Luis Seoane, abogado de A Coruña y exalumno del Santa María del Mar, ha querido despedirse de Piño. El que fuera jugador y empleado del Deportivo, también fue entrenador en todas las categorías del Santa María del Mar. Como dice el propio Luis, Piño «marcó a muchas generaciones de chavales», con lo cual le ha escrito un texto a modo de homenaje. Estas son las líneas que nos ha remitido:
El fallecimiento de Piño ha llenado de tristeza, recuerdos y nostalgia a muchas generaciones de ex-alumnos del colegio Santa María del Mar que aprendimos a jugar al fútbol bajo su manto. Los de mi generación, nacidos a principios de los 80, y que por tanto no lo habíamos visto jugar, sabíamos quién había sido como jugador por lo que nos contaban nuestros padres y abuelos. Él siempre evitó hablarnos de su carrera, como si le quedase alguna espina clavada. El fútbol que le tocó vivir a Piño no es el de ahora, ni en la retribución de los jugadores, ni en los medios humanos y materiales de que disponen los clubes ni, por supuesto, en la medicina deportiva. Y las lesiones, por lo que nos contaban, terminaron truncando demasiado pronto una carrera muy prometedora, por lo que éramos conscientes, aún siendo niños, que el deporte profesional había sido injusto con él.
Recuerdo a su inseparable hermano Manolo, y a sus ex compañeros en el Deportivo Richard Moar y Alfonso Castro, también entrenadores durante años en Santa María del Mar, hablarnos de él con auténtica admiración. Siempre destacaban, más allá de su habilidad y destreza como extremo, lo listo que era en el campo. Y nos hablaban también de su compromiso y entrega al Deportivo, contándonos que, por ayudar al Club de su vida en sus años más oscuros, permitía que le infiltrasen su maltrecha rodilla, con una enorme jeringuilla, soportando un tremendo dolor para poder saltar al campo y defender el escudo, lo que seguramente, a la postre, le acarreó la cojera con la que convivió el resto de su vida, y que le impedía golpear el balón en los entrenamientos en el campo, entonces de tierra, del colegio.
Aquellas viejas historias de fútbol en blanco y negro que escuchábamos con los ojos como platos forjaron a muchas generaciones. Entrenó en Santa María del Mar desde 1981 a 2017, pero también dirigió, entre otros, al Club en el jugó de niño, su querido Unión Sportiva, labor de entrenador que compaginaba con su trabajo en el Rectorado de la Universidad, donde años después pude comprobar el cariño que le profesaban sus compañeros.
Piño era una persona a la que admirábamos, posiblemente porque nos enseñaba esas cosas que no se aprenden en las aulas. Con un inconfundible tono de voz, un lenguaje y una manera de expresarse muy especial, y que hoy por hoy posiblemente no pasarían el filtro de la doctrina pedagógica más exigente para dirigirse a niños y adolescentes, Piño nos mostraba, quizá sin ser muy consciente de ello, la otra realidad de la vida. Con Piño aprendimos a competir, a saber que para conseguir lo que deseas hay que pelear. A asumir que cuando perdías, no siempre era culpa de los demás. A su manera, nos enseñaba a esforzarnos, a ser autocríticos, a respetar al árbitro -a veces hacía verdaderos esfuerzo de contención para no ser un mal ejemplo-, a ser buenos compañeros y a saber comportarse en la derrota pero, sobre todo, en la victoria. Si había algo que no toleraba era que, ganando un partido con suficiencia, un jugador suyo tratase de humillar al rival con regates o toques superfluos, o que su equipo no respetase al oponente. Viejos códigos del fútbol. Tampoco llevaba bien la indolencia en el campo, pero apreciaba mucho, y protegía, a los jugadores de más calidad, los que recibían las patadas más alevosas, quizá por su propia experiencia como jugador.
Después de los partidos, si entendía que no nos habíamos esforzado, aún habiendo ganado, entraba en silencio en el vestuario, con rostro serio, y se encargaba de recoger las camisetas manchadas de barro y sudor para meterlas en la bolsa que luego él -todo un ex jugador del Dépor para nosotros- se encargaba de llevar al colegio el lunes, sin ser consciente de que su humildad, ante nuestra mirada de niños, era toda una lección de vida.