A día de hoy, el deportivismo más joven concibe la Segunda División como un infierno pasajero. Un lugar donde el Dépor ha tenido un paso rápido y triunfal en dos ocasiones, donde apenas ha sufrido, donde nunca dio la sensación de poder quedarse. Sin embargo, el mismo día de hoy, hace 25 años, la afición coruñesa se congregaba en Riazor con la esperanza y el deseo de abandonar ese infierno, que en aquella ocasión no era ni pasajero ni fugaz, si no que duraba 18 largos años. 18 temporadas donde se llegó a caer a Segunda B y Tercera División. 18 temporadas llenas de frustraciones y tristeza.
Pero como decíamos, el partido del nueve de junio de 1991 representaba la oportunidad de poner fin a un calvario que ya había llegado a la mayoría de edad. No había sido un camino fácil el conseguir esa oportunidad de volver a la élite. Todo había comenzado tres años antes con la llegada a la presidencia de Augusto Cesar Lendoiro. Con el de Corcubión a los mandos del equipo en Segunda, el Dépor encaró un proyecto que buscaba el ascenso a Primera División. La primera temporada del nuevo presidente, la 88/89, solo pudo ser décimo, aunque llegó a las semifinales de la Copa del Rey. En la 89/90, un desgraciado playoff con el Tenerife lo dejaría en Segunda. Al comienzo del curso 90/91 no había dudas en el deportivismo: a la tercera debía de ir la vencida.
El equipo se deshizo de jugadores de la casa que llevaban años en el club, como podrían ser Cayetano o Modesto, y se reforzó con gente con experiencia, entre los que destacaron cuatro hombres que acabarían siendo importantes: el defensa Albistegui y los arietes Villa, Stojadinovic y Peia Uralde. Con estos mimbres encaraba una nueva temporada que estaría llena de sobresaltos.
La primera vuelta fue bastante irregular. Pese a que no abandonó los puestos altos de la tabla, el conjunto de Arsenio no era capaz de mantener una linea de resultados que le permitiese coger ventaja con sus rivales. Tras frecuentar las posiciones de ascenso directo y promoción, una derrota en la última jornada de la primera vuelta en el campo del Murcia, dejaba al equipo coruñés tercero, a 7 puntos de los pimentoneros. Curiosamente, en este último partido, se estrenó la camiseta de rayas horizontales, tan recordada por el deportivismo.
La segunda vuelta, que contó con el refuerzo de Djukic, fue un calco de la primera. El Dépor siguió sin ser del todo regular, pero los fallos de sus principales rivales, el Murcia y el Albacete, le permitieron tener esperanzas de ascenso. Finalmente, tras varios intercambios de posiciones entre los tres equipos, el Dépor encaró las dos últimas jornadas dependiendo de si mismo: si ganaba los dos partidos, sería equipo de Primera. El primer compromiso no tuvo historia. Ante el ya descendido Levante, el equipo coruñés se impuso 0-2. El Dépor se jugaría el ascenso en Riazor frente al Murcia.
Y así, el nueve de junio de 1991, llegó el día que el deportivismo esperaba desde hacía 18 años. En un Riazor abarrotado, el club coruñés se jugaba el ascenso con el equipo pimentonero. Al equipo de Arsenio únicamente le valía ganar, ya que un empate lo dejaba en la promoción. El técnico de Arteixo dispuso el siguiente once: Yosu, Albístegui, Djukic, Martín Lasarte, Sabin Bilbao; Gil, José Ramón, Aspiazu, Fran; Villa y Stojadinovic. Sin embargo, en un día grande para la afición del Dépor, el partido iba a empezar de la peor manera posible. No fue porque el Murcia se adelantase, ni porque el Dépor tuviese ninguna indisposición, si no porque, en una de la situaciones más extrañas de la historia del fútbol español, y puede que mundial, un incendio en la cubierta de la grada de preferencia obligó a detener el encuentro. Los aficionados huían despavoridos hacia el terreno de juego por miedo a las llamas, y Arsenio, con su habitual nerviosismo, soltó al micrófono de TVG:“Siempre tiene que pasar algo cuando nos jugamos algo, me cago en la leche”.
El partido se reanudó casi una hora después. Y si los bomberos supieron acabar con las llamas del estadio, el equipo coruñés supo abandonar el infierno de una vez por todas. A pesar de que el Murcia comenzó dominando y pudo llevarse el partido, la magia de Fran hizo que en la segunda parte el serbio Stojadinovic hiciese los dos goles que dieron el ascenso al Dépor. A Coruña estalló de júbilo. Era el fin de un infierno, de un calvario con mayoría de edad, de un largo trayecto por el desierto. No sabían los aficionados coruñeses lo que les esperaba en los siguientes años. El único que conocía el futuro del club coruñés era Lendoiro, que dejó un cántico que predijo al deportivismo lo que vendría en los cursos venideros: «Barça, Madrid, ya estamos aquí».