Mientras trata de llevar a cabo el proceso, Rubén de la Barrera probablemente se haya dado cuenta ya a estas alturas que lo único que va a poder construir en el Deportivo a corto plazo es supervivencia. Pura supervivencia. Cuatro partidos, ya descontado el duelo con el Guijuelo, en los que vivir para luchar otro día será lo único que importe. Porque como ya le pasó a otros técnicos antes, la fragilidad del grupo le impide asentar los cimientos para nada más. Al menos por ahora.
El Deportivo acabó pidiendo la hora y encerrado en su área ante el colista con 10. Sí, tuvo ocasiones para sentenciar antes, pero nada de lo visto este domingo, salvo la recurrente falta de maldad en el área rival, hace pensar que pueda tener continuidad el próximo sábado en A Malata. Como nada de lo que se vio ante Unionistas se trasladó a O Vao.
Este Dépor sólo puede permitirse vivir al día. Eso no quiere decir que no haya un plan. Simplemente significa que los planes deben ser de 90 minutos. Y ni uno más. Porque es imposible alejar la vista cuando el miedo a no ganar está siempre esperando a la vuelta de la esquina.
Revolución De la Barrera
La mejor noticia seguramente sea que no todo el grupo ha sucumbido a esa histeria. Giró la ruleta De la Barrera con una importante revolución en el once y los nuevos soldados le dieron la razón. No había dudas en los Lucho, Héctor, Rayco y Villares. Especialmente brillantes estuvieron los dos exfabrilistas, que demostraron que para jugar al fútbol es más importante la templanza que el nombre.
En el otro lado de la balanza continúan los de siempre y las pegas de siempre. Esos errores no forzados. Esos pases o muy blandos o muy tensos, siempre complicándole la vida al compañero sin presión ni necesidad. El próximo reto del técnico coruñés será conseguir que sean los primeros los que logren contagiar a los segundos. Porque si ocurre lo contrario, llegar a la orilla es una quimera.