Hay una cosa peor que hacer algo mal. Y es resultar intrascendente. Aunque en ocasiones el hecho de pasar inadvertido es positivo, no existe escenario alguno para un futbolista -salvo que sea portero- en el que no aparecer sea sinónimo de algo bueno. Más todavía si eres un jugador ofensivo, en un conjunto teóricamente dominador y, a priori, con un rol llamado a convertirte en uno de los líderes del equipo. Más todavía si eres Pablo Valcarce en el Deportivo de La Coruña.
El futbolista berciano llegó en los últimos días del cierre del mercado de verano a Riazor después de un largo período estival en el que, por muchas cuestiones -algunas de ellas personales-, estuvo deshojando la margarita hasta el final. Valcarce aterrizó en A Coruña sin hacer una pretemporada en condiciones. Era un peaje importante, pero quizá menor teniendo en cuenta la trayectoria de un futbolista que acumulaba 10 temporadas consecutivas jugando en Segunda División, muchas de ellas a gran nivel.
El último curso de Pablo no había sido bueno en Burgos. Un pecado perdonable sobre teniendo en cuenta que la temporada anterior, la 21/22, el jugador leonés había sobresalido en un equipo recién ascendido que se salvó de manera holgada e incluso llegó a coquetear con la posibilidad de jugar playoff de ascenso a Primera. 10 tantos convirtió un Pablo Valcarce que fue capaz de actuar a lo largo y ancho de todo el frente de ataque y de resolver la papeleta en un equipo con poca producción ofensiva, que basaba su fortaleza en el trabajo sin balón.
De este modo, el Deportivo fichaba un futbolista con capacidad demostrada para ser desequilibrante en Segunda y al que se le presuponía todavía una mayor incidencia a la hora de batirse el cobre en un peldaño inferior. Y el inicio fue prometedor. En su debut en Salamanca, Valcarce regaló un punto al Deportivo en una acción en la que mostró una de sus mejores virtudes: la puntualidad para aparecer en el área en el momento y el lugar adecuado y engatillar a gol con precisión. Entró en el tramo final como extremo derecho, pero se movió con esa libertad tan suya que hace que la fase ofensiva de su equipo sea mejor, mucho mejor.
Pablo Valcarce empezaba con buen pie a pesar de estar todavía muy lejos de su pico de forma. Pero lo que parecía un gran arranque se quedó en una expectativa que, ahora, casi tres meses después, ya se ha transformado en frustración.
Por el momento, apenas se ha visto un atisbo de ese futbolista de segunda línea capaz de incidir en la construcción y en la finalización, que asombró al fútbol de plata hace dos temporadas y se labró una reputada trayectoria en la antesala de la máxima élite. Y ni siquiera porque no le estén saliendo las cosas en el Deportivo, sino por algo mucho peor: porque parece que ni lo intenta. Más por lenguaje gestual que por unos esfuerzos que, si uno se fija en él, sí repite tanto en defensa como en ataque. Pero sin luz. Sin premio.
Vale más hacerlo mal que ser intrascendente. Sino, que le pregunten a un Davo que también arrancó muy torcido y a base de insistir parece haber empezado a darle la vuelta a la tortilla. O a un Berto Cayarga tímido en ocasiones y poco acertado en otras, pero con un aura de rebelión mucho más potente que el de Pablo Valcarce, un futbolista que más allá de errar, parece ir un paso más allá y, por momentos, ser invisible.
«Necesito dar un paso al frente», reconoció esta misma mañana el de Ponferrada. Una autocrítica pública que debe tener su consecuencia en el verde. Cuanto más inmediata mejor, si la dolencia de rodilla por la que se tuvo que retirar del último entrenamiento se lo permite.
Para empezar, Pablo Valcarce debe terminar por definirse en el Deportivo. Ni él ha encontrado su sitio en el equipo, ni el equipo ha terminado de hacerle un sitio. Deambulando entre una mediapunta que en realidad es terreno para Lucas o una posición de extremo derecho que no es tal, Valcarce está lejos de ser ese jugador dinámico, capaz de recibir pegado a banda para encarar -a pesar de no ser su fuerte- y sacar el centro pero también de ofrecer soluciones soltándose con libertad para aparecer por dentro.
Este curso no interviene demasiado. Y cuando lo hace, es casi en situaciones incómodas en las que se exige una lectura y chispa que ha estado lejos de mostrar. Su habilidad para proteger el balón y girar con esos controles orientados o asociarse al primer toque por su buena interpretación del juego es algo que todavía no se ha visto ni de lejos en el Dépor. Tanto que cualquiera diría que esas recepciones interiores son uno de sus grandes déficits. En vez de darle continuidad al juego, se la corta.
Pablo Valcarce y unos datos lejos de ser positivos
Pero toda esta sensación de futbolista apagado, incómodo e incapaz de generar ventajas es mucho más que una sensación. Porque los datos así lo demuestran. Sí, Pablo Valcarce recibe más balones que en sus dos últimas temporadas en el Burgos. Pero es algo lógico teniendo en cuenta el cambio de ecosistema. Ha pasado de ser cabeza de ratón en un Burgos reactivo a, teóricamente, cabeza de león en un Dépor que propone. Sin embargo, por el camino, ha perdido toda su fiereza, como apunta su promedio de 13,7 pérdidas por encuentro. Demasiado lastre para el colectivo y para que él mismo pueda remontar.
Tampoco le ayuda su incapacidad para ser importante en el último tercio, donde acumula 2 goles por su acierto puntual más que por su volumen. Porque incluso el pasado curso, en el que su acumulado de minutos descendió mucho y sus participaciones resultaron más esporádicas y enfocadas a un puesto en el carril central fue capaz de, al menos, sumar una cuota mayor de protagonismo en el remate. Por no hablar de la temporada 21/22, cuando rompió a golear (10 dianas) a base de puntualidad, pero también de precisión.
Esos bajos números rematadores los complementa con un bagaje escaso en cuanto a pases de remate para sus compañeros. Ya no es que no haya repartido asistencias, que dependen también del acierto de otro a la hora de embocar a gol: es que apenas ofrece pases que permitan finalizar a un compañero (xA o expected assists). Sin presencia en un balón parado propiedad de otros, su aportación ofensiva se queda prácticamente en cero, de no ser por la pegada inicial de sus primeros encuentros. Una intrascendencia total que preocupa de verdad. Porque es mejor ser blanco de las iras por equivocarse que parecer transparente y arrastrarse en la intrascendencia.