En el fútbol, y en la vida en general, hay sentimientos que no se pueden controlar ni explicar. Vivencias que solo se justifican con pasión. Y la de Giacommo Ratto, un chico nacido en Varese (Italia) en 1986, es buena muestra de ello. Futbolista profesional, recorrió medio mundo detrás de la pelota. Y tardó diecisiete años en ver a ‘su’ Dépor jugar en Riazor, diecisiete si iniciamos la cuenta allá en el 2000, cuando surgió su flechazo por el equipo. Víctima de una sorpresa en la que también colaboró el exjugador del Deportivo Joan Capdevila, el sábado salió desde el aeropuerto de Milán-Malpensa, hizo escala en Madrid y aterrizó a media tarde en A Coruña. Casi seis horas entre aviones y aeropuertos. Todo para cumplir un viejo anhelo. Todo para ver un Deportivo-Athletic. Aunque el rival fuera lo de menos.
“Yo siempre decía que quería volver a visitar A Coruña, pero nunca encontraba el momento. Y hace un par de meses, mi novia y un amigo que tengo en común con Joan Capdevila, me organizaron todo de sorpresa. Ellos me reservaron el hotel, me compraron el vuelo… Y Joan me consiguió la invitación para ir al estadio. Fue increíble”. Giacomo no disimula su felicidad al explicar cómo se forjó todo. Tras quedarse sin equipo, como jugador, hace algunos meses, el fútbol le volvía ahora a arrancar una sonrisa. La misma que cuando Walter Pandiani puso el 0-1 en San Siro. Pero de eso hablaremos más tarde. Hospedado en tierras gallegas desde el sábado hasta ayer, tuvo tiempo a conocer la Torre de Hércules, las playas de la ciudad, la fiesta coruñesa, la Deportienda… Y a Gustavo Munúa. En un paseo nocturno por el centro, el italiano se encontró al técnico del Fabril. Y le pidió una foto, claro. Y charló con él. “Le pregunté cómo había sido el cambio de jugador a entrenador, me dijo que era un reto tremendo, que estaba muy ilusionado. Me pareció una persona alla mano, como decimos en Italia, muy amable y cercana”, se sincera. Conocedor de todo lo que rodea al Deportivo, en medio de la entrevista Ratto me pregunta por el propio Fabril y por el derbi contra el Celta B, me cuenta que le gusta mucho el juego de espaldas de Uxío y que le encantaría ver a un delantero de su perfil en el primer equipo.
Echando la vista un poquito más atrás, menciona a Djalminha. “Yo a Djalminha le vi hacer cosas como a muy pocos jugadores en el mundo. Qué calidad tenía. Era una época donde el Dépor se podía permitir el lujo de dejarlo a él o a Valerón en el banquillo… ¡Y arriba estaban Makaay y Tristán!”. Entre tantos y tantos recuerdos, me habla de la expulsión de Andrade contra el Oporto, de la eliminatoria contra el Leeds… Y del 4-1 en Milán, a treinta minutos de su casa. “Aquel día fui con mi padrastro al Giuseppe Meazza, él llevaba su bufanda del Milan, yo compré la mía del Dépor en las afueras del estadio y por debajo llevaba la camiseta del Centenariazo. Cuando el Rifle marcó, yo me puse a saltar de emoción y la gente me miraba raro: no sabían si aquel loco estaba insultando a los jugadores del Milan por encajar el gol o animando a los del Dépor por meterlo”, recuerda entre risas. Aquel partido, que terminó 4-1 y precedió a la histórica remontada de Riazor, fue el primero de Giacomo en directo, fue su debut en la grada.
¿Pero de dónde surgió ese amor por el Dépor? “Era el año 2000, yo militaba en la cantera profesional del Varese FC. Un domingo por la mañana iba a jugar contra el Atalanta y, para ir despertando, encendí la tele. Repetían el Dépor 2-0 Betis del día anterior, jugaban Fran, Mauro, Flavio, ‘O Mago’ Djalminha, Víctor, Makaay… Y para mí hacían el mejor fútbol de Europa. Ese día, casi inconscientemente, me enamoré del Dépor” cuenta en un español casi perfecto, algo en lo que también tuvo influencia el equipo de sus amores. Obsesionado por saber más sobre aquel club y sus orígenes, unos meses más tarde, en verano, el protagonista de esta historia fue capaz de convencer a su familia para recorrer toda la costa norte de España, con final en A Coruña, claro. Era período de vacaciones, y pese a que sabía que no iba a poder ver ningún partido de su equipo, ‘Giaco’ quiso contemplar en primera persona cómo respiraba aquella ciudad, cómo se sufría por aquel equipo.
Aunque breve e incompleta, la experiencia le maravilló tanto que, de vuelta a su país, se puso un reto. ¿Cómo iba a enterarse de todas las noticias del Dépor desde Italia si ni siquiera sabía español? “Pensé que si quería estar al tanto de lo que le pasaba a mi equipo, lo mejor era aprender su idioma. Y sin clases particulares, solo con traductores online y escuchando narraciones de partidos en español, empecé a preocuparme por ello. Me hice autodidacta, si se me permite la palabra. Yo copiaba las noticias de las webs, las pegaba en el traductor y así, poco a poco, me iba enterando de todo. Casualmente, riazor.org se convirtió en una de mis mejores aliadas en aquella época, era la web que más visitaba”, afirma. Sin más ayuda que la de su propia fuerza de voluntad, con el paso de los años fue aprendiendo el idioma. Y años más tarde, a su paso por Panamá o Nicaragua, lo mejoró.
Precisamente en uno de esos países prosiguieron los que, a la postre, serían nuevos lazos con el Dépor. En 2013 compartió vestuario con un chico que, ahora desde el Fabril, genera ilusión en la parroquia deportivista. Durante un par de semanas, Giacomo fue compañero de Ismael Díaz en el Tauro panameño. Fue una época en la que el atacante de Centroamérica había despertado el interés del PSV Eindhoven, e incluso había llegado a viajar a los Países Bajos para realizar una prueba, aunque luego su fichaje no llegara a concretarse. “Todos hablaban maravillas de él, todos decían que era un chaval que seguramente llegaría a Europa”. Unos calificativos y una proyección que, como buen deportivista, desea ver en su club. “Ojalá se quede en el Dépor. Nos va a dar muchas alegrías, tiene un potencial enorme”. Como enorme es la historia que hay detrás de Giacomo Ratto, un deportivista en otra tierra, un deportivista de esos que le dan sentido a una pasión que no entiende de fronteras.