Y, de repente, la tempestad en forma de ciclogénesis explosiva. Casi sin previo aviso, Riazor se convirtió en el centro de una poderosa borrasca que se llevó por delante al que pilló a su paso. En este caso, un Gimnàstic de Tarragona para el que Alberto Varo no fue suficiente salvavidas. El Deportivo 1-0 Nàstic fue la consecuencia final de un fenómeno iniciado por el evidente paso adelante en cuanto a agresividad por parte del equipo local, que terminó de levantar a Riazor hasta crear una simbiosis para descargar la tormenta perfecta.
El primer y necesario triunfo del Dépor en casa fue merecido. En un partido de menos a más, en el que el equipo de Imanol Idiakez evolucionó de la pasividad y el agarrotamiento a la activación y el movimiento. Todo gracias a algún ajuste táctico, al bajón del rival y al paso adelante de unos jugadores que se quitaron las cadenas para fluir individualmente y como colectivo hasta lograr el Deportivo 1-0 Nàstic que, luego, fueron también capaces de amarrar sin problemas.
Encorsetado
El Nàstic de Tarragona fue mejor durante la primera media hora. Simple y llanamente. Sin ser una mala puesta en escena del Deportivo, el conjunto grana estuvo mucho más cómodo sobre el terreno de juego de Riazor. Idiakez apostó por repetir ese 4-4-2 en el que la línea media está exclusivamente conformada por centrocampistas. Pero lejos de que esto ayudase a que el Dépor controlase el choque a partir del balón, le restó bastantes opciones para progresar.
Ya casi desde el principio, hubo matices diferentes en cuanto a la fase ofensiva con respecto a lo (poco) visto ante la Ponferradina y frente al Sabadell. El Dépor se estructuró en un rombo en el que José Ángel era el vértice inferior para jugar de cara, Villares y Salva Sevilla los exteriores y Hugo Rama el superior. La intención del equipo deportivista era atraer al Nàstic con esa disposición, unida a la posición de los centrales más abierta para, así, encontrar el espacio por fuera y progresar, ayudado de unos laterales que partían con algo más de altura.
¿Lo logró? Pues sí lo hizo en alguna ocasión cuando inició el juego desde atrás. Pero superar esa primera y agresiva presión del rival no fue sinónimo de generar. Cuando el Dépor progresó hacia la zona de construcción sacando el balón jugado, le faltó conexión. Fue un equipo encorsetado, que no terminaba de enlazar con Hugo Rama ni encontraba a un Lucas Pérez que no aparecía al apoyo, pero tampoco a la ruptura.
Cuando la jugada avanzaba, los tres cuartos de campo eran la frontera. Bien por la falta de ideas y movilidad, bien porque la pelota llegaba ahí en condiciones complicadas, con Ochoa recibiendo de espaldas y encimado. Sin veneno para acelerar la jugada tras superar esa primera presión, el Dépor no encontraba soluciones para seguir tejiendo el ataque y estaba incómodo.
Esa incomodidad llegaba por demérito propio, pero también por mérito del rival. Porque el Nàstic incomodó la salida del Deportivo y, a la vez, logró no descomponerse si le superaban esa primera presión. Pero, sobre todo, fue capaz de robarle la bola y supo qué hacer con ella. Como era de esperar, el equipo de Dani Vidal mezcló salida en corto y juego en largo hacia el omnipresente Pablo Fernández.
En esa salida en corto, el Dépor trató de ir a presionar alto, en 4-4-2 (en línea, con Villares y Rama ejerciendo de extremos), con intención de ensuciar esos primeros pases y robar. Pero lo único que consiguió fue abrirse y ofrecer algún espacio. Nada grave, pues es el peaje que paga el equipo de Idiakez a cambio de incomodar al rival. Pero eso permitió al equipo tarraconense estirarse, casi siempre con las caídas de su punta espaldas de los laterales para correr.
Cuando no era así, el propio Pablo Fernández se encargaba de acudir al apoyo para recibir el balón directo y dejar de cara a un compañero. Una fórmula efectiva para salir de la presión y, sin incomodar a Mackay, tener la sensación de controlar más el partido que el Dépor.
Liberad (y encontrad) a Hugo
El Deportivo empezó peor y tras el paso por los vestuarios arrolló al rival. Pero no fue un cambio de 0 a 100. Hubo un paso intermedio en el que la tendencia del choque empezó a girar progresivamente hacia el lado blanquiazul. Y esa modificación fue multifactorial, pues la realidad no es tan simple. Pero uno de esos factores -o quizá la consecuencia de todos ellos- fue la capacidad del equipo local de encontrar cada vez más suelto a Hugo Rama entre líneas.
