Es cierto que tenía coartadas. Poco tiempo, muchas bajas… pero la puesta en escena de Luis César como entrenador del Deportivo fue pésima. La cuota de responsabilidad no debe ser completa para un técnico que acaba de llegar cual paracaidista, pero sí tiene culpa por creer que el simple hecho de que cambiando la cara que se sentase en el banquillo sería suficiente para activar a un grupo inerte.
Porque esa fue la única diferencia entre el Dépor de Gran Canaria y el de Girona, por ejemplo. El de Vilagarcía no tocó nada en cuanto dibujo y, si nos fiamos de lo visto en el terreno de juego, tampoco en la idea. El equipo blanquiazul necesita algo más que palabras de ánimo, necesita cambios tangibles en la dinámica, empezar a construir de cero algo que no tenga nada que ver con lo anterior. Tierra quemada.
Sorprende, para empezar, que ni Anquela ni ahora Luis César hayan reparado en que la solución puede estar en sumar más centrocampistas. Partiendo de una simple cuestión de número. Y es que se sigue incidiendo una y otra vez en un planteamiento erróneo. El técnico gallego, lejos de intentar buscar otro camino, ha decidido empezar por darle cabezazos a la misma pared a la que su antecesor apenas había logrado hacer rasguños.
Ni Bergantiños ni cualquiera de sus acompañantes están logrando sostener a un equipo al que cada rival estira con una facilidad pasmosa. Eso en defensa, pero no es el único problema. En ataque el conjunto herculino está todavía más partido, con los jugadores que deberían sacar la pelota abandonados a su suerte mientras el resto mira como estatuas. Es hora de asumir que no se cuenta con jugadores de banda que desborden y que vale la pena sustituirlos por futbolistas que faciliten tener el balón para, al menos, intentar controlar los partidos de otra forma.
Los entrenadores no están ayudando, eso es innegable, pero conviene no apartar la vista de los protagonistas sobre el césped. Un grupo sin carácter y con un bloqueo mental de tal calibre que a veces da la sensación de estar paralizado. La del Dépor no es la peor plantilla de Segunda, ni mucho menos, pero está jugando como tal, en parte porque la mayoría de sus integrantes tienen tanto miedo a fallar que ni siquiera lo intentan.