Y el gol con el que ahora sueñan sobre el Manzanares viajó desde Canadá hasta Suecia sin saber cómo aterrizar sobre A Coruña. Una fugaz mirada hacia atrás para encontrar al hombre de moda del fútbol español vestido con la elástica blanquiazul.
Canadá, julio de 2007. Una marea de jóvenes futbolistas hambrientos presentan en el Mundial sub-20 su candidatura a la élite mundial. Son los mejor colocados de una generación, la de finales de los ochenta, que comienza a llamar a la puerta. Falta el líder indiscutible de la ‘manada’, Leo Messi, que ya hace un tiempo que ha superado esa barrera y aspira a tronos aún más elevados. Pero el resto están todos.
Esos nombres, que de aquellas aún no sonaban, son hoy, cuatro años más tarde, habituales en cualquier discusión entre aficionados al fútbol. De entre todos ellos, vamos a fijarnos en una especie muy singular: los delanteros. No son pocos los expertos que no dudan sobre la posición más complicada en un esquema de fútbol. Se puede enseñar a los jugadores a mantener su posición dentro de un esquema táctico, a desplazarse en el césped según los movimientos del equipo contrario. Se les puede educar a los futbolistas para escoger la mejor opción a la hora de dar un pase, se puede inculcar a los zagueros la forma de defenderse ante los potentes delanteros del equipo contrario. A los delanteros se les puede instruir en movimientos, también, claro. Pero, ¿cómo se enseña a hacer gol? Es por eso que un delantero capaz de hacer cinco goles en Primera División vale un millón de euros, uno que puede anotar diez vale cinco, otro con potencial para convertir quince valdrá sobre quince, si es posible que sume veinte costará treinta, si lo previsible es que marque veinticinco se pagarán cincuenta por él, y si es capaz de superar los treinta, puede alcanzar los 93 millones de euros.
En definitiva, que Argentina no llevó a Messi pero presentaba un tridente ofensivo formado por Agüero, Di María y Zárate, y que dominaría el torneo hasta conquistarlo. Alexandre Pato era la estrella de una selección brasileña que no alcanzaría ni los cuartos de final, mientras que Luis Suárez y Edison Cavani formaban una espectacular delantera uruguaya que tan solo tres años más tarde llevaría a su diminuto país hasta las semifinales del Mundial de Sudáfrica. Alexis Sánchez en Chile o Giovani dos Santos en México eran otros de los atacantes más destacados del torneo. Pero ninguno de todos esos jugadores que hoy en día cuentan su valor en decenas de millones de euros fue el goleador más efectivo del torneo. Ese fue Adrián López, que si bien -fue el segundo máximo goleador- anotó un tanto menos que el Kun, su media fue algo superior (un tanto cada 84 minutos del asturiano, por un gol cada 101 minutos del argentino). Juan Mata y Diego Capel le acompañaban en el ataque de ‘La Rojita’.
La hinchada herculina se frotaba las manos con la gratuita adquisición, un año atrás, de un jugador que prometía ser el delantero del futuro Dépor. Después de ese inolvidable campeonato para él, aterrizó Lotina en el club coruñés y se deshizo en elogios hacia Adrián y ‘soltó’ aquella frase que hizo prisionero a uno y a otro durante tanto tiempo. «Adrián es el Ronaldo blanco». Flaco favor al ‘nueve’ y flaco favor a sí mismo. Y el de Teverga que encadenaba dos cesiones consecutivas, primero al Alavés y después al Málaga, en las que demostró buenas maneras pero nunca su potencial goleador. A la vez que sus coetáneos iban dando el salto, Adrián caminaba sin un rumbo claro. Y volvió al Dépor en verano de 2009. Era el momento de la alternativa.
Lotina apostó fuertemente por él, y él no logró devolver esa confianza. Por lo menos no a base de goles. Y es que cinco goles en 39 encuentros es, independientemente del punto de vista del que se mire, un balance muy pobre para el delantero referencia de un equipo. «Adrián no tiene gol», se escuchaba una y otra vez. Y que el oportunismo del momento no me lleve hacia la hipocresía: mis compañeros de clase, ninguno del Dépor, saben perfectamente que esa frase ha salido de mi boca muchas veces acompañado de un «y un delantero sin gol…». Pero al mismo tiempo me surgía una duda: «¿Cómo es posible que un jugador que ha sido el más efectivo de toda una generación mundial de jugadores en un campeonato tan importante no tenga gol? ¿Casualidad? Aquí algo falla». Es decir, que al mismo tiempo que reconozco -aunque el tiempo me haya quitado la razón- que si yo hubiese sido el entrenador del Dépor, Adrián hubiese jugado menos en el Deportivo que Verdú con mi admirado compañero Felipe Matilla en el banquillo, algo me hacía pensar que tenía gol, pero que tan solo estaba escondido.
