Vuelve a Riazor.org ‘Alta Definición’, la columna de A. Calviño, y esta vez lo hace con la vista puesta en la fecha clave del partido de Pucela.
Camino de vuelta, se prometió no volver a viajar con el Dépor. «En la puta vida», repetía mientras los colegas se envolvían la cara en las bufandas secando las lágrimas entre gritos, insultos y maldiciones. Pocas cosas más futbolísticamente tristes que un bus de vuelta derrotado, abrazado a la desolación. Estrada Fernández había cometido el robo del siglo –o algo parecido al menos- y él, él y muchos, se sentían en Segunda. En Segunda robados y estafados, aunque la muerte se acabara por consumar en Riazor semanas después, contra el Valencia, 15.500 ocasiones falladas mediante. No podía ser de otra forma, pues crueldad y épica van de la mano de un deportivismo que las va combinando como puede, pero ese es otro asunto. Mi amigo, después de aquello, estuvo semanas repitiendo: «Estrada cabrón, suéltame», entre temblores nocturnos; perturbado, tardó en volver a soñar con golpeos de Mihajlovic y cabezazos de Madar. A mí, sin embargo, durante días se me estuvo apareciendo Rubén Pérez por los rincones como el conejo de Donnie Darko, mirándome fijamente con la camiseta Puma-Bandai del Atlético colgada al cuello. Aún hoy vivo con el miedo de ir por la calle y que el torpón gaditano me tire al suelo, con cualquier señor de parka y náuticos haciendo que pita penalti. No rompí la tele en el minuto 96 porque aquel bar de mierda -pegadito a la playa y lleno de arena, eso sí- donde veía el partido no era mío. Dos a dos y Barral tan fuera de sí como en el Boulevard. Cementerio asturiano.
Aquella temporada de hace un millón de gritos fue dos años atrás. Solo dos años atrás. Y ahora, tras el paseo imperial en Segunda, de nuevo estamos con la angustia corriendo desbocada por nuestras venas blanquiazules. Aquella temporada en la que los planetas parecieron alinearse para dar con el Deportivo en la categoría de plata fue, sin embargo, un espaldarazo al deportivismo más sentido; y también a las nuevas devociones. Como en tantas otras ciudades españolas, Barcelona y Madrid se lo estaban comiendo todo: arrasaban colegios, teñían campos con sus colores e invadían las casas como la peste. Eran el puto Grinch robándonos todo; la Navidad que se la queden si la quieren, pero que no toquen la pasión por los equipos pequeños porque, en realidad, éstos son los grandes aunque el tinglado no esté montado en torno a ellos. Lástima no poder elegir. Pero ese descenso lo cambió todo en Coruña. Y mi amigo, al igual que el resto, se levantó. «En la puta vida» fue una de tantas promesas rotas: estuvo en Alcorcón, Soria y Guadalajara, donde la tropa herculina, presta a conquistar, por tomar, tomó hasta bares, camas y corazones. Y estará en Valladolid, donde el ejército le reclama de nuevo para arrasar Pucela. Le llamé ayer y me contestó su novia, explicándome que lleva desde el domingo en cama, repitiendo «Ayza vete lejos, mamón» entre escalofríos y sobres de Paracetamol. Pero incluso convaleciente de amaños, sospechas y hombrecillos de negro, se subirá a un bus cargado de piquetes para ayudar a seguir escalando un muro del que ya habíamos creído tocar la cima, una gran pared de puntos y errores de la que ya no se puede caer, pues supondría el abismo absoluto. Cuesta pensar en verse de vuelta en la ‘B’ y sin la fuerza para el regreso, con las llamas consumiendo las entrañas de un club malherido y una afición tan entregada al último aliento que da miedo.
Y eso que dicen que cuando te acostumbras a las cosas, éstas se llevan mejor. Nada más lejos de la realidad. ¡Coño!, ya estábamos así como medio concienciados hace dos meses, pero llegó Vázquez con un foguete y nos subió a las nubes. Bajar de ahí arriba, o tan solo tambalearse… Y ni contamos al tocar el suelo. Ahora hay que quedarse. Sí o sí. Porque de un descenso se sale airoso; de dos, en tres años, resulta más complicado creerlo. ¿Volverá a estar ahí la afición si el equipo se quema de nuevo? ¿Seguirá la fiebre deportivista tras este esfuerzo de los últimos dos años y medio? Ya saben, ser de los que ganan es muy fácil y a la gente le encantan las modas. Las putas modas. ¿Y si también nos quedamos sin guapos? Eso ya sería desastroso, ahora que nos fascinan las niñas exaltadas y sus alaridos.
Y así, entre tanto y cuánto, subidas y bajadas, dudas e impagos, derrotas y el ‘sí se puede’, Pucela es la clave. Las llaves del sereno, la puerta a la más pequeña y grande de las glorias, el fútbol de una ciudad entera. El deportivismo, en su enésima, responderá a la llamada de tambores sin ganas de salvas al aire y llorar de nuevo. A la batalla, a ganar la guerra. Una invasión de azul y blanco, de fuerza atlántica y orgullo galaico, para traer tres puntos entre cánticos y la brisa de Coruña en el desértico Zorrilla. Miles de almas a una sola voz, a un solo objetivo. Y Miroslav en el medio otra vez. Besaremos la calva de Manolo y las rodillas de Juan Carlos, beberemos el espíritu de Peternac y brindaremos porque el enano Víctor está lejos. Confiados, dejaremos nuestras vidas sobre sus hombros, nuestros corazones latiendo en sus piernas y solo nos quemará el sol cuando Lahoz ponga fin y los once guerreros de corto nos lo devuelvan todo. Volveremos exhaustos, alegres, cantando, ondeando los estandartes, compartiendo grandes jarras de cerveza caliente, churrasco y vino. Felices. Que le den a los viajes rotos. Ésta no nos la quitan. Esta vez elegimos épica. Y, cuando la tormenta pase y la guerra acabe, se nos vendrá una sonrisa calma al recordar que, un sábado de mayo, invadimos Castilla para salvar el Norte.