Ni tanto, ni tan poco. El Deportivo 1-1 Cornellà fue un quiero y no puedo por parte del equipo local. Un casi, pero no. Porque el cuadro deportivista hizo algunas cosas bien, claro. Pero en otras, pecó por defecto o por exceso. Por defecto de ritmo y de acierto en la construcción en una primera mitad en la que, aún así, fue capaz de hacer lo más difícil: abrir el marcador. Por defecto de tranquilidad para tener más el balón con 1-0. Y por exceso de prisas y de desorden a partir del 1-1, cuando el cronómetro corría en contra y las urgencias apretaron.
Fue una dulce introducción al caos. Porque como que no quiere la cosa, el Deportivo fue metiéndose en un pozo del que no fue capaz de salir, pues solo intentó a base de desgobierno.
Dulce
La primera parte del Deportivo ante el Cornellà se puede resumir muy fácil: deficiente en amenaza, soberbia en la destrucción. Imanol Idiakez apostó por un once que estructuró con pelota en el 4-3-3 más canónico que hemos visto del Dépor este curso. Porque los laterales no cogían demasiada altura en la zona de iniciación y porque los centrocampistas no solo no se incrustaban en esa primera línea para construir, sino que mantenían relativamente su posición de partida.
Es decir, Hugo Rama fue más interior izquierdo y menos mediapunta que nunca en el Deportivo. El de Oroso jugó más fijo, con menos libertad. Y ese ‘enclaustramiento’ le vino bien en una primera mitad en la que fue el futbolista capaz de aportar más luz a un ataque local espeso ante un Cornellà bien posicionado, que priorizó no descomponer un 5-3-2 que no concedía espacios por dentro y era eficiente para tapar por fuera a un Dépor al que le faltaban marchas.
Porque ante un rival que partió de posicionarse en un bloque medio poco presionante, con sus puntas repartiéndose la marca sobre José Ángel, el Deportivo apenas encontró caminos para hacer daño. De hecho, prácticamente su única vía para construir acciones de verdadera amenaza fue encontrar a sus interiores a la espalda de los centrocampistas rivales. Algo que logró, sobre todo, en el sector izquierdo. Y no solo por la mayor habilidad a la hora de posicionarse para recibir por parte de Rama en comparación con Villares. Sino también porque el rival se comportó de manera diferente a la hora de defender un carril u otro.
Por concretar, en el pasillo zurdo del Deportivo, la posición algo más abierta de Cayarga fijaba al carrilero de un modo diferente al que hacía Davo. Eso hacía que cuando el balón estaba en pies de Balenziaga, hacia el que el rival orientaba la presión (siempre mejor conceder salida por fuera que por dentro), quien ‘saltase’ a por él fuese el interior derecho (por momentos Caballero, en otros Canario). ¿Qué provocaba eso? Que Hugo Rama pudiese recibir a su espalda y, en determinados momentos, sin la posición del pivote Arranz, muy pendiente de las ayudas.
Así, fueron esas recepciones interiores de Hugo Rama las que permitieron al Dépor superar, de verdad, líneas. Y atacar con algo más de tiempo y espacio la -todavía- poblada defensa foránea. Precisamente esa alta densidad, unido al enorme desacierto con balón de sus tres atacantes, condujo a que el equipo prácticamente fuese incapaz de inquietar a Rubén Miño en el primer acto, más allá de alguna buena internada de Paris Adot.
De hecho, fue el lateral fue uno de los pocos jugadores capaces de encontrar la profundidad, castigando que su carrilero dudaba si acudir a encimarle más o no alejarse del central para proteger la zona interior. Ni siquiera con envíos largos desde los centrales, aprovechando lo pocos presionados que estaban y el hecho de que el Cornellà concedía espacios a la espalda, logró el Deportivo amenazar del todo. Porque hace falta precisión para ejecutar un envío de 50 metros a la zona exacta para que el compañero lo reciba justo en el momento en el que aparece y en la trayectoria idónea. Y precisión y Dépor no estuvieron unidas el pasado sábado.
Así, aunque el equipo superaba barreras de vez en cuando sobre todo a partir de estas dinámicas, casi siempre seguía encontrándose con una muralla final difícil de rebasar. Sobre todo, cuando falta el desequilibrio individual de jugadores claves y los que los sustituyen o están incómodos en su rol, o no tienen el día. Faltaba cuchillo.
Esta espesura ofensiva no tuvo nada que ver con el altísimo nivel defensivo del conjunto deportivista en el primer tiempo. El Deportivo pasó la escoba para minimizar cualquier intentó de transición ofensiva de un rival que basa precisamente en eso su gran recurso. Y lo hizo porque su activación tras pérdida fue maravillosa.
Estuviese mejor o peor dispuesto para presionar, cada vez que el equipo perdía el balón, los cercanos acosaban al poseedor y tapaban las líneas de pase más próximas. La agresividad fue mayúscula, a costa de asumir riesgos. Pero es que el mayor riesgo era permitir que el Cornellà pudiese enviar el balón a una zona menos densa para, entonces, estar en disposición de poner a correr a sus delanteros.
El Deportivo sabía que si era contemplativo, iba a sufrir mucho. Y lo interiorizó hasta el extremo. No concedió una sola situación de contragolpe claro. Y el único chut del primer tiempo por parte del rival llegó en una transición en la que el Dépor estaba bien protegido, pero Clau Mendes, escorado en banda, se llevó el balón entre tres con una gran dosis de fortuna y otra de potencia.
