Hoy cumple 45 años una parte de nuestras vidas. ¿Quién no soñó alguna vez con ser mediapunta? ¿Quién no quiso mirar atrás y encontrarle? ¡Felicidades, Mauro!
Recuerdo muy poquitas cosas de mi época en el preescolar. Yo iba al mismo colegio en el que mi madre daba clase, y una de ellas es que algunas de sus alumnas solían buscarme en los recreos para decirme cualquier tontería sobre ella. Yo no les hacía mucho caso, creo, porque otra de las cosas de las que me acuerdo es que me pasaba esos recreos detrás de una chica que se llamaba Catalina. Una vez nos dimos un beso, y un rato después me metió en el bolsillo de la bata un rotulador que ella había robado de la mesa de la profesora. Menuda bronca me cayó. ¡Qué tía!, ¿qué será de ella ahora? Como siga siendo tan guapa, seguro que sigue engañando a los tíos como quiere. Otra de las cosas que me acuerdo es que un día mi padre llegó a casa con un regalo. Lo desenvolví y apareció una revista sobre un cartón grande, y con un disquette. «Pc Fútbol», ponía. No sabía muy bien lo que era. Pero me lo instaló en el ordenador, introduje los escudos que me mandaban buscar en las hojas de la revista para comprobar que lo había comprado, y me inició la partida. «¿Qué equipo quieres?», me dijo. «El Dépor, claro», respondí. Y abrí la alineación en el juego. Y allí estaba él. Cuando no entiendes de fútbol, escoges los futbolistas por el nombre. Y a mi me gustaba el de Mauro Silva.
De mi época en la Primaria, ya me acuerdo de bastantes cosas más. Ya conté una vez la historia del bautizo de mi hermano. Recuerdo que tenía un amigo negrito que se llamaba Manuel. Me hacía gracia, no entendía por qué se llamaba Manuel si era negrito, y no se llamaba Bebeto, Mauro, Songo’o, Seedorf o Finidi, que eran nombres de negritos que yo sabía. Me acuerdo que alguna vez se lo pregunté, que si podía haber escogido un nombre así, que molaban mucho más, que por qué se había llamado Manuel. Era un buen tío, a menudo me dejaba copiarle los deberes. Pues un buen año, al volver del verano, desapareció. Y como por aquellas no había msn, ni whatsapp ni facebook, pues no supe más de él. También me acuerdo de que a mi prima le encantaban las Spice Girls y los Back Street Boys, y que se pasaba las tardes bailando las coreografías con una amiga suya, que se llamaba Eva. A mi eso me parecía una gilipollez, y, por eso, cuando Eva me dijo que si quería ser su novio, le dije que no. Yo, por aquellas, pasaba de las chicas, y más si encima bailaban canciones de los Back Street Boys. El caso es que unos cuantos años después, resulta que Eva creció, se le dibujaron unos ojos azules y una sonrisa cautivadora, y fue ella la que me dijo que no. También me acuerdo de mi Primera Comunión. Dije que de marinero ni de coña, y me disfracé de mayor. Con camisa, corbata, chaqueta y esas cosas. Lo más bonito del banquete fueron los regalos. Sobre todo el de mi abuelo. «Ábrelo, que te va a gustar», me dijo. Quité rápido el envoltorio y era una camiseta. Una camiseta del Dépor. La primera que tuve. Vi que ponía Feiraco en la parte de delante. «Dale la vuelta», me volvió a decir. Y tenía el 6. De aquellas no había nombre en las camisetas, pero no hacía falta. El 6 del Dépor era, por supuesto, Mauro Silva.
En la ESO, me empezó a gustar el fútbol de verdad. Creo que en la Eurocopa de Holanda y Bélgica no me perdí un partido. Tenía dos amigos que tampoco se separaron del televisor aquel mes de junio, y, en las pachangas de los recreos, hacíamos continuas referencias a lo que habíamos visto el día anterior. El resto de clase nos miraba con cara rara. «Yo me pido Zahovic», «Nada, el bueno es Pavlin, a Zahovic lo elogia mucho la prensa pero no es para tanto»,»Me voy a dejar el pelo como Umit Davala», «Lo de Poborsky ayer ha sido un show». Eran nombres que no conocías y que te maravillaban a primera vista. Creo que eso fue algo parecido a lo que me pasó con mi primera novia. Cecilia se llamaba. Un día nos conocimos, en un campamento de verano. Al día siguiente, nos besamos, ella era bastante de llevar la iniciativa. El próximo día, empezamos a salir, ninguno de los dos habíamos tenido otro novio antes. Y el siguiente, me dijo que íbamos a estar juntos para siempre, aunque ella fuese de Murcia y yo de Asturias. Y a la mañana siguiente, me dejó. Dijo que no me quería, que estaba mejor antes. En fin. Aunque quizá, de lo que más me acuerdo de esa época es del Centenariazo. 6 de marzo de 2002. Recuerdo que tenía escayola, porque me había roto el brazo la semana antes jugando al baloncesto en Educación Física, pero que eso no evitó que perdiese el sentido del ridículo cuando el árbitro pitó el final y Scaloni cogió el balón y lo pateó hacia las nubes. 11 años después, abro el cajón y todavía tengo los cuatro periódicos deportivos del día siguiente. Abro el Marca, por ejemplo, y leo la crónica de Roberto Palomar. Recojo aquí unos extractos. «No se le puede comparar con Makelele por una mere cuestión de respeto al blanco. Le desnudó en cada jugada. (…) Su jerarquía fue imponente y, con él, se fue agigantando todo el equipo. (…) Solo le faltó atarse el balón al tobillo.» Lo destacaron como el mejor, y hablan de curso magistral y lección. Hablaba, evidentemente, de Mauro Silva.
