Un equipo que solo disfruta expresándose de una manera: con balón y a la máxima velocidad posible. El Dépor volvió a encontrar en el Nuevo Mirandilla esa conjunción de inspiración, estrategia y contexto ideales para generar una nueva tormenta perfecta, cristalizada en un emocionante Cádiz 2-4 Deportivo.
No le hizo falta ni siquiera todo el partido. Bastó con una reacción mitad mental y mitad táctica para darle la vuelta a un encuentro en el que estaba siendo totalmente superado. Marcó el primer gol, no le afectó el empate. Marcó el segundo, no le afectó el empate pese a la polémica. No le afectó el penalti anulado ni tampoco la expulsión de Mella. Marcó el tercero y sentenció con el cuarto.
Daba igual lo que pasase. El equipo de Óscar Gilsanz había entrado en trance. Había roto a expresarse. Los muchachos se quitaron las cadenas y, simplemente, se dedicaron a jugar como saben. Y el resultado fue una segunda parte, impulsada por el final de la primera, de un caos en el que el Deportivo se maneja como pez en el agua. Podrá no ganar si le falta acierto. Pero como sus atacantes tengan inspiración, el resultado acaba en goleada.
¿Quién soy? ¿Dónde estoy?
Fue una media hora inicial tétrica de un equipo que se había olvidado la identidad en A Coruña. El primer tercio de partido resultó un absoluto quiero y no puedo por parte de un Dépor que fue absuelto por el Cádiz. Sin terminar de ser súper amenazante ni aprovechar sus ocasiones, el cuadro dirigido por Paco López pegó un repaso a la escuadra blanquiazul, que partió de una pésima gestión del balón para extender sus males a todas las fases del juego.
Si no atacas bien, es difícil que defiendas bien. Y eso fue lo que le sucedió a un Deportivo que saltó al Nuevo Mirandilla con Mario Soriano de nuevo en el doble pivote, formado por primera vez centro del campo con Mfulu y dejando a Villares en el banco. El lugar de extremo izquierdo que el Joker había ocupado ante el Sporting fue para un Yeremay Hernández que regresaba al once, como también lo hacía Escudero.
Ese trío Escudero-Soriano-Yeremay auguraba buenas posibilidades para el Dépor en materia de capacidad para sacar el balón desde atrás y progresar. Sin embargo, nada más lejos de la realidad. El Deportivo fue absolutamente incapaz de concretar buenas secuencias de pase desde su zona de iniciación.
Gilsanz apostó por una disposición en la que los dos centrales y los dos laterales jugaban prácticamente a la misma altura, con Mfulu justo por delante atrayendo una marca rival pero sin ejercer nunca como posible receptor y Soriano orbitando para aparecer más por dentro o más lateralizado a la izquierda. Mientras, Lucas ejercía de interior más alto, situado en el carril intermedio derecho, pero con libertad para aparecer al apoyo como tercer centrocampista. En la última línea, Mella y Yeremay partían muy abiertos, aunque con cierta libertad para descender para tratar de recibir y girarse o encontrar un compañero de cara.
Lo cierto es que con su disposición, el Dépor se mató a sí mismo. El Cádiz tan solo tuvo que apostar por un 4-4-2 presionante, que emparejaba al hombre en las zonas cercanas a balón. Únicamente con una activación y coordinación óptimas, el conjunto gaditano era capaz de ensuciar cada reinicio de un Dépor con muchísimas dudas.
El equipo deportivista colapsaba en cada ataque. Helton apenas atraía la presión para ejercer superioridad numérica, los defensores no conducían ni cuando tenían tiempo y espacio para atraer a la marca de compañeros. Las decisiones eran malas. Los perfilamientos, controles, pases y movilidades también. Por la derecha, Ximo erraba, Lucas no lograba aparecer y los apoyos de Mella están lejos de ser una de sus mejores virtudes. En la izquierda, había colapso.
El Deportivo estaba encorsetado y, al final, todo se basaba en balones largos para evitar perderla. Unos balones que Barbero, demasiado solo, era incapaz de ganar casi siempre. Buscar al ariete está bien como solución. Pero el almeriense, al menos en Segunda, no es Superman.
Así, un Dépor al que el balón le quemaba se encontraba con unas distancias siderales entre líneas que le dificultaban presionar. En ese momento de press tras pérdida, no había densidad de futbolistas en la zona. Mientras, cuando el equipo se disponía en fase defensiva, su bloque alto enseñaba resquicios.
La presión alta de Gilsanz no es tan ‘temeraria’ como la de Idiakez. El preparador de Betanzos prefiere guardar la superioridad numérica en la última línea y, al mismo tiempo, tratar de unir al equipo. Sin embargo, en ocasiones y precisamente por esta tendencia a arriesgar pero no mucho, el Dépor se está quedando a medias.
Así sucedió durante la media hora inicial ante el Cádiz. Porque cuando el Deportivo apretaba alto, a partir de un marcado 4-1-3-2, su primera línea no lograba incordiar lo suficiente. Mfulu, libre, era incapaz de fijar referencias pese a situarse como pegamento entre el bloque alto y la defensa. Mientras, los zagueros no terminaban de atreverse a perseguir los descensos y priorizaban mantenerse en su zona.