El de Oroso partió desde la izquierda para aparecer por dentro casi desde el principio. Pero no fue hasta, aproximadamente, la media hora de juego cuando el Dépor empezó a encontrarle con asiduidad. ¿Por qué sucedió eso? Por un lado, porque el Nàstic dejó de ser tan compacto. Mantener en el tiempo esa presión tan elevada y cohesionada es casi imposible. El equipo visitante quiso seguir yendo muy arriba, pero ya no lo hacía del mismo modo. El plan de Idiakez para encontrar el espacio a la espalda de su centro del campo empezaba a funcionar.
Con José Ángel ya claramente entre centrales, tanto Pablo Martínez como Pablo Vázquez podían recibir más abiertos y libres, conducir para atraer y soltar. El Nàstic picaba en el cebo del balón y descuidaba la espalda de su segunda línea, donde Hugo Rama no era de nadie y donde Lucas Pérez empezaba a aparecer al apoyo. El equipo deportivista podía batir líneas y atacar, por fin, de cara.
Era el momento, entonces, de llevar el balón fuera. Con la izquierda prácticamente inutilizada, el Deportivo se juntó en la derecha. Por ahí rondaban Lucas y Villares y aparecía una y otra vez Paris Adot. Pero también se sumó ese Hugo Rama con libertad para generar superioridades. Y una consecuencia fue la ocasión de Rama, con el equipo blanquiazul junto en torno al balón en ese perfil diestro y un desmarque del ’17’ que Lucas supo detectar para enhebrar el balón y generar una situación de gol.
Sin terminar de encontrar la finura y todavía sin alcanzar ese alto grado de agresividad móvil para generar un alto volumen de ocasiones, el Dépor le había ido dando la vuelta al partido. Y lo confirmó en una segunda mitad excelsa hasta que logró el Deportivo 1-0 Nàstic.
Desatado
El cambio de tendencia necesitaba un paso más. Era preciso ser más incisivo. No solo valía con modificar el guion y controlar más el choque: había que encontrar la profundidad. Y la profundidad apareció, de nuevo, en ese carril derecho. El Nàstic quería seguir yendo arriba, pero ya no era capaz de hacerlo de manera coral. Con Salva Sevilla y José Ángel dominando en la zona media más Villares, Hugo Rama y Lucas por dentro, el Deportivo encontraba siempre hombres libres en ese carril central. Metía el balón dentro para, después, sacarlo fuera. La mejor fórmula para acrecentar la ventaja exterior.
En ese pasillo más externo siempre amenazaba Paris. El lateral pamplonés firmó un partido soberbio a partir de sus conducciones, pero también con su capacidad para detectar tanto la trayectoria de desmarque como el momento justo para hacerlo. El Deportivo encontró la agresividad para dañar al rival por ahí, pero gracias a que al lateral le acompañaron Lucas y Villares. Mientras, Rama y José Ángel estaban muy cerca, al apoyo, para girar de nuevo hacia dentro y asustar con el golpeo o el cambio de orientación.
No le hizo falta ese cambio de orientación al Dépor porque el equipo detectó la forma de ser profundo una y otra vez a partir de esa superioridad generada en la derecha. Triángulos, rupturas y encontrar la línea de fondo para poner el balón al área.
No era preciso romper pegado a la línea de cal porque el equipo logró atacar una y otra vez el espacio en el carril intermedio entre el central y el lateral que es tan difícil de defender. Sacar la pelota fuera y volver a meterla dentro, en profundidad. De hecho, de esta manera llegó el córner que acabó en gol.
Así, el Deportivo logró someter al Nàstic. Fue un toque de corneta basado en el ritmo de circulación y la profundidad, pero también apoyado en la coherencia y el orden, al contrario que en otros partidos.
Le empezó a meter el miedo con alguna contra y lo hundió con esa fase ofensiva tan poderosa que le hizo no solo instalarse en campo rival, sino golpear una y otra vez. Las llegadas encendieron a Riazor, factor fundamental para amedrentar todavía más a un rival que ya solo se dedicaba a sacarse el balón de encima y que ni siquiera con la entrada de Santamaría para reforzar ese juego directo logró salir de la cueva. La ciclogénesis explosiva ya era imparable. Fue la tormenta perfecta de un equipo desatado que culminó el idilio con el balón parado para alcanzar el Deportivo 1-0 Nàstic.