Varios de nuestros redactores, así como Javier Irureta, Rafa Carpacho -jefe de prensa del Deportivo- y Pepe Torrente -exjugador del Fabril, actualmente en COPE- recuerdan cómo fue aquella cita mágica. Una velada para no olvidar jamás.
Javier Irureta, extécnico del R.C.Deportivo:
Tras el partido de ida en Milan y el resultado adverso, la remontada era difícil. En todo momento me dio la impresión que el resultado de la ida no había sido normal, en función de los méritos de uno y otro equipo. A lo largo de la semana, se trasladaba a la ciudad, a la gente y en la propia plantilla el deseo de poder eliminarles. Era complicado, pero la estrategia era hacer un gol como mínimo en la primera parte y no recibir ninguno. Eso iba a apretar el juego del Milan.
Lo conseguimos pronto, hicimos tres goles en la primera parte. En la segunda llegaría el gol de Fran. Sin duda, fue uno de los días más maravillosos que he tenido en mi profesión y en mi vida. Sobre todo por la afición, plantilla, vestuario. Ver la alegría de todos con la ‘pequeña hazaña’ que logró aquel día el Dépor.
Rafa Carpacho, jefe de prensa del R.C.Deportivo:
Lo que tengo grabado en la memoria son dos imágenes:
Cuando pita el árbitro el final del primer tiempo, los once jugadores del Dépor salen a la carrera hacia el vestuario, y dejaron al Milán plantado en el campo, en estado de shock, puesto que el marcador era ya de 3-0.
Segundo, al quedar eliminado el Real Madrid el día antes con el Mónaco, el Deportivo se convirtió en el único representante del fútbol español en la máxima competición de clubes. Al día siguiente, Jueves Santo, MEDIOS DE COMUNICACIÓN DE TODA EUROPA querían hablar con los jugadores del Deportivo.
Víctor Losada, director de Riazor.org:
El partido de ida me tocó vivirlo en Madrid. Estaba en un curso de formación al que me había enviado una empresa de la que prefiero no acordarme. Recuerdo perfectamente la frase con el pitido final «fue bonito mientras duró» y lo que me molestó aquel deje en un bar perdido de la capital. Para el partido de vuelta ya estaba en A Coruña. Como siempre, el ritual era ir andando desde As Lagoas hasta Riazor con mi padre. Hablando un poco de lo divino y de lo humano, y también de fútbol. Ambos coincidíamos en lo mismo, disfrutar. Era el Milan, era un Riazor lleno, la Champions… la remontada parecía una quimera, pero ese día no caminábamos con prisa. Había algo extraño en el ambiente, no se podría decir que era optimismo, pero sin duda olía a las noches mágicas a las que nos había acostumbrado aquel equipo. Recuerdo entrar a Riazor, camino a mi sitio en Preferencia Superior y girarme para mirar cómo estaba calentando el equipo. Observar cómo se iban poblando las gradas y cerrar los ojos para deleitarme con una afición que ya llevaba muchos minutos animando. El resto de la historia, ya se la saben.
Daniel Méndez, coordinador de Redacción:
Lo recuerdo como si fuese ayer. Y han pasado diez años. Aquella Semana Santa de 2004 me encontraba en Santa Cruz de Tenerife en el último viaje que hizo mi familia gracias a mi abuelo. Éramos unos cuantos viendo el partido en la habitación de ese hotel y ninguno creía en la remontada. «Por lo menos que ganen», decíamos.
Allí estaban mis dos hermanos mayores, la pequeñaja y unos amigos que también se encontraban en territorio canario, todos ataviados con los colores blanquiazules. Fueron cayendo los goles y la ilusión creció. Cada tanto era una fiesta y los gritos se sucedían desde el balcón de aquella habitación. Pronto nos dimos cuenta de que no estábamos solos y unos italianos nos recriminaron el chicharro de Fran desde una terraza próxima a nuestro balcón. Pero ya daba igual. Habíamos remontado, lo habíamos conseguido. La noche tinerfeña acabó siendo corta. No vimos a nadie con la camiseta del Milan y fueron muchos los que nos vieron a nosotros con la zamarra del Dépor. Habíamos hecho historia. También en Tenerife.
