El Deportivo 2-0 Celta B fue un ejercicio de paciencia para el conjunto herculino. Porque el Dépor estuvo lejos de su versión más brillante con balón. Con poca precisión en general, le faltó por tramos velocidad de circulación y movilidad. Pero fue mejorando a lo largo del choque tras un mal inicio. Y tras fabricar situaciones que generaron las dos tarjetas amarillas a Medrano, tiró de paciencia para madurar el encuentro, encontrar la forma de doblegar la resistencia céltica y sumar una victoria que es trascendental en lo numérico, sí. Pero, probablemente, también en lo anímico.
Presionar ‘de mentira’
Óscar Cano apostó por un once sin más variación que la obligada sustitución de Olabe, sancionado. El técnico, además, no innovó. Y a falta de un mediocentro defensivo, colocó a otro en su lugar. Podía ser Álex Bergantiños, pero el que entró en el once fue un Diego Villares que, como novedad, actuó como tercer central. ¿La razón? Igualar el 3-4-3 del Celta B.
En defensa, el Deportivo mezcló situaciones de intentar presionar alto con otras de esperar más en bloque medio. Pero en los primeros instantes, el filial siempre le encontró las cosquillas gracias a los movimientos de apoyo de Raúl Blanco y Hugo Álvarez, que ejercían de mediapuntas por detrás de Lautaro. Emparejados con Pablo Martínez y Pepe Sánchez, se alejaban lo suficientemente de ellos como para hacerles dudar si perseguir o no. Y ante la duda, los centrales del Dépor se quedaban en su zona.
Y esto era un problema. Porque Quiles, Lucas y Soriano no eran capaces de incomodar la salida de balón de los tres centrales del Celta B. Bien porque no llegaban cuando trataban de iniciar la presión alta, bien porque les permitían disponer de tiempo y espacio cuando la pauta era esperar en un bloque medio-alto poco agresivo. Daba igual.
De una manera muy similar a la que empezó a decantar el partido el Real Madrid Castilla con las recepciones de Arribas, el cuadro olívico rasgaba las primeras líneas del Deportivo. Porque cuando iba a presionar, lo hacía ‘de mentira’. Cuando uno empareja, debe ser agresivo e ir a ganar duelos, no esperar a que el par reciba para activarse e incordiarle. Pero el Dépor, temeroso de despoblar su última línea defensiva, se quedaba a medias.
Así, tanto con las recepciones de sus mediapuntas como de Carrique, que se alejaba mucho de Lebedenko para hacerle recorrer más distancia y así fabricarse una primera ventaja, el Celta B dominó ese inicio de partido con balón. Eso sí, sin llegar a generar siquiera situaciones de disparo.
Pero el control visitante se dio también sin pelota. Porque el Deportivo, siempre con esos tres centrales fijos en el inicio de juego, no era capaz de encontrar ni siquiera una primera ventaja.
Esa situación para progresar podía darse con pases dentro a Rubén Díez e Isi Gómez, pero el Dépor evitó cualquier tipo de riesgo y en esos instantes iniciales se dedicó a buscar soluciones más por fuera. Ahí, sus laterales estaban bien controlados por Carrique y Medrano. Y tanto Lucas como Quiles y Soriano estaban vigilados. Solo podían recibir de espaldas y presionados.
No había movilidad ni soluciones. Tampoco rupturas a la espalda de una zaga del Celta B que se tiraba arriba para presionar con agresividad, a costa de dejar hueco a sus espaldas. El Dépor se ahogaba fruto de su propio encorsetamiento.
Un rombo para cambiar
Entonces, Óscar Cano y su cuerpo técnico movieron ficha. Si los centrales no iban a perseguir a los mediapuntas rivales, había que tocar algo. Y lo que hizo el Dépor fue sumar una pieza en el centro del campo a costa de perder la que ‘sobraba’ en la defensa. Villares, hasta entonces central ‘de facto’, pasó a ser pivote defensivo, aunque manteniendo esa vigilancia como tercer central en situaciones concretas del juego.
Eso permitió al Deportivo presionar más arriba, con Isi Gómez y Rubén Díez más agresivos al poder soltarse y descuidar algo más su espalda. Así, cada descenso al apoyo de Raúl Blanco estaba ya referenciado por Isi. No fue casualidad que, con esa nueva pauta, el Dépor (Villares) recuperase varios balones por anticipación que derivaron en contraataques.
