Volvió a ser el Dépor que disfruta sobre el campo. Como ante el Castellón, Cádiz, Cartagena o Albacete, pero sin goleada. El Málaga 1-1 Deportivo fue un encuentro en el que el equipo blanquiazul no ganó un punto contra un rival directo, sino que perdió dos. No solo porque el rival encontró el empate en los últimos minutos, sino sobre todo porque, durante gran parte del choque, el conjunto deportivista impuso el guion que más le convenía.
El cuadro de Óscar Gilsanz presionó alto e incomodó las ofensivas del Málaga, sí. Pero es que, además, encontró una gran fluidez ofensiva. Más allá de su poderoso contragolpe, capaz de aparecer con mayor o menor presencia en cualquier tipo de partido, el combinado herculino fue capaz de hilar ataques posicionales que le llevaron a desarbolar a su rival, a acumular más méritos para vencer hasta encontrar el acierto y a perdonar en el tramo final la sentencia.
El Málaga 1-1 Deportivo sabe a muy poco. Pero esa agria sensación, al menos, se endulza si se pondera que el Dépor volvió a ser, de nuevo, el Dépor que todos conocemos.
La conexión por dentro
Sin Escudero, sin Villares, sin Barbero y con un Lucas Pérez tan mermado que ni siquiera pudo participar entrando desde el banquillo. Gilsanz afrontaba el duelo de La Rosaleda sin cuatro piezas que forman el núcleo del reducido grupo de futbolistas que están siendo de verdad útiles este curso.
Con Obrador en el lateral izquierdo y Bouldini en el puesto de ariete como recambios naturales, quedaba por ver cómo resolvía el técnico de Betanzos la ecuación en su centro del campo. Y la respuesta fue la más obvia: Soriano a la mediapunta y el único mediocentro que tienes en dinámica disponible, José Ángel Jurado, al doble pivote.
Así, el Deportivo se estructuró en un 4-2-3-1 que empezó a crecer a partir de la figura de José Ángel y la interrelación que pudo generar con Soriano. El andaluz es el pivote deportivista con más variedad de pase, pero también con más clarividencia a la hora de encontrar al hombre libre. Siendo un futbolista aparentemente lento, es el más rápido de cabeza. Y su presencia permitió al cuadro blanquiazul ganar en paciencia y claridad a la hora de construir desde atrás.
Jurado quiso jugar de cara y para ello no dudó en rebajar su altura a la de los centrales. Bien fuese incrustándose entre los Pablos, bien fuese lateralizando su posición, José Ángel fue fundamental para que el Deportivo encontrase una salida de balón tan aseada como inteligente. Su posicionamiento hizo dudar al Málaga, que se estructuró en un 4-4-2 que pretendía presionar alto pero sin romperse. Y claro, ante el buen hacer del Dépor, se quedó a medio camino.
El ’20’ deportivista generó la primera superioridad numérica, pero de poco hubiese valido si por delante no hubiese estado un Mario Soriano capaz de ofrecer constantemente soluciones. Con Mfulu como tercer elemento más encargado de atraer a un medio rival y de dar continuidad con pases fáciles, la presencia del Joker en un escalón más elevado terminó de hacer fluir al Deportivo por dentro. Actuando de mediapunta con una libertad que le permite expresar su fútbol en plena potencia, Mario fue el mejor socio de José porque uno y otro se entienden. El zurdo tiene capacidad para ejecutar pases interiores y no hay nadie que aparezca mejor en esos espacios que el madrileño.
Así, bien fuese a espaldas de la línea de cuatro centrocampistas rivales, bien fuese a su cara, Soriano fue siempre el faro que guio al Dépor. Él giró las jugadas, superó líneas desde el giro o aceleró los ataques. Él, reconociéndose como futbolista marcado, generó espacios para que fuese Yeremay quien acudiese a recibir en su zona, lejos del marcaje de Gabilondo. Él se identificó como tercer hombre para recibir las pocas dejadas que Bouldini conquistó ganando duelos sacando de zona a un central. Y él fue el primero en una presión que resultó decisiva en acciones como la del gol.
Jurado fue el inicio, Mario fue el final. Ambos conformaron una conexión cristalizada en 13 asociaciones entre ellos, muchas de ellas claves para batir líneas de presión y permitir que el Deportivo mirase desde atrás hacia delante.
Un Deportivo con pausa y vértigo
El Deportivo fue pausa gracias a un Jurado que generó superioridades y aportó calma. Mientras, Soriano fue el catalizador encargado de elegir los cambios de ritmo. Y Yeremay y Mella los encargados de transformar esa elección en vértigo real. El Dépor fue superior al Málaga porque el conjunto de Sergio Pellicer nunca logró cortar el juego interior visitante. Y eso que trató de hacerlo a partir de la posición de sus extremos cerrados en inicio.
