El Deportivo 4-0 Algeciras fue el ‘redebut’ soñado para Rubén de la Barrera y el chute emocional que el equipo y el deportivismo necesitaban para afrontar con más optimismo el playoff de ascenso. En un encuentro en el que el conjunto herculino salió muy activado y todo se le puso de cara desde el principio, el Dépor fue capaz de golear a base de control y vértigo, aprovechando las debilidades de su rival y reforzando con sensaciones positivas los numerosos cambios que introdujo el nuevo staff.
Control con riesgos
Rubén de la Barrera sorprendió. Y mucho. Por el número de cambios en el once (7) y por la estructura inicial. Porque el preparador coruñés renunció al 4-3-3 más habitual de esta temporada para introducir delantero centro y extremo puros, una fórmula poco habitual en el Dépor. Todo apuntaba hacia un 4-2-3-1 que en ataque fue algo parecido, pero de manera muy asimétrica, pues Lucas Pérez nunca ejerció de extremo derecho y flotó entre ser segundo punta cerca de Max y mediapunta cerca de Soriano.

Parte de ese planteamiento tuvo que ver con las características del Algeciras, seguro. El conjunto andaluz es uno de los equipos de la competición que más arriba va a buscar a sus rivales. Y en Riazor no quiso cambiar. El Dépor lo intuyó y decidió diseñar un plan basado en el control con riesgos. Porque quiso sacar el balón jugado (casi) siempre desde atrás.
¿Y por qué asumió riesgos De la Barrera? Por varios motivos: implicar mucho al portero en la iniciación, no hacer descender a un centrocampista a la altura de centrales para generar superioridad numérica o priorizar progresar con pases por dentro en vez de por fuera o al espacio. La mezcla de todas esas cuestiones, unidas a un Algeciras que fue arriba pero algo desajustado y sin agresividad, terminó por dotarle de control y permitirle encontrar muchos ataques en situaciones muy peligrosas.

Iván Ania introdujo, en defensa, un 4-4-2 de bloque alto, en el que uno de los delanteros se encargaba de los centrales, el otro controlaba al pivote deportivista, los extremos se quedaban en zona intermedia intentando disuadir el pase al lateral y los dos medios se emparejaban con los centrocampistas rivales que apareciesen en su zona.
Pero el Deportivo entendió muy bien cómo sortear esa presión. Para empezar, con los laterales relativamente bajos en predisposición de recibir, evitaba que los extremos visitantes pudiesen ayudar al doble pivote Ortiz-Fernández. Para continuar, no hacer descender a un centrocampista le daba a Lapeña y Pablo una opción más de pase hacia delante. Y generaba en el mediocampo una superioridad numérica evidente. Porque a veces incluso era hasta cuatro contra dos si Álex Bergantiños -excelso en el posicionamiento- se alejaba de los dos puntas rivales para recibir y Lucas aparecía prácticamente a la altura de Soriano.

Así, ampliando las distancias entre un doble pivote rival que estaba demasiado solo, el Deportivo tejió muchos de sus ataques. Aunque la variedad de recursos en el inicio de juego fue evidente, pues también se observaron rutinas como un Villares lateralizado para juntar al equipo sobre la derecha, hacer bascular al Algeciras y entonces girar el juego hacia Soriano, sujeto a la espalda de Ortiz. O las caídas del propio Soriano a banda para arrastrar al ex del Pontevedra y generar más espacio dentro.
El vértigo
El Deportivo tuvo la suma de control, paciencia y atrevimiento suficientes como para construir desde atrás hasta encontrar la situación propicia que le permitiese correr. Porque sí, el Deportivo fue más vertical que de costumbre. Lo fue gracias a la introducción de Yeremay y Max Svensson, unidos a la predisposición de Lucas Pérez y Soriano de atacar de manera agresiva la meta rival. Pero también pudo serlo gracias a que se encontró enfrente a un rival que no le esperó en bloque bajo. Y que, además, recibió muy pronto puñaladas mortales.
El Algeciras fue muy arriba. Pero eso implicaba la necesidad de robar o provocar un pase poco preciso. Y el Deportivo, por lo comentado anteriormente, fue capaz de fabricarse soluciones gracias a su movilidad, interpretación y mayor número de futbolistas por delante de balón.

