El Deportivo dijo adiós a sus posibilidades de ascenso de la forma más dolorosa. A falta de un gol y tras acariciarlo con los dedos. Pero el conjunto blanquiazul lo hizo también siendo fiel a sí mismo, en un último partido que fue el fiel reflejo de la temporada. Cada vez que había la posibilidad de enlazar tres triunfos seguidos, se fallaba. Cada vez que se podía alcanzar el liderato, se fallaba. Siempre a falta del último escalón. Siempre buenos, pero nunca lo suficiente.
Ha sido el Dépor un equipo que ha sufrido mal de altura desde los primeros meses de competición. El pánico al éxito fue lo que bloqueó a los jugadores en marzo y pese al estado de trance que había supuesto el playoff, fue lo que dinamitó el ascenso en el último partido. Porque el plan de Martí era el mismo que en La Rosaleda, dos fases en las que había que aguantar primero y golpear después. Pero se quedó a medias. También el propio técnico, que petrificado nunca puso solución a la superioridad local en el centro del campo, un tres contra dos en el que Baba multiplicaba todo lo que dividía Vicente.
Y eso que durante la primera parte el cuadro deportivista defendió mejor que ante el Málaga, pero la genialidad de Budimir provocó el primer terremoto en las piernas. El problema no fue tanto estar metidos atrás, sino caer presa del miedo cuando hubo que ir hacia adelante. Eso que sí llegó en la anterior eliminatoria. Es ahí, después de que Salva Sevilla igualase la balanza, cuando se le puede poner la etiqueta de conservador a Martí, que quizá contando con la prórroga, quizá sabiendo que no le quedaba gasolina en el tanque, tardó una eternidad en sacar al verde a Fede Cartabia.
¡Deberían haber buscado el tercero en Riazor!, ¡Con Álex Bergantiños habría sido diferente!… Estas y otras reflexiones nos pasaron a todos por la cabeza en algún momento, pero la única realidad es que, con la tranquilidad que debía haber dado una ventaja de dos goles y ante un rival volcado, el Deportivo sólo fue capaz de rematar una vez entre los tres palos. Y lo peor es que, si echamos la vista atrás y pensamos con frialdad en lo que ha sido la temporada, es posible que ni nos sorprenda demasiado.