Acudía el Deportivo a Tarragona dejando la sensación entre sus aficionados de esa moneda a la que han hecho girar. Esa duda de si caería la cara de hace unos días, cuando sometió al Granada, o la cruz de Santo Domingo. Pronto quedó claro que no iba a repetirse el fiasco de Alcorcón, al menos en la forma, con un conjunto blanquiazul que salió mandón desde el primer minuto y con la idea de hacer bueno ese deseo al que Natxo tanto recurre: «Debemos parecernos cada vez más a lo que somos como locales«.
Y en el Nou Estadi se vio una versión muy similar a la del Dépor de Riazor. Esa que no te desarma en el momento, no parece que el vértigo esté en el manual de este equipo. Esa cuyo efecto es el mismo que el de la marea que sube. No pasa nada, pero cuando te das cuenta ya no haces pie. Así se debió sentir el Nàstic, que pese a no tener la pelota creía no sufrir demasiado con su presión adelantada. De pronto se encontró por detrás en el marcador tras haber empezado en ventaja.
Porque los dos primeros goles del conjunto blanquiazul lo tuvieron todo. Posiblemente las dos mejores jugadas colectivas de lo que va de temporada. Paciencia, inteligencia para buscar al hombre libre y una aceleración brutal en los últimos metros que permitieron hasta tres remates a bocajarro, dos de ellos con premio. Carles Gil perdonó tras un toque delicioso de Carlos Fernández que lo dejó solo ante Becerra, pero ahí estaba Quique, el que había prendido la mecha, para reciclar. Media hora más tarde, también con el sevillano de por medio, Saúl le regalaba otro tanto al matador blanquiazul. Él se está llevando los goles, lo que de momento se le niega a un Carlos que deja intuir mucho más que los dos o tres destellos que firma por partido. Sería bueno que no intentase forzar las cosas, porque su momento llegará.
El equipo blanquiazul acabó el partido en campo contrario y superando el 60 por ciento de posesión
No es perfecto el Dépor, ni mucho menos. Hay sospechosos habituales que siguen dejando motivos para la condena. Didier Moreno se encuentra más cómodo cuanto menos orden requiera el encuentro, le cuesta entregarle el balón a un compañero, y cualquier fiscal pediría de 10 a 15 años por el error de Mosquera en el gol del Nàstic. Pero la madurez que tuvo el coruñés para reponerse y seguir en su línea ascendente es la del equipo para seguir firme en sus convicciones y no perder los nervios pese a los contratiempos.
Nada inquietó a los de Natxo, ni siquiera el arreón final de los locales o la desafortunada lesión de Cartabia. La plantilla ha comprado la idea del técnico y ha tirado el recibo. Avisa él de que puede haber estancamiento o vuelta atrás, aunque ahora mismo no lo parezca. Porque el Dépor acabó el encuentro en campo contrario, con el balón en su poder (tuvo más del 60 por ciento de la posesión) y cerrando con el tercer tanto de Christian Santos un duelo que, más allá de pequeños giros, siguió el guión exacto de los encuentros de Riazor.