Pero una modificación, si es grande, no solo afecta a una fase del juego. Y el Deportivo no ganó únicamente agresividad en defensa con el paso adelante que dio Villares. El movimiento del vilalbés hacia delante modificó la estructura del Dépor en salida de balón. Y, por ende, el equipo coruñés consiguió más fluidez con pelota.
El cuadro local, que pasó a sacar el esférico con dos centrales, ganó un hombre más por delante de la pelota. Eso le hizo generar constantes superioridades numéricas a espaldas de esa primera línea de presión que el rival ejercía con tres atacantes. Porque, además, los centrocampistas aparecían a pedirla en vez de estar esperándola. Parece lo mismo, pero no lo es. La diferencia está en la movilidad, que genera sorpresa e incertidumbre en el rival.
El Deportivo se empezó a estructurar claramente con un rombo en el centro del campo, con Villares en el vértice inferior, Soriano en el superior e Isi y Rubén en los lados exteriores. Con Gómez y Díez recibiendo fuera para empezar a construir desde ahí, el Dépor empezó a estirar al Celta B.
La superioridad numérica dentro del Deportivo: 4 contra 2. A partir de esa modificación, el partido cambia de rumbo.Faltaba el paso final, pues el conjunto blanquiazul no terminaba de encontrar el dinamismo en el último tercio de campo. Con el carril izquierdo muy vacío, únicamente enfocado a aparecer en el remate o para dañar tras un cambio de orientación, el Deportivo se juntó mucho en la derecha, donde confluían Antoñito, Quiles y Rubén. A esa zona también se acercaban para asociarse Lucas y los otros centrocampistas.
Faltaban movimientos verticales, rupturas, para amenazar al Celta B. Porque con un juego prácticamente al pie, hacía falta alcanzar un nivel de precisión muy alto. Lo logró el Dépor en la jugada de la segunda amarilla a Medrano, ya que juntó pases en el carril derecho y encontró el espacio a la espalda del centro del campo, donde apareció Mario Soriano para controlar y ser vertical hacia la portería.
Lucas de centrocampista, Svensson para estirar
El Deportivo había cogido el control del choque antes de la expulsión. Y con la roja, le aparecía un escenario ideal para empezar a generar un peligro que, hasta entonces, no había logrado apenas concretar. Y el equipo lo logró.
El Celta B se estructuró en 4-4-1 y a esperó bastante más bajo, como era lógico. El equipo herculino empezó a acumular posesión. Sin profundidad por la izquierda, juntando muchas piezas por el carril central y encontrando amenaza únicamente por la derecha, con Rubén Díez uniéndose a Quiles y a Antoñito.
Algún centro lateral pudo desembocar en el 1-0, bien directamente o bien a través del balón parado. Pero hacía falta algo diferente. Y ese fue Max Svensson. Porque el Dépor necesitaba gente hábil asociándose, sí. Pero eran demasiados con los cuatro centrocampistas más Lucas y Quiles pidiéndola al pie. Todo era muy redundante.
Entonces la solución fue retrasar a Lucas Pérez al puesto de teórico vértice derecho del rombo para ganar a alguien más dispuesto a incomodar la espalda de los centrales. Así, Quiles y Svensson pasaron a jugar relativamente abiertos (entre central y lateral) para fijar a toda la defensa rival. El espacio por fuera era el libre. Todavía de manera más evidente. Y el Deportivo lo encontró.
El movimiento de Cano fue ganador casi sin tiempo para comprobar si era acertado. Lucas, jugando ya de cara a la portería, filtró a Quiles. El andaluz había movilizado al central y al lateral, pero incluso con ellos encima fue capaz de habilitar a Antoñito, que apareció solo y puso el centro atrás. Soriano apareció con el ‘timming’ adecuado y en el espacio preciso, pero no remató bien. Entonces, el rechace le cayó a Lucas, que llegando desde segunda línea, ajustó como el futbolista de otra categoría que es.
El Deportivo hasta entonces había defendido bien los posibles contraataques gracias a su control con pelota. Se juntaba tanto que era capaz de presionar bien tras pérdida. Pero con el 1-0, el Celta B se soltó y el choque se empezó a abrir algo más.
El Dépor ya no tenía tanto el balón y caía en la tentación de acelerar para aprovechar los espacios. Y, al final, en uno de esos contragolpes, mató el partido gracias a la energía de Svensson, capaz de atacar con agresividad y encontrar el pase filtrado de Mario Soriano para provocar el penalti que derivó en el Deportivo 2-0 Celta B. Un resultado condicionado por la expulsión, sí. Pero un marcador que el equipo de Riazor supo construir a base de madurar el partido.