Llegó en 2006, cuando la burbuja comenzaba a diluirse. Canterano del Real Madrid, venía a cubrir el hueco que habían dejado jugadores de altura, jugadores franquicia: Makaay, Tristán, otrora Bebeto…
Grandes goleadores que habían marcado una época en el club. Así, la presión fue excesiva, basada en unas expectativas que eran ajenas a su figura, orientadas sobre la sombra de sus predecesores y al hecho de ser uno de los últimos grandes traspasos del Deportivo; siempre y cuando gran traspaso sean cuatro millones de euros, claro. Pero las finanzas no estaban para mucho más y el desembolso giró negativamente hacia el plano deportivo. Cuatro millones de euros y parecía que el club entraba en la austeridad. ¡Lo que haría ahora el Deportivo con cuatro millones de euros! Por aquel entonces, fichó a Ivan Sánchez Rico ‘Riki’. Un buen delantero, potente y de calidad, de fuerte disparo. A su vera, quería Lendoiro comenzar a construir un nuevo proyecto. Pero, para la afición, Riki no era Makaay. Ni Tristán. Ni Bebeto. Ni siquiera Luque o Pandiani, si bien podría tener cierta semejanza con el extremo zurdo.
Y con esa vitola, marcada por la añoranza de tiempos pasados, Riki no encontró su sitio. O tardó en encontrarlo. Por unas u otras razones, el madrileño no rendía al nivel esperado. Al menos al esperado por una afición que no le tenía en la más alta estima. Falta de continuidad, inadaptación al sistema de juego, poca definición o no acabar de aclimatarse como ‘nueve referencia’ lastraban su paso por el Deportivo y desperaban a la afición. Los partidos pasaban y el mejor Riki aparecía a cuentagotas y, cuando todo indicaba que se aproximada el salto cualitativo, las lesiones musculares aparecían en su camino. Un camino de pocas rosas y muchos espinos, de tenacidad malgastada y esfuerzo desagradecido.
Sin embargo, poco a poco, con lesiones o fallos, se fue haciendo con la hinchada. Franco en sus declaraciones, sencillo en el trato y de apariencia cercana, se ganó el blanquiazul al paso de cada temporada siendo inasequible al desaliento, preparándose a conciencia y manteniendo una integridad que lo alejaría del foco. Comprometido y con la calidad y la potencia que siempre la caracterizaron, los años pasaron por Riki como si de un rioja se tratase. Calmado, reposado, maduro futbolísticamente, acabó por encontrar su lugar rebajando esa potencia y sumando en calidad, en concentrar los esfuerzos, en lectura de situaciones de partido y en una cualidad que se presupone –y nada más que eso- intrínseca a cualquier futbolista de la ‘élite mediana’: ser conocedor de tus virtudes y tus defectos.

De esa forma, el renovado y mejorado Riki llegó al paso de los años, a cada sacudida de presión, a cada lucha por un puesto, a cada pretemporada de lucha contra el músculo y peticiones de delanteros. “Me encuentro mejor ahora con 32 años que con 26”, ha declarado recientemente, acompañándolo con loas a su actual entrenador, José Luis Oltra. Seguramente, mucho haya tenido que ver el preparador valenciano en esta nueva versión de ‘Pirelli’, como le llamaba cariñosamente Gica Craioveanu, compañero en el Getafe. La potencia sin control no sirve de nada, pero de la mano de Oltra -de Oltra y de los años- Riki la explota en su justa medida. Ha encontrado el sitio que no encontró con Caparrós o Lotina, si bien lo justo sería decir que ha sido toda una conjunción de factores la que ha llevado a canalizar el proceso.
Y ahora, superada la treintena, Riazor reza porque al once blanquiazul le queden todavía unos años más de fútbol. Ha llegado su momento, su mejor momento. Pelea, corre, esprinta y asiste; dispara, serpentea, protege y sigue luchando. Capitán de facto, símbolo deportivista, santo y seña del año en el infierno. Porque si hay un hecho que terminó por encumbrarlo entre la afición fue su actitud tras el descenso. Cargado de responsabilidad, fue el primero en decir que no se bajaba del barco. Es en esas situaciones cuando la grada reconoce a sus ídolos, encumbra a sus héroes y defenestra cualquier signo, por engañoso que sea, de desarraigo o desprecio hacia unos colores.
No hay edades en el fútbol. Y cada vez menos. Con 32 años, maduro y con las ideas claras, convertido en símbolo a base de piedra y cincel, actos y no palabras, Riki es el Dépor. El reflejo de toda una afición. El mejor Riki. Su tiempo es ahora.