Desde hace algunos días, le acompaña una sonrisa delatadora. Es una excepción. Apenas ha jugado 159 minutos en lo que va de liga, 82 de ellos en los últimos tres partidos. Y eso, psicológicamente, es un lastre, un peso demasiado molesto para soportar durante tanto tiempo. Recientemente llegó a reconocer que incluso pensó en “tirar la toalla”. Enfrentarte a un imposible desgasta si no se ven resultados, si no se ve una ínfima recompensa que llevarse a la boca. Cuando un futbolista deja de contar para su entrenador, el único remedio aplicable, si es que con eso basta, es el trabajo. Y esa fue la fórmula que escogió Borja Valle, un currante del fútbol que ahora disfruta de su momento.
Siempre receptivo a críticas y correcciones, trabajó en silencio cuando nadie contaba con él. Ni Pepe Mel, primero, ni Cristóbal Parralo, más tarde, le dieron oportunidades. Pudo salir en enero, pero no quiso. Comprometido con la causa, nunca dijo una palabra más alta que otra. Quería cambiar su suerte con pico y pala, quería demostrar que sí valía. Y en eso se empeñó. Tras jugar siete minutos en los siete primeros partidos de Seedorf, en el Wanda modificó su guion. Sorprendió que saltase al verde antes que Andone o Bakkali. Pero pronto lo justificó. Su buena actuación le sirvió para ganarse la confianza del técnico neerlandés, que ante el Málaga volvió a darle la alternativa. Apenas diez minutos le bastaron a Borja. En ese tiempo, con espacios, agitó el ataque de su equipo y asistió a Adrián en el 2-3.
Fue un punto de inflexión. Para él y para el Deportivo. Supuso la primera victoria del 2018, y le inyectó el ánimo necesario a una plantilla falta de argumentos a los que agarrarse para seguir creyendo. Podía parecer el grito definitivo del leonés. Pero no lo fue. Al menos no el único. Había más. Ayer, una semana más tarde, volvió a dar motivos para creer. En el descanso tomó el relevo de un tocado, y bigoleador, Adrián. Y no quiso ser menos que él. Se obcecó en volver a ser decisivo. Y lo consiguió. En una buena acción personal, remató desde el suelo un grandísimo centro de Lucas. Su primer gol en Primera. Era el 1-3. Daba alas a los coruñeses. Y aunque más tarde llegaría el 2-3 de Susaeta, el sello de Borja volvió a decidir el partido. Volvió a tener incidencia directa en el resultado, y en las posibilidades de salvación de su equipo.
Seedorf, su gran valedor, se lo reconoció. Y no dudó en felicitarlo públicamente en rueda de prensa. «A nivel individual estoy muy feliz por él. A estos son a los que me refiero que tenían pocas oportunidades, pero han seguido trabajando bien y han sido premiados. Por su dedicación, por su compromiso, y dándonos esos tres puntos al equipo. Los chicos que son así, súper profesionales, tienen mucho valor para el grupo», resaltó. Risueño, y no era para menos, el protagonista tampoco disimuló su satisfacción: “he deseado mucho este momento. Estoy muy feliz por marcar mi primer tanto y lo mejor es que nos ayuda a acercarnos al objetivo».
La vida da muchas vueltas. Y de vez en cuando, a base de obstáculos, prepara a uno para lo que viene. En el momento atenaza, a la larga se extraen manuales de supervivencia. A Borja le explicó cómo reinventarse, cómo sobrevivir. Y en esas anda: conjugando imposibles, intentando agitar las últimas semanas de un equipo que sueña con ver la luz al final de túnel. Siempre con la máxima que le acompañó en Ourense y Oviedo: todo puede cambiar en cualquier momento.