El coruñés Dani Cancela, en el pasado jugador del Fabril, se pasa por riazor.org para darnos su visión de #onosoderbi. A muchos kilómetros de Galicia, desde Hong Kong, relata la tensión que se vive en los enfrentamientos entre Deportivo y Celta. Una tradición de años.
Cuando juegas de manera profesional, no importa a que nivel, empiezas a mirar el fútbol de otra manera, con otros ojos. La pasión va desapareciendo y comienzas a admirar detalles, acciones sin importar el color de la camiseta o el resultado… Pero todo eso se hace añicos cuando hablamos del DÉPOR, cuando hablamos de un derbi.
Yo crecí yendo a Riazor en una época en que cuando el Celta estaba en Primera teníamos por lo menos seis puntos garantizados. Sonriendo con malicia cuando Djalma vacilaba a Mostovoi y sabiendo que el Turu, sin importar lo mal que estuviese, ese día iba a ofrecer su mejor versión. Me hice adulto mientras me levantaba del asiento al ver a Tristán tirarle un caño a Berizzo para hacer un gol de leyenda, o chillándole a la tele con la patada que le dio Vagner en el córner, incontenible su ira por el baño que le estábamos metiendo, o el vacile de semanas tras el hat trick de Víctor en la manita que los Reyes nos trajeron de regalo anticipado aquel enero de 2004. También chillé, de dolor esta vez, al ver la pierna de Manuel Pablo saltar por los aires con la entrada involuntaria, todos lo vimos, de Giovanella. Sus lágrimas, las de los dos, fueron las nuestras.
Porque un derbi es eso. Un partido entre los nuestros. Es pasión, es sorna, mofa, pero también y sobre todo una fiesta de nuestro fútbol. Donde los nuestros, los de casa, ofrecen su mejor versión. Desde Fran a Iago Iglesias o Lucas Pérez, y también, por supuesto, Michel Salgado, Hugo Mallo o Iago Aspas. Porque sin ellos, sin su pasión, nuestras victorias no sabrían tan bien.
Ahora, desde la distancia, la morriña de Riazor se acrecienta en estos partidos. Buscando, cuando la hora lo permite, bares en que la Premier deje un hueco para poder ver el partido con mi mujer, casi más del Dépor que yo, y con mis hijos que todavía son muy pequeños pero que ya conocen Riazor. Echando de menos vivir in situ el ambiente, siempre increíble, del estadio. De esa afición que sigue estando al mismo nivel que cuando yo iba, domingo tras domingo, a ver al Dépor ganar derbis en Riazor.