Todo esto cristalizó en un Cádiz que se encontró cómodo para salir desde atrás y que encontró en los apoyos de sus puntas, como suele hacer, una solución para progresar como paso previo a jugar hacia fuera. En los carriles exteriores, Iván Alejo partía desde atrás para, una y otra vez, buscar la profundidad aprovechando los arrastres que Sobrino ejercía sobre Escudero. Mientras, en la izquierda, bien Ocampo bien Matos eran los que recibían casi siempre solos en amplitud para poder atacar de cara y a la carrera a un Deportivo roto que, al menos, en ese terrible momento se sustentó gracias a sus buenas acciones defensivas finales, por muy al límite que fuesen.
Un cambio que lo cambia todo
El choque estaba siendo un monólogo del Cádiz ante un Deportivo a merced. Se olía que el 1-0 llegaría más tarde o más temprano. Sin embargo, superada ya la media hora, Gilsanz decidió cambiar. Era evidente que el bloque amarillo estaba siendo de capaz de encontrar desde su presión y estructura igualdades numéricas de manera muy simple. Así que el preparador de Betanzos decidió pedirle a Mfulu que diese un paso atrás. No solo para que el africano pasase a ser un elemento más del circuito, sino para que además lo hiciese viendo el fútbol de cara. Buscar a Nuke como receptor de espaldas, en carril central y presionado es una temeridad. Pedirle que juegue mirando la portería rival, no tanto.
A la modificación táctica, tan simple como brillante, se le unió el ‘click’ mental que provocó el primero de los muchos eslálones de Yeremay Hernández. El Dépor no solo se dio cuenta de que podía amenazar, sino que empezó a sentarse más cómodo a la hora de circular y le planteó un nuevo reto al Cádiz. El equipo cadista ya no llegaba para abarcar la amplitud de un Deportivo que salía por fuera, podía proyectar algo más a sus laterales y empezaba a tejer las sociedades por la izquierda que, a la postre, le harían ganar el partido.
Mario Soriano seguía ejerciendo como elemento bisagra, pero tanto él como Escudero y un Yeremay que empezaba a descender para compensar la ausencia de Mfulu ya tenían más tiempo y posibilidades. El ’21’ no paraba de pedir calma a su equipo. Y el colectivo logró alcanzar ese estado de relajación necesario como paso previo para encontrar la clarividencia. Así, juntándose Soriano, Escudero y Yeremay, se tejió el primer gol y afortunado gol.
Tres de los cuatro futbolistas del equipo con más calidad asociativo construyeron el triángulo móvil fuera y Mella, ejerciendo como segundo punta, atacó la profundidad. Casi fuera de juego y tanto en propia, sí. Pero un 0-1 que fue consecuencia del juego, por muy poco que hasta entonces hubiese demostrado el cuadro herculino.
El Deportivo tenía el partido donde quería. Pero entonces llegó una nueva desatención. Con una línea defensiva adelantada, es primordial presionar al poseedor. El Dépor no lo hizo y Kovacevic con todas las facilidades del mundo para poner el esférico a la espalda de una línea adelantada. Vázquez llegó en diagonal para cortar y mandar a banda. Pero el Cádiz sacó rápido y mientras los Pablos se repartían las marcas en el área, Mfulu no era consciente de que a su espalda se incorporaba Álex Fernández: 1-1.
La doy y me muevo, ‘versión Premium’
El encuentro se fue al descanso igualado. Parecía que el Deportivo había perdido su oportunidad, después de haber hecho lo más difícil. Pero nada más lejos de la realidad. El cuadro coruñés ya había conseguido enhebrar el hilo en la aguja. Y una vez lo logró, el resto fue coser y cantar. O, al menos, lo pareció.
Gilsanz reforzó en el descanso la posición de Mfulu, al que mandó prácticamente como tercer central cada vez que el Dépor se disponía a presionar alto. Así, la estructura defensiva pasó a ser algo más similar a un 5-3-2, con Mella y Yeremay ayudando mucho por dentro cuando tocaba para emparejarse con el mediocentro rival al que no podía marcar Soriano.
Ese módulo permitió al equipo dar un par de pasos más hacia delante. Pero, sobre todo, le permitió hacerlo con seguridad. Así, el Cádiz era quien empezaba a sufrir. El cuadro gaditano ya no tenía posesiones largas. Ni siquiera lograba salir limpiamente. Y así, sus distancias empezaban a ser más amplias. El choque empezaba a virar hacia la meta de David Gil, pues el Dépor dominaba y aprovechaba ese bloque más largo que tenía enfrente.
El guion mantenía la misma dinámica que en el inicio del choque, pero con los protagonistas cambiados y una forma de atacar en la que el Dépor juntaba todavía más piezas por la izquierda. Escudero, Soriano y Yeremay se interrelacionaban con el balón, intercambiando posiciones siempre a distintas alturas y en distintos pasillos. Y a ellos se le unía un Lucas que dejó atrás su rol de ‘interior’ derecho para ser, de facto, segundo punta y caer constantemente a ese perfil.
El de Monelos ejerció de cuarto elemento del triángulo en la pases cortos, pero dio también la profundidad necesaria para dañar a un Cádiz que se desajustaba constantemente ante esas interrelaciones. Así pudo llegar el gol de Ximo, pero así también acabó llegando el 1-2.
El Deportivo había encontrado la fórmula mágica. Y ni todos los golpes sufridos le llevaron a la lona. Los muchachos habían salido, por fin, a jugar. Sin cadenas. Sin miedos. Como en el patio del colegio. Tan fácil como lograr que se expresen como ellos saben. Tan difícil como alcanzar el contexto adecuado para que sus cualidades emerjan. Y cuando los buenos disfrutan, logran acercar al ‘killer’ al coto de caza y este tiene la mirilla de la escopeta afinada, solo queda aplaudir.