Sin embargo, el cuadro de Gilsanz sabía cómo abrir al rival. Le atrajo, le puso el cebo. Lo movió a un lado buscando a sus laterales abiertos y altos para, posteriormente, girar al pasillo contrario. Se juntó dentro. O bien buscó más directo a un Bouldini incapaz de llegar a la gran mayoría de duelos, pero poderoso en las pocas situaciones que logró disputar y, sobre todo, capaz de condicionar al rival.
Así, a través de esta variedad el Deportivo logró poner a Mario Soriano en muchas situaciones de cara. Y con espacios por delante, lograr que el madrileño juegue mirando hacia portería es sinónimo de acelerar. Sobre todo si en sus costados tiene a Yeremay y a Mella. Como decimos, ambos fueron los encargados de poner la sexta velocidad. De recorrer metros al espacio o en conducción, amenazando a una última línea del Málaga que solo podía recular.
Yeremay fue más Yeremay que nunca al jugar tan cerca de un Mario Soriano con el que se entiende. Ambos se potencian. Porque un futbolista es él mismo y su contexto. Y si un talento individual tiene cerca a otro que habla su mismo idioma, la suma es en realidad multiplicación.
Mario y Yere se buscaron con asociaciones cortas y paredes difíciles de defender. Situaciones de juego a las que el canario añadió su amalgama de trucos para irse del encuentro con 7 de 8 regates exitosos, según Opta. Una barbaridad. Una máquina de generar ventajas.
Si Yeremay fue la amenaza al espacio pero sobre todo al pie, Mella fue el futbolista capaz de estirar al equipo. Si el Málaga no presionaba al poseedor, ahí estaba él para cortar a la espalda de la defensa local. Si el Deportivo lograba superar la presión, ahí estaba él para amenazar al espacio. De estas dos circunstancias generó dos manos a manos que se iniciaron con dos carreras desde más allá de la línea divisoria. A pesar de su desacierto, Mella volvió a ser ese sistema ofensivo en sí mismo que permite al Deportivo expandirse independientemente de la altura del campo en la que se encuentre el bloque.
Una cuestión de energía… y de amenaza
Así, a través del colectivo y de la inspiración de sus futbolistas más talentosos con pelota, el Deportivo fue capaz de generar muchas situaciones de ofensivas peligrosas. Fueron 13 remates, pero también otras muchas situaciones que se quedaron por el camino por malas ejecuciones o tomas de decisiones. Esa finura que el equipo tiene para progresar le volvió a faltar en último tercio para ser dañino de verdad, en un partido que recordó al de la primera vuelta… y a otros tantos con Idiakez en el banco.
El Málaga fue un equipo ideal para este Deportivo por su forma de defender. Pero tampoco en ataque le generó demasiado, como sí sucedió en algunos momentos en la ida en Riazor. El choque volvió a ser abierto, pero más inclinado todavía hacia la meta de Alfonso Herrero.
No respondió el Málaga porque el Dépor ni le ofreció situaciones para contragolpear -logró estirarse y hacer correr hacia atrás a su rival-, ni le dio demasiados momentos para coger oxígeno. Clave en este sentido fue una presión alta que fue ajustando a lo largo del partido. Empezó con dudas, sin perseguir al segundo punta Lobete y desajustándose por las dificultades para abarcar campo de Bouldini, los ‘saltos’ de Yeremay sobre el central derecho Pastor y el excesivo recorrido de Obrador para acudir a tapar al lateral Gabilondo.
Pero poco a poco, fue ajustándose hasta elevar una presión en la que Mella se convertía en un centrocampista más si era necesario para bascular y Nuke Mfulu ejercía de quinto defensor si era preciso compensar las persecuciones hacia delante de algún futbolista de la zaga del Deportivo.
Tras el Málaga 0-1 Deportivo, el equipo blanquiazul no renunció a ese bloque alto. Tampoco con los cambios. Lo que sucedió fue la que la energía empezó a ser menor… al igual que la amenaza. Así, entre que los sustitutos bajaron el nivel y Gilsanz no se atrevió a igualar el número de modificaciones de su rival por miedo a que el oxígeno nuevo no compensase el bajón de rendimiento, el Dépor se empezó a ajustar en un bloque más medio en el que tampoco vivía incómodo.
Aunque el equipo ya no lograba presionar al poseedor que jugaba de cara, pero sus escasas distancias entre líneas le permitían ser agresivo cuando su rival trataba de filtrar el balón dentro, al contrario de lo que sucedió, por ejemplo, ante el Zaragoza. Es cierto que apenas lograba estirarse porque ni Davo podía ser referencia en el juego directo, ni aportaba esa solución al espacio. Tampoco las conducciones de Gauto son las de un Mella fresco o las de Yeremay. Pero no sufría.
Hasta que en una recuperación desde la que buscaba expandirse para ganar aire, una pérdida de Davo al no hacerse fuerte como delantero provocó que el Málaga encontrase el pasillo derecho blanquiazul abierto. De una posible contra, a una ‘recontra’ desde una posición peligrosísima. Balón al espacio y centro al primer palo que acaba en gol. Málaga 1-1 Deportivo. A pesar de volver a ver la mejor identidad blanquiazul, un solo punto.