El del doble pivote está siendo uno de los debates del deportivismo en este inicio de temporada. Tras la marcha de Juergen Elitim y el fichaje en propiedad de Mario Soriano, y después de analizar los déficits del pasado curso, Borja Jiménez parece dispuesto a apostar firmemente por una estructura de dos mediocentros con un mediapunta por delante. En los tres primeros partidos, los puestos en el eje del once estuvieron reservados de inicio para Álex Bergantiños y Diego Villares. Pero el Deportivo no fluyó del todo y la pareja se rompió para dar cabida a Roberto Olabe junto a Villares, que ya habían coincidido en la segunda parte de Mérida. El Dépor empató en Balaídos y no jugó demasiado bien. Pero… ¿fue el nuevo doble pivote un experimento fallido?
La respuesta, como ante casi cualquier pregunta -y más en Galicia-, es depende. Porque la pareja dejó alguna luz, pero también varias sombras. En primer lugar, es fundamental apuntar al contexto. ¿Qué le pedía, de inicio, Borja Jiménez a este doble pivote? Pues algo diferente a lo de los tres primeros partidos. Porque el Deportivo cambió su salida de balón, con laterales mucho menos profundos e implicados en el inicio de juego. Y situó a sus dos mediocentros justo por delante de esa línea de cuatro. Muchas menos alturas y menos opciones de pase corto. Todo con el objetivo de ‘llamar’ la presión del Celta B y generar espacios a la espalda de sus mediocentros. El doble pivote, en el primer tiempo en Vigo, era más un factor de atracción que de generación en sí.
No es de extrañar, por tanto, que en ninguna de las cinco relaciones de pase más habituales entre jugadores aparezcan ni Olabe, ni Villares. Algo tremendamente inhabitual en el Dépor. El objetivo del Deportivo era salir de la presión encontrando a Soriano o a los extremos para poder atacar a campo más abierto. Especialmente significativo fue el caso del madrileño, que lateralizó tanto su posición durante todo el encuentro que fue casi más un interior izquierdo que un mediapunta. Los pivotes eran, como mucho, simples apoyos. No podían monopolizar el balón.
Olabe, de más a menos
A nivel individual, la diferencia entre los componentes del doble pivote fue evidente. Por un lado, Roberto Olabe no completó un buen partido. El vasco, pese a que su labor principal no era la de iniciar el juego del equipo en el primer tiempo, ejecutó 28 pases en este período y solo falló dos (en campo rival), siempre según Wyscout. Mientras, a nivel defensivo, fue el encargado de sujetarse en la presión. La labor era compleja, porque si el pressing fallaba más arriba, el ‘8’ quedaba expuesto. Así sucedió alguna vez y así le encontraron la espalda, aunque más por desajustes previos que propios. El mediocampista zurdo estuvo ‘contenido’ y no contribuyó a ‘romper’ el mediocampo y a aumentar la distancia entre líneas. No es Álex en esta faceta, pero al menos mejoró lo de Mérida.
Sin embargo, en el segundo tiempo, Olabe no ayudó en nada a mejorar al equipo. El colectivo demandaba más de él en el inicio de juego al cambiar la salida de balón, coincidiendo con el paso a 4-4-2 del Celta B. Pero en 32 minutos de juego, acumuló 7 pérdidas. 6 de ellas fueron en campo propio y una incluso le costó una tarjeta. La gran mayoría llegaron por controles erráticos, impropios de un jugador de su nivel tanto por la acción en sí como, sobre todo, por su reiteración. De este modo, el ex del Alcorcón acabó con 36 pases buenos de 41 (ninguno en largo), un escaso 44% de éxito en sus 21 duelos (0% en aéreos), solo 2 interceptaciones, 12 pérdidas (6 en campo propio) y una amarilla. Roberto todavía ‘no está’.
Un Villares de área en el doble pivote
Mejor, mucho mejor, estuvo la pareja de Olabe en el doble pivote. Y es que Diego Villares disputó su encuentro más interesante hasta la fecha. Porque fue en el que tuvo más libertad para el ida y vuelta, su gran virtud. 0,24 goles esperados de los 0,73 que generó el Deportivo (se mide la claridad de las ocasiones de gol antes del tiro) llevaron su firma gracias a 2 de los 8 chuts que hizo el equipo. Curiosamente, fue el único que disparó entre palos. Marcó un gol y estuvo a punto de hacer otro, lo que hubiese disparado su ratio de conversión exponencialmente.
La amenaza es un factor suficientemente importante como para elevar su partido. Pero es que además estuvo mejor que Olabe en el pase (92% de acierto con 36 de 39), ganó más duelos (10 de 19), sumó más intercepciones (4) y menos pérdidas (9, con 5 en campo propio), además de dar una asistencia a tiro. Fue en un centro a Quiles en una de sus múltiples rupturas en el carril derecho.
Villares brilló con luz propia. Fue el encargado de castigar una y otra vez los intervalos generados en la zaga celeste en el primer tiempo. E incluso estuvo bien para atacar el espacio en el segundo tiempo, cuando ya no había tanta separación en la defensa rival (en la ocasión que salva el portero en los últimos minutos).
Aunque para que pudiese disfrutar de este rol, fue importante la presencia de Roberto Olabe. Porque da la sensación de que Borja Jiménez piensa que puede dejar al vasco más solo que a Bergantiños en el centro del campo. Olabe y un Soriano más interior que nunca permitieron a Villares ‘volar’. Por lo tanto, ¿fue fallido el nuevo doble pivote? Sí y no. Depende cómo se mire y para qué.