Jorge García, coordinador de Redacción:
Aunque no había clase, sé que madrugué y que el día se me hizo eterno, pero con 13 años que tenía apenas recuerdo qué hice hasta la hora del partido. Mis lagunas se acaban muy cerca de Riazor, donde empieza la explanada. Con el chándal del Dépor por encima y la camiseta de Valerón del 2002 por debajo, caminaba con mi primo Héctor, dos años mayor que yo y habitual compañero en Pabellón Inferior desde el año 1999. Por alguna razón, llegamos muy justos al partido y nos tuvimos que sentar en la última y más alta fila de Inferior, aunque poco importó cuando ‘El Rifle’ hizo el primero. Estábamos arriba, pero en el centro, y aunque fue en la otra portería, vimos perfectamente cómo la pelota entraba ajustada al palo izquierdo de Dida. Y luego Valerón. Y luego Luque. Con el 3-0, salimos corriendo como locos por el descansillo que hay entre piso y piso del estadio, cada uno por su lado. Recuerdo que sufrimos muchísimo en el segundo tiempo, pero mereció la pena para ver de primera mano el gol de Fran. Y una vez más, nuestro asiento nos permitió apreciar la rosca de Rui Costa y el vuelo de Molina cerca del final para impedir el 4-1. «Si nos marcan ahora, en la prórroga perdemos porque corrimos mucho», recuerdo que dijo Héctor. Pero el árbitro pitó y pasamos. Sé que luego fuimos a casa de mis tíos, donde estaban mi madre y la suya. Pero no lo recuerdo por la fiesta, sino por ver el postpartido del Plus y porque mi primo maldijo de todas las formas posibles a un Julio Maldonado ‘Maldini’ que en octavos nos había dado pocas opciones ante la Juve y que también nos había dado por eliminados tras el 4-1 de la ida contra el Milan. ¡Ja!
Alfonso Núñez, director Son de Riazor:
En el 2004 vivía en Madrid pero seguía siendo socio y abonado del Dépor. Saqué a través de mi padre las entradas para el partido de vuelta antes de que se jugara la ida. Aquel 4-1 fue una decepción. Lo ví en Las Rozas, en casa de mi amigo Juan Zamora. Él notó la decepción que supuso aquella derrota y el hecho de tener ya las entradas para un partido que no servía para nada. Pero llegó el día. Convencí a alguno de mis amigos que no tenía muchas ganas de ir al campo. A medida que se acercaba la hora, sentíamos una sensación diferente a lo normal. Hacíamos cuentas. «En realidad no es tan difícil, necesitamos un gol cada media hora». Y llegó la hora mágica. Fueron noventa minutos irrepetibles, únicos e históricos. Pandiani, Valerón y Luque obraron un milagro que rubricó Fran. El móvil no dejaba de recibir mensajes, toda España era blanquiazul, e incluso mi amigo Juan Zamora, marbellí aficionado del Barça, me llamó emocionado. «Lo habéis conseguido pisha».
Fernando Fernández, fotógrafo:
Pude haber estado ese día en Riazor, y en lugar de eso decidí adelantar mis vacaciones y me marché a Cartagena para vivir su incomparable Semana Santa. Todos los dioses me avisaron: tuve una pequeña avería en el coche al inicio del viaje; me pusieron una multa por exceso de velocidad; y me perdí en Madrid. Debería haber regresado, todas las señales me lo indicaban, pero yo empecinado no lo supe ver. El resultado fue que vi el partido por televisión, y que cuando a los cinco minutos Pandiani abrió el marcador me maldije, a los treinta y cinco con el segundo perdí el control, y nueve minutos más tarde, gracias Luque, me fui a coger el coche para volver a Coruña y ver la segunda parte, hasta que me dí cuenta de que no iba a llegar. El resto de partido ya estuve más relajado, convencido, ahora sí, de que se pasaba, asumí que soy un cafre y disfruté como nunca. Y es que nunca, nunca, nunca olvidaré aquel viaje a Cartagena, ¡qué error, qué inmenso error!.
Iván Aguiar, redactor:
Es curioso, pero por aquel entonces no tenía un especial interés por el fútbol. Es una etapa por las que pasamos todos tarde o temprano. A mí me tocó muy pronto. Recuerdo perfectamente cómo mis padres me arrastraron a ver aquel Dépor – Milán que pasó a la historia. Pero salimos tarde de casa y claro, todos los bares de A Coruña estaban tan llenos que no cogía un alfiler. Al final tuvimos que conformarnos con un ir al peor sitio posible de todo Monte Alto, aunque por lo menos ponían el partido por un televisor de otros tiempos. Ni vasos pedimos de la fama que tenía ese lugar. Los sacrificios que hubo que hacer para ver al Deportivo. Mereció la pena verlo porque sirvió en cierto modo para reconciliarme con el balompié. Fue toda una experiencia entrar en aquel cuchitril, que no tardó mucho tiempo más en cerrar. Pero fue a partir de ese día mágico en el que empecé a seguir con asiduidad al equipo de mis amores. Sobre el choque poco se puede decir que no se sepa ya. Los milagros son milagros porque ocurren alguna vez, y la gente pudo ver un sueño cumplido. Esa vez le tocó a aquel Dépor. Fue un día inolvidable.
