que van de 2016 a 2022 sólo han sobrevivido tres cosas en el Deportivo: el escudo, los colores y Cris Martínez.
La historia de Cris es de sobra conocida por el deportivismo: llegó de casualidad, con otras futbolistas de la zona de León, y ya nunca se fue. Firmó como extremo y se consagró como lateral. Apareció como una más y se convirtió en leyenda.
Con más de 100 partidos a sus espaldas, la futbolista de Astorga se ha convertido en referente en Abegondo. Trabajando en silencio, sin levantar la voz, pero más duro que nadie. Con un perfil mediático poco ruidoso, casi de los que pasan desapercibidos, es una de las favoritas de la grada.
Porque la gente ve en Cris lo que le gustaría ver en todos los jugadores que defienden su camiseta. Trabajo. Esfuerzo. Sacrifico. Orgullo. Liderazgo. Pasión. Entrega. Deportivismo.
Estamos tan acostumbrados a su presencia, que a veces la pasamos por alto. Quizá sea ese perfil bajo que antes comentábamos, pero tendemos a apuntar los focos a otras compañeras u otras demarcaciones. Llegan futbolistas, reciben los elogios y los aplausos de la grada, y sólo volvemos a mirar al lateral diestro cuando las demás se van y nos dejan un vacío en el pecho.
Entonces recurrimos a Cris. Porque Cris es una de las nuestras. Es el ejemplo de que en el fútbol de hoy en día todavía hay espacio para el amor a los colores. Tuvo opciones de irse, pero decidió quedarse a pelear.
El brazalete de capitana tardó en llegarle. Pero Martínez lleva ejerciendo de líder prácticamente desde el principio. Se lo ha dejado todo por el equipo y por sus compañeras, dentro y fuera del campo. La mayoría de las veces, incluso en los casos más mediáticos, sin apenas repercusión fuera del vestuario de Abegondo. Pero que no se sepa públicamente no significa que no haya pasado y que no haya dado la cara.
Salvando las distancias y evitando las comparaciones masculino-femenino, Martínez es en Abegondo lo que Bergantiños es en Riazor. Una futbolista comprometida, que las ha visto de todos los colores, pero que sigue al pie del cañón. La primera en dar la cara, la primera en hacer autocrítica y la primera en vestirse de corto para saltar al césped a intentarlo de nuevo.
En un fútbol que se mueve a la velocidad de la luz, se agradecen figuras como las suyas. Jugadores en los que refugiarse, en los que apoyarse, a los que buscar cuando sentimos este escudo como algo nuestro. En medio del caos, de los cambios y del estrés en el que vivimos, el 22 de Cris es un valor seguro en la Ciudad Deportiva. Es casa. Es Dépor.
Porque todo cambia, pero Cris permanece.