Nueva entrega de ‘Alta Definición’, que como no podía ser de otra forma, trata sobre el antes, el durante y el después de Gijón. «Otra vez será, gallegos».
Que fuimos a Gijón, tierra de cachopos y efigies de Preciado, letrones de Amsterdam y piernas de juguete al caer el sol. Campo inglés de banquillos soterrados en el verde, ultras convertidos y noches que se repiten sin cesar. Que fuimos a bebernos los floreros con Barral, tremiendo en las columnas del Boulevard hasta cerrar la ciudad, pero Gijón nunca arde y nosotros somos tan nuestros. Sin número en las Umbro, bufandas en la cabeza, fabes y sartenes de picadillo en el reservado; copazos de ginebra y la subida al Angliru, en la tele y a media hora, en las piernas de unos locos y la vida se nos pasa, la vida se nos va. Qué le vamos a hacer si la resaca de Gijón siempre tiene once metros. Qué le vamos a hacer si cerramos la ciudad pero ésta nunca arde. Otra vez será, gallegos.
El golpe en los morros y knock out en el reposacabezas del bus del silencio de las gargantas rotas, la 615 destruida en la memoria; una flauta de jamón como pizarra, nada nos funciona y van dos de cinco. ¡Dos de cinco y aún con estos pelos! Nos entra el frío por los pies, un escalofrío entre las costillas; dolor de cabeza de la brisa del cantábrico. Que el nuevo de Franz Ferdinand no nos pone y tus labios ya no me devoran como ayer. Y nos retorcemos en el suelo viendo como Culio se nos pierde en la Pampa, a la sombra del único árbol en cientos de kilómetros, con hierbajos entre los dedos y la mirada en el horizonte, dando toques a una pelota de papel. Mandó Vázquez a Rudy con su trote guasón, pero extravió el GPS y los dos se olvidaron de la Liga para ser cowboys sin misión, aspirantes sin fuerza, alacranes de desierto. Wilk y Bergantiños, clase de ciencias y la camisa por dentro, los hermanos Brownlee en una carrera sin salida ni meta, revoloteando sobre los canteranos para espantarles los buitres y que los dejen nacer. A Arizmendi le siguen dando el palo a golpes de puño americano y robándole las Etnies de los calcetos-bollo al salir de casa, siempre en la misma esquina, pero vuelve por el mismo camino y no desiste; carácter de Lexatin; perseverante y túzaro. La elegancia no gana batallas, se dice cada noche acurrucado sobre la almohada.
Ya lunes 2am y la madrugada entra por la ventana como quien susurra al oído sobre una cama, como quien susurra para no obtener respuesta. El Schalke-Mainz del sábado está puesto en mute en el Plus. Fernando Vázquez masculla insultos frente a su escritorio. Café con gotas y una pila de papeles; tres millones de estadísticas, números sin nombre y nombres que no le cuadran. Apura el último cigarro de la noche en busca de la solución, imaginando asociaciones entre el humo y líneas de pase por la palma de sus manos. El Football Manager abierto y nada arranca. En el Tetris siempre le tocan los palitroques y nada es curvo; en el Tetris nunca nada es curvo y qué hacer con tanta línea recta. Otra puta noche en modo repeat. Videos en la tablet, colores, circulitos y flechas sin final. La uno, la dos, la tres y la cuatro; vuelta a empezar. La chispa no sale, el desborde no aparece. La imaginación en busca y captura, la temporada por barrer.
Mientras, otros, angustiados con el Excel, las elecciones del esperpento y el convenio sin firmar, que las semanas vuelan y la vida se nos pasa, la vida se nos va. Y nosotros tan felices. Qué le vamos a hacer si la resignación se lleva mejor con caramelos, que nosotros somos tan nuestros y no dejamos de bancar. Canten putos, canten. Qué le vamos a hacer si quedan 37, y si quedan 37 no queda más que crecer. Que hasta Losada quiere comprar la ’23’ de Montenegro, Delibašić a la espalda, si Andrija llega y clava uno. Y bueno, ¡qué cojones!, no acaba en ‘vic’ pero casi. Y todo ‘vic’ es una maravilla o casi. Mira en Gijón. El serbio, de penalti de mierda, y lleva cinco en cinco. Otra vez será, gallegos. Y vuelta a empezar.