Curiosamente, esta gran capacidad para recuperar muy rápido la pelota le permitió controlar el choque durante el primer tiempo. Pero, a la vez, le dificultó encontrarse espacios para poder contragolpear. ¿Por qué? Porque no le daba tiempo al Cornellà si quiera a desplegarse. Y así, cuando volvía a disponer del balón, el rival seguía muy protegido. Se dio la paradoja de que volver a robar de inmediato le permitía dominar, pero a la vez, le ‘impedía’ generar con más facilidad.
«¿Cómo quieres que escriba una canción? Si a tu lado no hay reivindicación. La canción de que el tiempo no pasara, donde nunca pasa nada».
Introducción
Aún pese a todo, el Deportivo fue capaz de abrir el marcador a balón parado. El equipo coruñés se marchaba al descanso con el partido donde quería. Tan solo debía saber administrar su renta. Protegiéndose y contragolpeando o haciendo correr al Cornellà detrás del balón sin prisa, hasta que el hueco apareciese. Pero no fue capaz de hacer ni una cosa ni la otra. Justo cuando el choque estaba más controlado, apareció el vértigo. A ganar. A perder el necesario botín.
Ese vértigo se vio representado en las dos ocasiones que dispuso el rival antes de anotar el Deportivo 1-1 Cornellà. Pero incluso ese tipo de oportunidades pueden ser una consecuencia lógica de que un equipo experto en eso logre meter balones al área. Lo verdaderamente preocupante para el equipo deportivista fue cómo llegó su enemigo hasta las inmediaciones de Parreño. Y lo hizo porque el Dépor perdió metros a base de sus inseguridades.
El conjunto deportivista, que había tenido paciencia -quizá excesiva- para construir, empezó a trasladar los errores que había encadenado en el último tercio al resto de zonas del campo. El balón le empezó a quemar. Las salidas de balón ya no eran limpias, sino que buscaban a sus atacantes más en largo. Unos atacantes con evidentes dificultades para ganar ese tipo de duelos en el cuerpeo. Mientras, el centro del campo no ponía pausa y acumulaba pérdidas.
Nada cambió demasiado a nivel táctico, más allá del pequeño paso adelante que dio el Cornellà en cuanto a la presión. Un pasito que fue suficiente para hacer temblar al Dépor, al que le faltó capacidad de gestión e intervención desde el banco. Porque el balón empezó a quemar y los ofrecimientos al compañero como receptor a desaparecer. Y claro, si tú pierdes el balón con más asiduidad y en zonas más comprometidas, te vas metiendo atrás. Pura lógica, ya que no tienes al bloque propio asentado más arriba y, por ende, el rival no está tan aculado.
De esta manera tan ‘básica’, el equipo perdió el control del partido y del marcador. El Deportivo 1-1 Cornellà fue una consecuencia y el desencadenante para el descontrol final. Porque el cuadro de Riazor quiso dejar correr el cronómetro y que sucediese lo menos posible. Y acabó pagando esa ausencia de valentía.
«¿Cómo quieres que escriba una canción? Si a tu lado he perdido la ambición. La canción de que el tiempo no pasara, donde nunca pasa nada».
Al caos
El Deportivo se vio entonces en la necesidad de volver a empezar desde el principio. Con menos tiempo. Y entró en colapso. La entrada de Ochoa fue tan positiva como negativo el impacto de juntar por detrás a muchos más centrocampistas. Porque sí, el canterano fue capaz de darle esa necesaria actividad al ataque de su equipo. Una actividad que provocó que los centrales se empezasen a preocupar no solo de lo que tenían por delante, sino también de su espalda.
Con sus desmarques de ruptura desde dentro hacia fuera, el riojano fue la vía más constante de profundidad para un Deportivo que seguía en 4-3-3, aunque con Valcarce ya partiendo desde una banda, Hugo Rama desde la otra y Salva Sevilla de interior izquierdo. Dos futbolistas por fuera más cercanos a ser mediapuntas -aunque Valcarce puede actuar pegado a la cal– y que, por lo tanto, no ayudaron a darle amplitud a un equipo que, cada vez más histérico, empezó a desordenarse y a generar su propio embudo por dentro, con Sevilla y Rama pisándose casi de manera constante.
De hecho, fue lógico que nuevamente las únicas acciones de peligro sucediesen por el sector derecho, bien con las caídas del propio Ochoa, bien con las apariciones de Paris. Aún así, no era suficiente. E Idiakez quiso agitar más el avispero con un cambio que salió mal. Retiró a Villares, el único elemento diferente del centro del campo por su capacidad de llegada y su habilidad para controlar los contragolpes rivales e introdujo a Diego Gómez.
Pero lo hizo para retirar de la banda a un exhausto Hugo Rama y devolverlo al carril central, teóricamente a una posición de interior derecho que acabó pisando poco ante el batiburrillo en el que se transformó el equipo. Mientras, el canterano era quien debía ocupar el puesto de extremo izquierdo. En teoría, para ganar con él el perfil de un zurdo a pie natural. Aunque precisamente Gómez se encuentra muchísimo más cómodo en el otro sector del campo.
Así, con un desorden generalizado a nivel posicional, con todo el equipo mirando hacia arriba, absolutamente desgobernado y mucho cansancio, pudo llegar el gol de Balenziaga. Pero también el 1-2 en alguna de las peligrosas contras que el Dépor concedía en cada pérdida por sus desatenciones en las vigilancias. Solo importaba marcar. A pesar del caos, el marcador se quedó en un Deportivo 1-1 Cornellà que reflejó las dificultades del cuadro local, que se dejó ir como quien no quiere la cosa, dulcemente, hacia el caos.
«Ya no queda nada de ayer, porque el viento se lo llevó. No, no hay esa canción».