Así, cada movimiento de apoyo de Mario o Lucas dejaba libre al otro, pues ni los centrales ni los laterales del Algeciras perseguían hasta tan arriba. Para Admonio y Jordi Figueras era una temeridad, mientras que Albarrán y Tomás estaban fijados por las amenazas de Trilli y, sobre todo, Peke.
De este modo, cada vez que el Dépor logró recibir dentro, se generó una ventaja. Porque el Algeciras iba arriba, pero sin encimar demasiado. Y al ‘saltar’ (tarde) a por el poseedor, surgía el desequilibrio con otro hombre libre. Un desequilibrio al que, como decimos, contribuyó el Deportivo con su intención de ser vertical.
No solo por atacar con agresividad en cuanto se podía encarar a la línea defensiva, sino también por buscar mezclar esos apoyos de Lucas y Soriano con movimientos de ruptura de Svensson o hasta Villares, que compensó en muchas ocasiones al de Monelos. Yo vengo, tú vas.

El Dépor apenas encontró productividad en esas movilidades buscando la profundidad, pero esos movimientos sí ayudaron a agrandar los agujeros en el bloque del Algeciras. Porque si un defensa siente que le amenazan su espalda, no puede ir a presionar hacia arriba con tanta seguridad acompañando al bloque. El rival apretó alto, pero el Deportivo le coaccionó dejando a un lado la pasividad que le había caracterizado en algunos momentos a lo largo de esta temporada. Y amplió los espacios.
Un equipo estrecho, para lo bueno y lo malo
Es probable que Rubén de la Barrera y su staff detectasen que el Dépor, últimamente, concedía demasiadas facilidades a espaldas de su mediocampo. Muchos rivales, sobre todo a domicilio, habían sido capaces de encontrar con pases entre líneas a futbolistas para atacar directamente la defensa deportivista. Donde duele. Y, por eso, puede ser que el nuevo cuerpo técnico priorizase recuperar la fortaleza defensiva en el carril central.
Fuese o no por eso, los hechos sí demuestran que el Deportivo acumuló muchos futbolistas por dentro. Quiso ser un equipo estrecho para lo bueno y lo malo. Protegió el carril central, pero desprotegió las bandas. Si un 4-2-3-1 muy cogido con pinzas y asimétrico fue la estructura más preponderante en fase ofensiva hasta el descanso, el Dépor jugó la mayor parte del encuentro 4-3-1-2 sin balón.

El equipo de Rubén De la Barrera fue a presionar arriba, con sus dos puntas (Lucas y Max) sobre los centrales, Soriano sobre el pivote que descendía a recibir y Villares, Álex Bergantiños y Yeremay por detrás, en zona. El canario pasó de extremo puro, fijado en banda sin intervenir en la circulación, a tercer centrocampista. Y cumplió con creces.
Lo cierto es que sin ser una maravilla, pues concedía muchas ventajas por fuera, el trabajo del equipo en fase defensiva permitió ver a un Deportivo ordenado y que recuperó varios balones peligrosos. De hecho, un robo del trabajador Yeremay, que basculó rápidamente para negarle el paso a Albarrán, fue el origen del 1-0.

Porque es cierto que el Dépor arrebató en pocas ocasiones la pelota al Algeciras. Pero cuando lo hizo, la activación y el número de efectivos predispuestos para atacar eran tan altos que generó peligro al contragolpe.
Poco a poco, el Algeciras fue encontrando soluciones a la predisposición del Deportivo. Primero, lateralizando a un pivote para ganar una solución más limpia. Luego, aprovechando la mayor relajación del equipo local por el marcador. Los dos puntas dejaron de molestar a los centrales, era Mario quien ‘saltaba’ y su par, aparecía muy solo para ejercer de apoyo y soltar fuera, donde los laterales tenían clara situación de dos para uno.

Al Deportivo le giraron bastante por ese bajón, que hacía que el Algeciras encontrase dentro al hombre bisagra con el que cambiar el sentido. Y eso provocó que el equipo local fuese perdiendo metros. Hasta que De la Barrera corrigió mandando a Max Svensson a la derecha y cerrando con un 4-2-3-1 que hacía al equipo más ancho para taponar también los pasillos exteriores.

De este modo, el equipo locatario cortó la que daba la sensación de que podía ser su única vía de agua y redondeó un Deportivo 4-0 Algeciras basado en ese vértigo controlado. Un sobresaliente punto de partida en la nueva etapa de Rubén de la Barrera, con cambios acertados y un escenario propicio.