A continuación, llegó bachiller y tuve que escoger entre ciencias o letras. Escogí ciencias aunque me pasé el primer medio curso dudando. Incluso un día me volví a casa decidido a cambiarme a letras. Pero cuando volví al colegio, ya había cambiado de opinión. En ese primer año de Bachiller, sucedió lo imposible en ese 7 de abril de 2004. Pandiani, Valerón, Luque y Fran. Allí estaba Mauro Silva, por supuesto. Segundo era el año de la PAU, y aunque me prometí espabilar y estudiar más que nunca, no terminé haciéndolo. Entre otras cosas porque apareció Sandra, la primera chica con la que estuve más de tres días -tampoco muchos más, es cierto-, y ahí en la nube es muy complicado ponerse estudiar. Desde ahí vi aquel partido contra el Mallorca, en la televisión de mi casa. Comencé a llorar cuando Mauro Silva salió al césped, a falta de unos pocos minutos para el final. La ovación que Riazor le brindaba en cada balón no hacía más que agudizar el llanto. Cuando se pitó el final, la habitación ya estaba medio inundada. Mi madre, que estaba poniendo un examen en el ordenador, en esa misma habitación, debía pensar, o eso me estaba diciendo, que su hijo era un profundo gilipollas. Así que o fui capaz de ver cómo les recogían en hombros y me fui para mi habitación a llorar en paz. Intenté explicárselo, pero no pude. Le tenía que haber dicho que aquello no era solo la retirada de un futbolista. Era el adiós del mejor futbolista que jamás ha vestido la camiseta de mi equipo. De aquel que, por su clase, pudo haber escogido jugar en cualquier equipo del mundo pero que decidió jugar con nosotros. Jugar por nosotros. De esa condición sine qua non. Porque si Mauro no hubiese aterrizado aquí en ese verano de 1992, nada de lo que ocurrió después había ocurrido.
Por eso me sentía desconsolado aquel mayo de 2005. No solo se estaba retirando Mauro Silva. Estaba desapareciendo parte de mi infancia, de mi juventud y de mi adolescencia. Desde preescolar a bachiller, es decir, durante lo que por aquel entonces era toda mi vida, él siempre había estado ahí. Y muy probablemente de la tuya también. Insuflando calma, cuando los nervios nos desbordaban. Escondiendo el balón cuando no sabíamos qué hacer con él. Manteniendo la posición, cuando el resto nos desbocábamos. Te dabas la vuelta, mirabas al centro del campo y allí estaba él. Mauro Silva.
Así que hoy cuando he abierto el periódico y he descubierto que cumple 45 años, me he visto completamente desbordado por la nostalgia y me han entrado ganas de escribir un texto pequeñito. Me ha quedado enorme, como siempre. Pero se puede resumir en una sola frase. ¡Felicidades, Mauro! Y gracias. Sobre todo, gracias.
Referencia: Mauro da Silva Gomes (Sao Paulo, 1968), Mauro Silva, jugó en el Deportivo entre 1992 y 2005. Cuando llegó, el Deportivo era un equipo que había evitado de forma milagrosa el descenso de categoría a través de la promoción. Él y Bebeto, en menos de un año, cambiaron de forma radical la cara del equipo y lo situaron tercero. Un año después, solo los once metros que separaban a Djukic de González evitaron que hiciese campeón al Dépor. Ese verano, ambos fueron pieza clave en el Mundial de Estados Unidos que conquistó su selección. Desde ahí, ha participado en los momentos más importante de la historia del Deportivo. Absolutamente en todos, siempre con el ‘6’ a la espalda, Mauro Silva comandaba la nave blanquiazul. Incluso, con 36 años, en las semifinales de Champions ante el Oporto. Un año más tarde, se retiró, con un dato histórico. 369 partidos de Liga disputados con la camiseta blanquiazul. Ah, y un gol. El gol de Mauro Silva.