Solo un accidente, un balón largo que podría haber sido defendido mejor y el acierto del meta rival (o la falta de pegada, como quiera usted llamarle) le negaron al Dépor un triunfo más cómodo. Porque el Deportivo 4-2 Fuenlabrada fue un marcador más sufrido y escaso de lo que mereció el desempeño de uno y otro equipo.
En una gran primera parte a nivel ofensivo, el equipo de Cano se fue al descanso con un empate y gracias. Y en una segunda mitad en la que el rival cementó los constantes agujeros generados por los blanquiazules, el Deportivo volvió a encontrar la cadencia y la luz de la parte inicial.
Intervalos
Óscar Cano apostó por un once con tres novedades, aunque sin grandes revoluciones. Aunque donde sí hubo cambios relevantes fue en la estructura del equipo. Porque ante un Fuenlabrada dibujado tanto en ataque como en defensa en 4-4-2, Cano apostó por elevar la la posición de Rubén Díez como hacía tiempo que no se veía.

El zaragozano tuvo libertad para bajar, claro. Pero en la mayoría de los momentos se situó en una segunda o tercera altura. Todo con el fin de ejercer de acelerador más que de iniciador.
Ese papel de jugar más abajo fue para Isi Gómez, que en la práctica compuso el doble pivote de un Deportivo muy dúctil, pero que se asemejó a un 4-2-3-1. Con Villares acompañando al madrileño, Rubén Díez como mediapunta, Quiles y Soriano de teóricos extremos y Lucas de punta.

Esa estructura ayudó al Deportivo a encontrar una alta cadencia en su ritmo de juego. Pero donde de verdad estuvo la clave fue en la interpretación de los espacios por parte de los hombres de blanquiazul. Porque el Dépor siempre encontró la fórmula para progresar. Y lo hizo gracias a que sus piezas se ubicaron en los intervalos del canónico 4-4-2 de Alfredo Sánchez.
Con Isi Gómez o Villares (casi siempre el primero) ejecutando salida de tres, el Deportivo atraía no solo a los dos puntas del Fuenla, sino también a uno de sus extremos. Ahí se generaba la primera ventaja, pues el conjunto madrileño iba a molestar más que a robar. No se quedaba atrás replegado, pero tampoco era agresivo.
Así, el Dépor encontraba salida por fuera con el lateral o por dentro, pues Rubén Díez, Quiles o Soriano aparecían a espaldas de los delanteros o los centrocampistas rivales. Siempre al apoyo de un poseedor poco apretado. Siempre demasiado lejos de sus pares. Siempre en los intervalos entre piezas enemigas, haciendo dudar al rival sobre quién debía encargarse de ellos.

Especialmente evidente fue en el caso de Soriano y Quiles, capaces de encontrar de manera sistemática envíos filtrados de los iniciadores de juego. Recibiendo en el cuadrado entre el mediocentro, el extremo, el lateral y el central, lograron girarse y atacar de cara a un Fuenlabrada que veía cómo prácticamente dos de sus líneas eran superadas. Ahí, con Rubén Díez muy cerca de ellos, el Dépor se asociaba y activaba constantemente el tercer hombre para ganar dinamismo y atacar con velocidad hacia una nueva ventaja. Y, al estar tan junto y hundir al Fuenla, recuperar rápido tras pérdida.
Porque sí, el Deportivo encajó dos goles en la primera mitad. Pero fueron más frutos de accidentes o despistes muy puntuales que del juego, en un guion muy similar al encuentro de Riazor ante la Cultural Leonesa.
La amenaza de Lucas
Pero una cosa era encontrar el pase hacia delante y otra muy diferente, hacer daño. Para eso hacía falta más movilidad. Y no de seguir pidiéndola al pie, sino movimientos que amenazasen la espalda de la última línea del rival. Gente que estirase. Y más allá de un incansable Antoñito, capaz de atacar en profundidad una y otra vez, ese fue el papel de Lucas Pérez.
El delantero de Monelos, mal en los últimos encuentros, recuperó su mejor versión. Porque sí, Lucas Pérez ejerció de único punta. Pero con Rubén Díez, Quiles y Soriano ocupando ese espacio entre líneas al que suele descender él, no era necesario que apareciese de esa manera casi sistemática a pedirla al apoyo.

