Cuando Eddahchouri remató a las nubes una clara ocasión sin portero, el Deportivo revivió ante el Huesca uno de los males que lleva aquejando toda la temporada: la falta de pegada. Particularmente en el estadio de Riazor, el conjunto blanquiazul se encuentra con un techo de cristal que le impide dar el salto necesario para acabar de amarrar la permanencia y poder soñar con cotas mayores. Ante los oscenses no fue diferente y, pese a las ocasiones generadas, los de Óscar Gilsanz no fueron capaces de perforar la meta defendida por Dani Jiménez.
«Si la pelota no quiere entrar, ¿qué se le va a hacer?», reflexionaba Dani Barcia en la zona mixta. Una sensación compartida por el resto del equipo, que se resignaba a valorar un punto que pudieron haber sido tres en caso de tener de más acierto. Sin embargo, la realidad se muestra tozuda con los herculinos, dejando en excepción la efectividad ofensiva lograda hace un par de semanas en la victoria frente al Almería.
Lo cierto es que la situación no es ni mucho menos nueva, pues hasta en cinco ocasiones -Real Oviedo, Burgos, Málaga, Mirandés y Huesca- se quedaron sin ver puerta de un total de catorce jornadas disputadas ante la afición deportivista. Más de un tercio de los encuentros que lastran cualquier intento de convertir Riazor en un fortín y por contra colocan al Dépor como el quinto peor local de la categoría.
Adelantarse en el marcador, misión (casi) imposible
Las dificultades de cara al gol también se muestran a la hora de romper el hielo en una plantilla que insiste en demostrar su falta de abrelatas, pero que cuando lo consigue sí logra buenos resultados. En los cuatro choques que consiguieron marcar primero -Racing de Ferrol, Real Zaragoza, Eibar y Almería-, los coruñeses no solo no perdieron, sino que sumaron diez puntos de doce posibles. Una cifra que cuesta incrementar precisamente por un problema crónico de toda la campaña.