El amor es una cuerda. Es el extremo de una cuerda elástica, firme y frágil a la vez, libre aún agarrada, que estira y no se rompe. Que trata de no romperse. Es el extremo de una cuerda que tiene al odio irrumpiendo desbocado en el opuesto. Dos cabos enfrentados, fuegos que se avivan entre sí. Bailar sobre la cuerda es el amor. Bailar y no caerse. Es arriesgar, sufrir, vibrar; y notar cómo la cuerda se tensa. Salir despedido hacia un lado o hacia el otro, volver, jamás irse. Encontrarse. Viajar entre sentires y rematar desgarrado, pero nunca roto.
Es perderse en la guitarra del ‘Make it Wit Chu’ de Queens of the Stone Age, y dejarse caer a la calma y la excitación. Es fumarse un cigarro a medias en la cama oliendo la lluvia caer sobre el monte con Mazzy Star susurrando ‘California’. Es beber como Draper y llorar como Donald. Es discutir e insultar, firmar la rendición cada martes por la tarde escuchando al mar. El amor, el amor bonito, es odiar, gritar y sentir, rebotar de punta a punta, juntarse. Que la cuerda te lleve, que te traiga de vuelta con más fuerza. Como un columpio. El amor bonito es una cuerda elástica, un columpio sobre el precipicio que toca el cielo y se asoma al abismo, que va porque siempre vuelve.
Abunda por contra el amor de mierda, que se deja llevar hasta quedarse sin vida, que solo tiene sonrisas y desayunos con tarta en vez de sudor entre las sábanas y miradas de perro. Ese que acaba por languidecer hasta morir entre finas palabras y sentimientos suaves. El amor tiene que explotar, herir, oscilar con la cuerda siempre tirante a punto de romper. El vacío jamás explota. Es apático, aséptico, aburrido. Es feliz. No es una cuerda, ni un columpio, ni siquiera un tobogán condenado a la caída. Es estable y pálido. Ese nunca llega a romperse porque no tiene nada que romper.
Pero nuestro amor es bonito. Inmenso. Siempre lo fue. También es perfecto. Casi perfecto al menos, tantas veces a punto de quebrar, tantas veces desgarrado, nunca roto. Es pasional y cariñoso. Es aborrecible y despreciable por veces, excitado tantas otras. Es una cuerda, un columpio sobre el precipicio. Cada vez más, un columpio sobre el precipicio.
Dudamos. Dudamos toda la temporada. Dudamos de nuestro amor porque nos invitaron a dudar, nos obligaron. Tal vez. Tal vez nos apetecía dudar, y pensar que nuestro amor era una mierda; de esos de goles mudos y victorias plácidas. Que naufragábamos en un mar de desilusión y cariño muerto, que nos dejábamos llevar porque había que dejarse llevar. Sí. Nos dejamos llevar mientras la desidia nos consumía, mariposas en un frasco.
También el amor bonito, el de verdad, tiene periodos de carencia. De irse. De volver. Ese amor de dejarlo todo, de animar al Málaga una tarde cualquiera. El de bailar sobre la cuerda. Con el que ardimos el domingo. Ardíamos, ardía la ciudad bajo el sol y la cerveza. Cuerpo presente y corazón pintado, espíritu en el transistor. Estuvimos todos ardiendo hasta que solo nos quedaron las brasas.
El amor es Luis, cabizbajo, alelado, abandonando el estadio con los cascos puestos por si en Getafe reanudaban el partido para que el Eibar encajase uno. Es Anxo con una litrona en la mano gritando que estamos salvadísimos o que estamos en la B según el trago. Es Alfonso cantándole a Pablo Amo o a cualquiera al que Basilio le saque una canción. Es Antía cuando dice que ser del Deportivo es “alegrarte los viernes y joderte los lunes, y abrazarte a quien te abrace”. Es Manuel Murgía y Avenida de la Habana.
El amor es que no quede nadie en Coruña, absolutamente nadie, que no lleve semanas haciendo cábalas con el calendario, discutiendo a voces por la calle dónde va a perder el Eibar y dónde puede el Almería volverse de oro. El amor es ser un gilipollas. Rendirse. Entregarse. Es pensar en sacar un punto en el Camp Nou y seguir creyendo, volver a arder.
El amor es querer, al fin y al cabo. Y cómo no te voy a querer, Deportivo. Todo lo que pueda te voy a querer. Incluso todo lo que no pueda. Voy… Vamos a estar frente a la tele más enamorados que nunca, pensando que esta vez sí, que esta vez todo va a salir bien. Que tiene que salir bien. Que por qué cojones no debería ahora salirnos todo bien.
Voy a creer, voy a confiar. 20:00 de miércoles, salvadísimos. Vamos a hacerlo todos. Nos elevará el columpio hasta que el metal comience a crujir, y cogeremos impulso para tocar las nubes, allí arriba, como quince años atrás. Luego miraremos al precipicio desde lo alto, estirando los ojos hacia la oscuridad. Y aunque caigamos al abismo, será por un instante, un solo instante. Un pequeño momento en que la cuerda parecerá romperse. Pero la cuerda jamás se romperá. Ni la podrán romper. Los cabos serán más fuertes, el amor más intenso. Y seguiremos bailando, ardiendo.