En plena consumación de una nueva tragedia griega, la inconsciencia como argumento. Corría el minuto 65 del partido ante Osasuna Promesas y el Deportivo lo estaba volviendo a hacer: otro partido enquistado, sin ser capaz de imponer su teórica superioridad en casa. Reaccionando a medias ante un rival con pocos argumentos, pero suficientes para hacerle daño primero y capear un temporal blanquiazul que nunca llegaba. El Dépor volvía a quedarse sin ideas y le empezaba a faltar oxígeno. Y por la mente de los once que estaban en el campo pero sobre todo de Imanol Idiakez y todo Riazor solo sobrevolaba un nombre: Yeremay Hernández.
Dos meses y tres semanas después de su último encuentro, ese en el que su peroné sufrió una fisura, el canario volvía a una convocatoria. Quizá lo más recomendable es que lo hubiese hecho de una manera más anecdótica que trascendente. Lesión, recuperación, pérdida de capacidad condicional y muchas dudas habían enmarcado las últimas 11 semanas de un joven de 20 años que había sufrido su primera dolencia seria como profesional.
Ninguna lógica hacía indicar que tirar de él en un momento tan dramático fuese recomendable. Pero las situaciones desesperadas requieren medidas desesperadas. Recurrir a Yeremay en pleno encuentro ante Osasuna fue casi como mirar al horizonte en pleno desierto deseando que ese oasis que se vislumbra sea algo más que un espejismo. Fue confiar pensar en el corazón más que con la cabeza, confiando en que por fin el azar te sonría.
Y funcionó. No del todo, pero sí lo suficiente como para regar la mínima semilla de ilusión de un deportivismo que tiene muchos motivos para cabrearse, pero uno al que agarrarse tras el asombroso regreso de su último ídolo. Ese que recordó que la lógica no va con él porque se sale de los moldes. Porque Yeremay Hernández es un sinvergüenza de manual. No en el sentido más peyorativo de la palabra, sino en el de actuar con descaro, atrevimiento e insolencia. Con una desfachatez que no entiende de contextos y que siempre le ha acompañado.
Cuando era la mayor promesa de la cantera deportivista no se comportaba como tal. Poco enfocado en el fútbol, en Abegondo se contagiaba el temor de perder por el camino a un talento generacional de los que no fabrican, porque nacen con una esencia única. Pero el Deportivo logró encauzar al chico para que esa esencia callejera se plasmase única y exclusivamente en el verde, mientras adquiría los hábitos fuera del césped para canalizar su don.
Si Hernández se salía del tiesto en su etapa formativa, ahora sucede lo mismo, pero de una forma que le trae más beneficios que problemas. Ya asentado en el primer equipo pese a acumular 6 titularidades en Primera Federación, Peke actúa como si la angustiosa situación del Deportivo no fuese con él. Ni siquiera un largo período lejos del campo en el que se pudo haber contagiado de la tensión que supura ese vestuario le condicionó el pasado domingo. Él saltó a Riazor y en cuanto vio la pelota, todo lo que podía tener en su cabeza se le olvidó. Empezó a fluir, jugando como si la hierba del estadio coruñés fuese el asfalto de El Polvorín, el humilde barrio grancanario en el que comenzó a demostrar que había nacido para esto.
Los magníficos datos de Yeremay
Fusionado con la redonda, comenzó a hipnotizar a rivales e incluso a compañeros. Las ayudas se multiplicaban para frenarle, mientras los que vestían de su mismo color detectaban que el chico que acababa de entrar jugaba con tres kilos menos de piedras en la mochila.
Ni siquiera los evidentes síntomas de cansancio que mostró casi tras cada acción de alta demanda -y que demostraron que aún no está para competir- frenaron esa tendencia de los suyos por darle la pelota al ’10’. Y aunque él no la pedía mientras luchaba por recuperar el oxígeno, tampoco la repudiaba.
Como ejemplo, unos datos que confirman esa sensación de líder. En tan solo 27 minutos, completó la friolera de 32 acciones totales y recibió 17 pases. Una barbaridad. Porque no solo fue el cuánto, sino el cómo. Ubicado en la banda para encarar o perfilado en zonas intermedias para recibir y, con un control orientado, acelerar y cambiar la velocidad de un Deportivo que no recordaba lo que era ese vértigo precisamente desde que perdió a Peke.
En tan solo 27 minutos, intentó 5 regates. Wyscout solo cifra en 2 los exitosos. Pero más allá del cuánto, de nuevo el cómo: encarar para para atraer, para desequilibrar, para romper el orden y borrar los miedos del Deportivo. Encarar y aparecer para rematar, como demuestran sus 2 chuts, que acabaron sin que el portero tuviese que intervenir pero generaron incertidumbre.
En tan solo 27 minutos, 21 pases ejecutados, 9 de ellos para volver a activar a un Lucas Pérez perdido (conectaron 13 veces en total) y al que regaló dos situaciones de chut claro que las inseguridades del de Monelos transformaron en pases a la nada.
En tan solo 27 minutos, el todo. La sinvergonzonería hecha persona. El desdén de a quien le da igual tanto la opción de acabar como un juguete roto que la presión de verse como el único salvador de un histórico. Nada le pesa a Yeremay Hernández, que ya apunta a ser todavía más protagonista en un duelo en el Johan Cruyff en el que quizá la lógica recomienda mimarle. Pero Peke no entiende de lógicas.