Así, Lucas se enfocó una y otra vez en trazar el mismo desmarque: dentro-fuera, atacando la espalda del central derecho con el que no se solía emparejar (Aleix Coch), para ofrecer una línea de pase al poseedor cuando la jugada avanzaba por el sector izquierdo. Una línea de pase que, además, le dejaba a él en posición de centro o de remate. El coruñés dio soluciones a un Carnero que no hace daño en profundidad, pero con el que se entiende. Y ejerció de complemento ideal a un Mario Soriano de matrícula de honor en la primera mitad. Porque ambos ocuparon espacios para beneficiarse mutuamente y trazaron movimientos complementarios.
De este modo, Lucas pudo empatar antes de que lo hiciese Quiles en un chut surgido a partir de este movimiento. Pero acabó siendo definitivo en el centro al área, con varios envíos muy buenos. Dos acciones casi idénticas que acabaron en la red previo paso por la cabeza de Quiles.

Por lo tanto, el Lucas Pérez más enfocado a aparecer con rupturas cortas aprovechando que el equipo ya estaba instalado en el campo contrario fue uno de los desequilibrantes en esta tercera etapa en el Dépor. Sin necesidad de construir juego y más vinculado al último o al penúltimo toque, Pérez redobló la tremenda amenaza que siempre tiene, hasta en los días malos.
Sin espacios, pero con espacios
Ese movimiento dentro-fuera de Lucas Pérez resultó el ganador en una segunda mitad en la que el equipo tuvo que picar piedra para lograr el Deportivo 4-2 Fuenlabrada final. Porque el conjunto madrileño ajustó bien en el descanso. Detectó que sus rotos estaban en los intervalos que atacaban Soriano, Quiles y Rubén Díez, siempre a espaldas de una línea y demasiado lejos de la otra. Y le puso remedio.

¿Cómo? Minimizando los espacios por dentro a costa de agigantarlos por fuera. Es decir, el Fuenla concedió al cuadro coruñés los carriles exteriores, pero le negó la posibilidad de combinar por el centro, como estaba haciendo hasta entonces. Así, sus extremos se cerraron mucho más para estar pendientes de Quiles y, sobre todo, Soriano. El mediocentro de ese lado basculaba y no concedía su espalda. Y el lateral cerraba la fortificación interior.
La consecuencia fue que el Deportivo pudo circular entre centrales, Villares e Isi. Y también abrir a las bandas con mucho tiempo y espacio para los laterales -sobre todo para Carnero-. Porque así lo pretendió el Fuenlabrada, que priorizó cortocircuitar las conexiones entre Díez, Soriano, Quiles y Lucas.

La jugada le salió bien. Porque el Deportivo no fue capaz girar al bloque rival. Hasta que Óscar Cano dio entrada a Max Svensson, en un cambio tan esperado y predecible como ganador. Porque con dos puntas amenazando la última línea del Fuenlabrada, el Deportivo sí encontró, de nuevo, la profundidad.
Porque sí, el Fuenlabrada se seguía protegiendo por dentro para que los atacantes del Dépor no recibiesen al pie. Pero con la nueva estructura en 4-4-2 con los puntas muy abiertos, el pase a Raúl Carnero ya no provocaba que se perdiese la jugada. Más bien era una forma de encontrar continuidad y ganar profundidad.

Se la dio Max Svensson con sus desmarques de ruptura dentro-fuera. Y se la dio, de nuevo, Lucas Pérez. Otra vez en un movimiento a la espalda del sector derecho de la defensa, el de Monelos encontró posición de centro. Esa pauta de jugar con los puntas tan separados provocó un 2 contra 2 en el lado opuesto. En igualdad numérica y con marcas laxas, el Dépor lo aprovechó. Svensson atacó el primer palo y Quiles el segundo. El envío fue al andaluz y su cuello hizo el resto.

Fue el tanto con el que el equipo de Riazor culminó la remontada de la ‘era Cano’ hasta el Deportivo 4-2 Fuenlabrada final. El gol con el que el Dépor encontró la forma de aprovechar los espacios por fuera que el rival le otorgaba para recuperar una cadencia que, cuando es alta, resulta casi imposible de igualar por el contrario.