Pablo Antelo, redactor:
Horas antes del partido, me acuerdo de haber estado analizando con mis amigos la alineación que iba a sacar ese día Irureta, e iluso de mí, recuerdo cómo critiqué que no sacase más artillería y optase por situar el habitual esquema con los que venían siendo los titulares por aquel entonces. Con el primer gol del ‘Rifle’, y las cámaras de televisión enfocando la celebración eufórica de la grada, tenía claro que ese día algo especial podía ocurrir en Riazor. Y así fue. Como anécdota, me viene a la cabeza que al día siguiente un amigo me comentó que su abuelo tras anotar Fran el cuarto gol gritó emocionado: «¡Isto soñeino eu, soñei que Fran nos ía dar o pase!». Por aquel entonces vivía en Muros, y en plena Semana Santa, al día siguiente del partido, engalanado con mi camiseta blanquiazul, muchos eran los turistas que me soltaban algún que otro comentario: «Ahí ahí, vosotros sí que tenéis huevos, no como los del Madrid -que habían sido eliminados por el Mónaco-«. Fue uno de los mayores días de satisfacción como deportivista.
Mario Dios, redactor:
El 7 de abril de 2004 yo tenía solo nueve añitos, pero el Deportivo para mí era ya algo más que mi equipo de fútbol. Yo soy de la capital, allí donde todo el mundo es del Real Madrid, del FC Barcelona y en algunos casos del Atlético de Madrid. Sin embargo, recuerdo como aquel día todos querían que remontásemos, no obstante, el único que creía realmente que eso podía suceder era yo. Miento, yo y mi padre. Él me contagió mi pasión por el Dépor y él era el que llevaba toda la semana recordándome que íbamos a ganar e íbamos a conseguir lo que parecía imposible. He de reconocer que al principio no me lo terminaba de creer, pero cuando desde el sofá de mi casa vi como Pandiani marcaba el primero, comencé a darme cuenta de que igual mi padre no estaba tan loco. Luego llegó el gol de Valerón y más tarde, el que yo más esperaba, el de mi jugador preferido por aquel entonces: Luque. Recuerdo que tenía, incluso, un archivador forrado con fotos del Deportivo con la del catalán bien grande. Era mi preferida, lógicamente. Acabó la primera parte y mi padre no hacía más que gritar: “¡pita el final!, ¡pita el final!”. Con el gol de Fran nos terminamos los dos de relajar y en ese momento yo ya era consciente de que lo que acababa de vivir ese día no lo iba a olvidar nunca.
Martín Castiñeira, redactor:
Estaba convencido de que íbamos a remontar. Como en cada partido desde me hice socio en la 99-00 cuando tenía 6 años, fui al estadio con mi padre y durante el largo trayecto a pie desde Monte Alto hasta Riazor solo hablábamos de que lo íbamos a conseguir. Sentado en la misma localidad que aún hoy ocupo, grité unos goles que recuerdo bien, pero cuando hay televisión de por medio nunca sabes si lo recuerdas porque los has visto repetido miles de veces. Lo que no se me olvidará nunca es el descanso. Sí, el descanso. El Dépor ya ganaba 3-0, en los marcadores pusieron «I will survive» y la fiesta que se montó fue total y duró ya hasta que Urs Meier pitó el final. Ninguna otra vez, y por suerte he vivido en el estadio días como el Centenariazo, el título de Liga ante el Espanyol o el último ascenso, he sentido estar rodeado de tanta felicidad en el descanso de un partido.
Manuel Laya, fotógrafo y hombre dato:
La verdad es que después del partido de ida no daba un duro por el equipo de Irureta. Esa semana fui a A Coruña por descanso y a base de ver una y otra vez aquel anuncio de TVE en el que con una queimada se invocaban a los espíritus a participar de una remontada me fui creyendo que aquello era posible. Y en los instantes antes del partido estaba convencido de que si marcábamos temprano había alguna esperanza. La sensación de antes del encuentro no era que ellos traían un 4-1 sino que con ganar bastaba. El ambiente en la ciudad de 10, en el campo de 10, en cuanto a ilusión y esperanza… 200%. Y creo que hasta el árbitro del encuentro se emocionó con el partido, una pequeña ciudad tumbando al campeón de Europa. Y por lo visto, se nota que el conxuro funcionó. Creo que salvo los títulos conseguidos nunca llegué a sentir tanta felicidad por dentro durante tanto tiempo. A mi vuelta a Salamanca era un orgullo ver a la gente de otra ciudad, al verme con la camiseta del Dépor, guiñándome el ojo y dándome la enhorabuena por la gesta que el Dépor acababa de conseguir.