Cualquier delantero centro que tuviese opción para escoger destino nunca escogería, en esos momentos, al Deportivo. La vocación defensiva del esquema reducía casi la búsqueda del gol al balón parado y a encomendarse a esa Virgen del Segundo Palo, de la que Diego Colotto era su más ferviente devoto. Eso parece innegable, pero aún así… Aún así… Aún así, cuando tenía ocasiones, Adrián aparentaba no tener gol. Y podía aportar otras cosas, sí, pero si el máximo responsable de la faceta anotadora del equipo no era capaz de superar al portero contrario, algo fallaba. No son pocas las horas de discusión en bares de la geografía coruñesa -contando las periódicas cenas del equipo de Redacción de Riazor.org, claro- alrededor de una idea aparentemente tan simple.
Adrián mejoró significativamente sus registros y su aportación al equipo en la siguiente temporada -«la del descenso», como pasará a la historia la temporada 2010-2011 para todo aficionado blanquiazul-. Mejoró su adaptación a un esquema de juego que no le permitía ofrecer su mejor versión y, si bien sus cifras goleadoras seguían a años luz de esos delanteros a los que robó protagonismo en aquel lejano Mundial de Canadá, fue uno de los mejores jugadores del equipo. Lograba ganarse, a paso lento pero ritmo constante, a la afición herculina, aunque cuando finalizó la temporada todavía quedaban muchos agnósticos, entre los que me vuelvo a incluir, pese a que fue capaz de anotar algunos goles importantes.
En estas condiciones, Adrián se marchó a Dinamarca, con 23 años, pero para disputar el Europeo sub-21 que suponía su adiós a las categorías inferiores de la Selección Española. ‘La Rojita’ aterrizaba en tierras nórdicas con un espectacular combinado basado en jugadores ya contrastados como Javi Martínez, De Gea o Mata y Adrián partía como el suplente de Bojan, aunque no tardó mucho en robarle protagonismo al catalán dentro del equipo titular. Allí reencontró el gol que tenía -viajó directamente desde Canadá a Suecia, sin pasar por Vitoria, Málaga ni A Coruña, dirán algunos- y Adrián volvió a sobresalir entre todos los delanteros europeos de su generación. Con cinco tantos, de los que destacan los dos en semifinales con el equipo ya casi rendido, el ex del Oviedo llevó a su equipo al título.
Y de esta forma, con un promedio de un gol por cada siete partidos en Primera División, Adrián firmó por el Atlético de Madrid tras concluir su contrato con el Deportivo. «Menudo ‘pufo’ pensaba que habíamos fichado, y ahora resulta que es mejor que el de los 40 millones», dice con cierta gracia un aficionado colchonero en uno de esos comentarios que roban el protagonismo a la noticia principal en cualquier página de un medio de comunicación. Y es que tras una gran pretemporada, Adrián se apartó de los focos con la llegada de Falcao y Diego, aunque Gregorio Manzano se ha visto obligado a acudir a él tras un negro gris de octubre. Y ha respondido, hasta el punto que Toni Grande, ayudante de Del Bosque, haya dicho que el jugador está «muy cerquita» de la selección absoluta. Velocidad, manejo del balón e incluso goles y asistencias. El otro ‘Guaje’ mantiene la ilusión en la grada sobre el Manzanares.
Parece muy pronto para sacar conclusiones, es evidente. Aún le queda mucho camino para considerarle en la misma órbita que aquellos compañeros de generación de los que hablábamos al principio del artículo, pero va dando sus pasitos. También sabemos todos que el fútbol crea héroes y villanos a una velocidad que huye de toda lógica. No es este artículo, entonces, una despiadada crítica ni una incondicional defensa de ese delantero que vistió nuestra camiseta los últimos cinco años y que ahora se ha convertido en una de las revelaciones del comienzo de temporada del fútbol español. Incluso es evidente que la actualidad herculina dista enormemente de lo que ocurre en el Vicente Calderón y que la Pirámide de Maslow nos lleva a la preocupación por necesidades mucho más básicas. Se trata solo de un breve paréntesis, de un fugaz vistazo al pasado matizado con comentarios sobre la evolución de un jugador con un enorme potencial que, sin embargo, no logró mostrarlo sobre el césped de Riazor, y que ahora empieza a ocupar portadas.