Tomás Magaña reflexiona sobre la propuesta de Fernando Vázquez y sus motivos para mantenerla en una nueva entrega de ‘El Mediapunta Defensivo’.
A ocho jornadas de la meta, el Deportivo se mantiene donde ha estado durante toda la temporada. En lo alto, amarrado a la posición de privilegio que no han sabido alcanzar ni aquellos que manejaban más capital para armar sus planteles, ni quienes menoscabaron sin pudor el potencial del blanquiazul. Un campeonato donde los teóricos gallitos tropiezan con frecuencia permitiría meterse en la pomada con un apurado esprín final, pero no es el caso. La explicación tampoco pasa por los abundantes movimientos que permitió el mercado invernal; de hecho, el equipo apenas ha incrementado en un 0.13 su media de puntos respecto a la primera vuelta.
Las claves de la exitosa campaña herculina se encuentran en territorio más profundo, difícil de divisar desde la calentura del resultado semanal. El timonel del Dépor escogió hace tiempo una ruta hacia el ascenso, la que le pareció más segura, aun no estando exenta de obstáculos como ninguna lo está. Marcó la senda sobre el mapa, apretó el volante entre las manos y se juró no desviar la vista del horizonte final. Viese lo que viese, escuchase lo que escuchase, ocurriese lo que ocurriese. No es obstinación, es perseverancia.
El tiempo enseña que, al menos en fútbol, el trabajo es mucho más relevante que el estilo. No se trata de ser más o menos ofensivo, se trata de saber cómo serlo y cómo ganar siéndolo. El riesgo injustificable no es un defensa o un delantero más sobre el tapete, sino la decisión que se toma sin conocer ni medir sus posibles consecuencias. La acumulación de jugadores en una u otra zona suele tener efectos contraproducentes cuando son ellos los primeros sorprendidos, cuando se improvisa sobre la marcha por temor al adversario o a la desaprobación de la grada. Lo trabajado, lo conocido, lo asentado, es lo que brinda frutos a largo plazo.
Y en cualquier caso, los contratiempos son inevitables. Los encuentra a sus espaldas quien apuesta por someter al rival, se le echan encima a quien prioriza resguardarse. Esto último es lo que le ha sucedido al Deportivo en algún partido de la presente temporada. Quiere defender porque se siente más cómodo en ese terreno, por la sencilla razón de que protegerse es lo que mejor sabe hacer. La escasa vistosidad de la fórmula deriva en juicios frecuentemente oportunistas: lo que es genialidad cuando se gana se convierte en cobardía cuando el Tenerife consigue empatar de penalti.
Tampoco quiero decir que Fernando Vázquez no haya cometido ningún error, ni que no me haya sentido contrariado con algunas decisiones difíciles de comprender. Pero, según se acerca la jornada 42, los momentos de debilidad, las torpezas, las equivocaciones, todo va quedando enterrado bajo el peso del resultado, ese tirano al que el deportivismo habría vendido su alma por un ascenso al minuto siguiente de perder la categoría. A base de solidez, sentido común, estabilidad, valores difíciles de encontrar en tiempos de zozobra, como bien saben y sufren algunos de los que estaban llamados a competir con el Dépor y llegan tarde a la fiesta.
La verdad es que no sabía muy bien cuándo escribir estas líneas. Supongo que ahora que todo se ve cerca y de cara también es demasiado fácil, como lo sería después de una victoria, o después del último encuentro del año si el final es tan feliz como parece que será. Imagino que escribirlas después de una derrota sería ceguera, peloteo o algo peor. Así que he decidido soltarlas ahora, cuando el fútbol ha regresado, cuando los obesos se han convertido en estilistas, los traidores en mariscales, los indolentes en brillantes armadores, los lisiados en eficaces artilleros. Porque, pase lo que pase el domingo, el timonel seguirá siendo el mismo. Y en algún momento habrá que reconocer sus razones.