Antonio Bellot, redactor:
«¿Para qué vas?» Esa era la frase que más me repitieron aquel 7 de abril de 2004. Unos días antes me habían hecho la foto para la orla del colegio. Además de traje y corbata, me puse un pin del Dépor -algo totalmente prohibido- y el fotógrafo, al verlo, me preguntó que si eso iba a servir para levantar el 4-1 de Milán. Yo, obviamente, contesté rotundamente que sí y eso sirvió para hacer una excepción que no me esperaba por nada del mundo. El día del partido acudí al estadio sin mucha confianza, pero sin perder la esperanza. 3-0 al descanso y 4-0 al final. Ni en el mejor de los sueños. Al acabar el partido Coruña era una fiesta, una celebración que marcó el inicio del sueño de levantar ‘la orejona’ y que se apagaría en la eliminatoria ante el Oporto de Mourinho. Algo que siempre quedará grabado en la retina del deportivismo. Semanas después recogí las fotos de la orla y al ver el pin en mi solapa recordé mi conversación con el fotógrafo. «Habelas hailas», pensé. A día de hoy sigo conservándolo como amuleto.
Borja Vilas, redactor:
Estaba de visita en casa de mis padres, en el País Vasco. Era el primer partido de aquella edición de la Copa de Europa que nos perdíamos mi novia y yo. Ella se había ido a trabajar durante toda la semana santa a una marisquería de O Grove, y lo estaba pasando mal debido a las pésimas condiciones laborales que ofrecía el explotador de turno. Era por eso que nuestra telepatía funcionaba a toda máquina. Sufríamos a distancia y al hablar del partido ella creía más que yo, me daba ánimos, se reía, quería que, aun eliminados, saliésemos del envite con la cabeza alta. Obviamente no vio el partido. Yo sí, en soledad, porque ni mi padre ni mi madre son deportivistas. Recuerdo que no sentí alegría alguna con el paso de los minutos y los goles, estaba desquiciado, supongo que no podía soportar el hecho de estar lejos de Coruña, lejos también de una mujer con la que he compartido la historia reciente del equipo. Me pasé la noche esperando poder hablar con ella, medio llorando, bebiendo vino. Al día siguiente, el periódico me temblaba en las manos mientras miraba de reojo a mi padre y lo odiaba sin sentido por no poder compartir con él aquella experiencia extrasensorial.
Pepe Torrente. Jugador del Fabril en 2004 y actualmente en Cadena COPE.
Era Semana Santa. Tres amigos y yo queríamos aprovechar esos días para marcharnos de vacaciones a Salamanca. La cuestión era si salir antes o después del partido. El resultado de la ida hizo que tomásemos la decisión de irnos el mismo 7 después de comer. Ganábamos unas horas preciosas para disfrutar de una ciudad de la que nos habían hablado de maravilla. “¿Para qué esperar si la eliminatoria estaba resuelta?”, dijo alguien. ¡Qué error tan grave! En el viaje en coche pusimos la radio. Se inicia el partido y marca Pandiani en el minuto 5. Empezaron los nervios y los reproches. Siempre en tono de broma, nadie quería hacerse el responsable de la decisión de no estar en Riazor. Lo cierto es que lo teníamos merecido por perder la fe en un equipo que ya había demostrado su grandeza. Con el 2-0 empezamos a presionar al conductor para que pisase el acelerador. “Hay que ver la segunda parte. Apura, macho”. Llegamos y nos dio tiempo a ver el cuarto de Fran y a sufrir con los últimos ataques de los italianos. Segundos que parecían semanas.
Aquella noche fue larga, muy larga. La gente, en cuanto se daban cuenta de donde veníamos, nos felicitaba por el éxito como si los goles los hubiésemos firmado nosotros. Los salmantinos reconocían que vibraron con el encuentro como si se tratase de su propio equipo. Toda España era del Dépor. Ese fue el gran éxito de la época dorada del club. Todos, en algún momento, fueron aficionados blanquiazules. Y ese día más que nunca. El Milan campeón de Europa, el Milan de los Pirlo, Maldini, Kaká o Shevchenko se marchó humillado de A Coruña. Pasarán los años y seguiré buscando al responsable de la ‘brillante’ idea de adelantar nuestro viaje a Salamanca pero, lo que tengo claro, es que nunca podré olvidar ese día. ¡Cómo me voy a olvidar!