Deportivo y Osasuna se encargaron de dejar claras dos cosas en El Sadar. Primero, que la distancia actual entre ambos conjuntos es sideral, más allá de lo que refleje el marcador final. Segundo, que el problema del conjunto coruñés no estaba en el banquillo. O, al menos, el único problema. Porque se volvieron a ver los mismos malos vicios de las últimas semanas. Un grupo sin ideas, sin alma y, ahora, también sin el escudo que le proporcionaba la figura del ya quemado Natxo González.
Pero que el Dépor está desprotegido va más allá de lo figurado, porque la sensación sobre el césped es exactamente la misma. Martí quiso jugar como un equipo grande. Un equipo gigante, apretando la salida de balón del líder en campo contrario. Pero con dos pies de barro: Domingos Duarte y Pablo Marí. Resultaría difícil de creer la decadencia de ambos si no la estuviésemos presenciando semana a semana. Porque el error del portugués en el tanto del empate, reculando como ya hiciera ante el Rayo en lugar de tirar la línea, o el del valenciano, regalando la falta que Rubén García convirtió en pieza de museo para el segundo, no son entrenables. Son malas decisiones fruto del estado de pánico que viven los blanquiazules. Cada pelotazo del rival es sinónimo de peligro.
Pies de barro… y mandíbula de cristal. Así fue como desapareció el equipo deportivista después de que le remontaran el encuentro en 20 minutos. De nada sirvió la buena puesta en escena a lomos del único argumento del último mes y medio: Quique González. Con la connivencia de Aridane, el pucelano se apoyó en Pedro y un buen Bergantiños para hacerle daño a la defensa rojilla, marcar un gol y sembrar dudas. Pero eso no iba a durar. Quería Martí «tres o cuatro» ideas básicas, también las pedían los jugadores. Pero el fútbol no permite atajos. Esas tres o cuatro ideas básicas pueden resultar sencillas para ti, pero también para el rival. Cuando Arrasate se dio cuenta de que el Dépor desechaba la banda izquierda, con Expósito perdido como falso extremo, pobló la zona contraria para cerrar el único camino que existía a su área.
La desesperación coruñesa hizo el resto. El segundo tiempo fue un ejercicio de impotencia. Osasuna ni siquiera tuvo que meterse atrás para defender el resultado y en ningún momento vio peligrar su ventaja. Como ya le ocurría al anterior entrenador, los jugadores de refresco aportaron entre cero y nada a un Deportivo que, con una hora para tratar de sacar algo positivo del feudo navarro, fue incapaz de tirar a portería.