Nueva edición de la columna de Dani Cancela, ex del Depor y coruñés, enrolado en las filas del Kitchee de Hong Kong desde hace una década. En su serial titulado ‘Desde la (semi) burbuja’, nos cuenta las sensaciones que le dejó la victoria contra el Celta B en el estreno liguero.
¿Soñamos?
En los últimos tiempos ni al Depor ni al deportivismo se le estaba permitido disfrutar. Parecía un castigo de los dioses por haber vivido por encima de sus posibilidades durante tantos años. Por codearse con los más poderosos desde una ciudad pequeñita en una esquina perdida del mundo y por haber dado tanto por saco a los que manejan este circo del fútbol. Y no me refiero a los peajes económicos, evidentes a estas alturas, sino a esa naturaleza intrínseca del Club en los últimos años que parecía llevar a la autodestrucción, deportiva e institucional.
Hace más o menos un año la liga empezaba en Riazor con el equipo ganando los tres puntos con un gol en el descuento. No lo sabíamos en ese momento, pero la agonía de ese día era el preludio de lo que viviríamos durante toda la temporada. Ojalá este año signifique lo mismo, porque si lo vivido el domingo en Riazor se hace costumbre, el año promete.
Es muy fácil lanzar las campanas al vuelo esta semana, y a los profesionales nos toca ser objetivos más allá de la pasión con la que todos vivimos la vuelta del fútbol y de la gente al estadio, pero es que desde la objetividad, la imagen del equipo fue francamente buena. Combinaciones, jugadas, ocasiones, pases decisivos, acciones individuales, goles… El partido lo tuvo todo. El desempeño del equipo el año pasado va a palidecer cuando lo comparemos con lo visto el domingo en el campo.
Hay excusas, es cierto. El rival no estuvo a la altura, cometió errores individuales y colectivos y apenas apareció en el partido, pero creo que es un buen momento para darle crédito a un equipo que en pretemporada no había dejado buenas sensaciones y que el domingo logró algo muy difícil y que hacía tiempo que no pasaba por aquí: generar ilusión y hacer disfrutar de un partido. Sin sufrir, simplemente disfrutar del fútbol. No pedíamos tanto.
Desde el primer minuto, el Dépor pareció otra cosa. Quiles confirmó que es un gran acierto, a Miku se le vio mejor que en toda la temporada pasada, y los pases de Juergen en los dos primeros goles evocaron otros tiempos y otros jugadores sobre el verde de Riazor. Todo funcionaba con y sin balón, hasta el punto de que los centrales pasaron desapercibidos y Mackay quedó prácticamente inédito. Buenas noticias, como también lo son que Villares no fuese el más destacado del equipo. Y eso que hizo, igual que Álex, un gran partido, sobre todo en el equilibrio y en los ajustes necesarios para que la presión alta sobre los tres centrales rivales fuese un éxito. Porque el Dépor fue solvente con balón, y valiente sin él. Apretando arriba y emparejando a sus laterales con los carrileros del Celta B, incluso en campo contrario. Cualquier desajuste hubiese provocado que el equipo se rompiera, pero siempre estaban los pivotes para equilibrar el dibujo.
Para completar el día, los cambios mejoraron las prestaciones. Lectura de partido y fondo de armario. El equipo se estaba cayendo un poco al inicio de la segunda parte, pero tanto Calavera como Menudo (un gol y una asistencia en medio rato) hicieron que recuperase la manija y que el estadio viviese una fiesta constante hasta el final.
Y Noel. Su gol es la emoción hecha realidad. El sentimiento orgulloso de pertenencia de una afición que ve en un chaval que lleva toda la vida en Abegondo alguien de quien enamorarse por fin. La guinda para una noche perfecta. El estandarte de una generación que de verdad está tirando la puerta abajo y sobre la que ojalá el Dépor pueda cimentar su regreso a la élite. Porque es el primer partido de una temporada larga en la que pueden pasar muchas cosas. Pero llevamos años de sinsabores y meses muy duros a todos los niveles. Y nadie puede quitarnos el derecho a soñar.