Se ha acusado al Deportivo varias veces esta temporada, e incluso se ha reconocido desde el propio vestuario, de no saber adaptarse a la Segunda B e incluso subestimarla. También a los rivales. Durante todo el curso, el equipo ha dado la sensación de estar incómodo, como secuestrado en un lugar que no le pertenece y con una compañía que no le agrada. Quizá con la idea de alejarse de esos pecados, en Miramar el equipo se fue al polo opuesto afrontando el duelo como si el Marino de Luanco, ya sin nada en juego y que ni tirando de juveniles completó la convocatoria, fuese uno de los clubs a los que Florentino Pérez pudiese ofrecerle una invitación a la ya caída en desgracia Superliga.
Demasiado respeto. Demasiado miedo por parte del conjunto blanquiazul. Y muy poca urgencia. La ejecución sobre el césped, sobre todo en la primera mitad, fue calamitosa. Pero no fue mejor el planteamiento de un Rubén de la Barrera que no supo transmitirle a los suyos la importancia del duelo y sobrevaloró la capacidad del equipo para poner en práctica una idea que exigía más talento y mayores dimensiones de las que ofrecía el terreno de juego asturiano.
El técnico tardó 45 minutos en tomar cartas en el asunto, despreciando toda una primera parte en la que Lucho García tuvo que salvar un mano a mano mientras Álex Arias agrandaba su figura. El Dépor mejoró tras el descanso y consiguió meter al Marino en su campo, pero con un fútbol demasiado barroco que generó únicamente dos ocasiones claras: un disparo que Raí mandó a las nubes y un cabezazo de Villares que obligó al portero a una espectacular parada.
Ni una invitación al fallo
Rehén de sus propios miedos, el Deportivo se pasó la última media hora buscando la jugada perfecta. Esperando que todo estuviera en su sitio porque consideraba que era la única forma de superar a la defensa rival, un muro que veían inaccesible. La estima en la que tenía al Marino era tan alta que ni por un momento se le ocurrió que podría ser buena idea exigirlos ni lo más mínimo.
En una categoría como la de bronce, en la que cada semana se ven auténticas pifias en las áreas, el conjunto deportivista opta por no invitar a sus rivales a fallar. No le dan ni la opción de equivocarse. Dice De la Barrera que el fútbol directo a veces no te lleva a ninguna parte, pero en una segunda mitad en la que el único obligado a tener ideas era Bergantiños, quizá no habría estado de más poner a prueba la mermada zaga asturiana, que no pasó apuros ni siquiera en el descuento y los únicos balones que tocó en el área fueron para sacar de portería.