Fernando Vázquez tardó unas horas en reenganchar al deportivismo y menos de una semana en lograr el primer triunfo en su regreso al Deportivo. El de Castrofeito, al que siempre le gusta dejar claro que no tiene ninguna «varita mágica», sí parece tocado por una. Y eso no ha cambiado con respecto a su primera etapa, ya que la puesta en escena de Los Pajaritos podría ser cualquiera de su Dépor de hace unos años. Como si nunca se hubiese ido.
El conjunto blanquiazul fue en Soria un bloque más que consciente de sus debilidades, pero no tuvo ningún reparo en protegerlas sin importar el coste. Sin complejos. A falta de más entrenamientos, eso ya separa a Vázquez de sus predecesores. La sensación había sido que tanto Anquela como Luis César nunca se atrevieron a ser ellos mismos. Renegando de su libreto el primero, quizá por considerarlo poco sofisticado para Riazor, y pecando de inmovilista el segundo, como si el escenario y el momento le viniesen enormes.
Fernando demostró que a veces el fútbol también funciona por matemáticas: si encajas muchos goles, pon más defensas. Sin ningún tipo de reparo. Línea de cinco atrás, cuatro centrocampistas y un delantero. Todos por detrás del balón. «El fútbol tiene una doble cara, ataque y defensa. Tienes que valorar cuál es tu fuerte y nuestra fuerza no es el ataque». Lo mismo que en aquella pretemporada en Monforte, cuando consciente de las limitaciones para firmar delanteros determinantes, optó por blindar la retaguardia. Como si nunca se hubiese ido.
Defensa y balón parado. Vieja escuela. Ese es el planteamiento que necesita ahora mismo un grupo de jugadores que siguen temblando cada vez que el balón le llega a sus pies. Como si abrasara. Y mientras llegan refuerzos que sí estén preparados para asumir la responsabilidad, lo único que se puede hacer es resistir.
Como con todos los entrenadores, el juez de Fernando Vázquez serán los resultados, pero al menos, y él es el primero en saberlo, con el de Castrofeito no habrá sentencias prematuras como sucedió con la mayoría de los anteriores inquilinos del banquillo de Riazor. Se le dejará trabajar, tanto desde el despacho como desde la grada, para que pueda tomar cualquier decisión, por cuestionable que pudiera considerarse. Ahora él es la estrella y tiene el poder, y no importa si lo utiliza para jugar con cinco defensas o con doble lateral. Por primera vez en años, las decisiones del entrenador no encontrarán réplica, ni siquiera en el vestuario. Y eso es lo mejor que le puede pasar al Dépor.