Una debacle desarrollada en 7 minutos tétricos tras el descanso, pero que se empezó a gestar mucho antes y ante la que no hubo ningún tipo de respuesta después. El Real Unión 3-0 Deportivo fue un nuevo tocar para fondo para el equipo blanquiazul, tan atado por las limitaciones propias como desconcertado por sus miedos cuando el rival fue capaz de asustar mínimamente.
Un control mentiroso
No empezó mal el Deportivo en los 20 primeros minutos en el Stadium Gal. Pero tampoco se puede decir que su comienzo llegase a ser bueno. Porque el conjunto deportivista tuvo una sensación de controlar el partido que fue más mentirosa que real. Casi más provocada por el plan de su rival que por iniciativa propia y sin ser capaz de encontrar vías para, de verdad, amenazar la meta de Irazusta.
Imanol Idiakez volvió a apostar por un once prácticamente idéntico al que venció al Nàstic, con la única novedad del recuperado Balenziaga por Retu en el lateral izquierdo. Y fue precisamente por los laterales por donde el equipo deportivista debió no solo progresar, sino prácticamente también profundizar. Porque era el camino que el Real Unión le dejaba. A propósito. Sabedor de que para que el Deportivo encontrase la ventaja, la circulación debía ser muy rápida. Y aún llegando a ser así de veloz, ni Paris ni, sobre todo, Balenziaga son futbolistas capaces de desequilibrar de manera constante en el uno para uno.
De este modo, el Dépor se estructuró con pelota con José Ángel muy cerca de los Pablos -incluso incrustado entre ellos cuando alguno progresaba en conducción-, Salva Sevilla como único mediocentro por delante, apareciendo para dar apoyo pero sobre todo para atraer la presión del rival, y Villares y Hugo Rama situados más arriba, por dentro. Siempre alto el de Oroso, algo más fluctuante en sus alturas el de Vilalba. Mientras, tanto Paris como Balenziaga partían menos hundidos que de costumbre, con algo más de vuelo para recibir esos primeros pases y permitir darle la salida al equipo.
Pero, ¿qué sucedía entonces? Que el Real Unión, que se cerraba en el carril central, tenía tiempo para bascular y llegaba para frenar al equipo deportivista por fuera. Así, con los laterales aislados, no había ningún tipo de posibilidad de progresar de verdad con peligro, salvo en las pocas ocasiones en las que el conjunto coruñés lograba encontrar en profundidad los desmarques de ruptura entre lateral y central de sus delanteros.
Así, todo se volvía previsible por fuera. Los laterales tenían que retroceder o buscar dentro unos apoyos que eran poco dañinos. Sin extremos incisivos, era un equipo atado. Porque el tampoco Deportivo no tenía demasiada movilidad, ni masticaba mucho la jugada juntándose en un lado para ser agresivo o encontrar el espacio rápidamente en el otro lado. Ni siquiera a pesar de juntar a muchos centrocampistas capaces de asociarse al pie.
Era una posesión estéril y con la que no lograba someter un mínimo y hacer correr demasiado al Real Unión… excepto en las poquísimas ocasiones que encontró a Hugo Rama entre líneas. Fueron oportunidades muy contadas, en las que el de Oroso se posicionó de manera perfecta para ser encontrado con un pase vertical. Pero situaciones en las que luego faltó colmillo para acelerar la jugada y ser vertical hacia portería.
De este modo, con una posesión tan banal, incluso había cierto riesgo de sufrir contraataques. No lo hizo el Deportivo en un primer cuarto de hora en el que cuando perdió el balón estaba bien colocado, logró ser agresivo tras pérdida e impidió correr al Real Unión. Pero en cuanto llegó un primer desajuste, el equipo entró en un desconcierto inexplicable desde la pizarra.
Lo que era agresividad para ganar duelos se convirtió en temor. Las dudas empezaron a aflorar de atrás hacia delante. E incluso la estéril posesión que hubiese venido bien al menos para calmar el partido desapareció. Desde esa primera transición del Unión favorecida por una presión tardía de Balenziaga hasta el gol de Alberto Solís todo fue un cruce de cables de un Dépor desconcertado, que no logró salir de su campo y que encajó el primero sin que el rival necesitase demasiado.
Inofensivo
El 1-0 fue un duro golpe para el Deportivo. Pero lo cierto es que el escenario de partido no cambió demasiado. La pelota siguió siendo del equipo visitante, pero el nivel de indecisiones a la hora de circular creció. Porque el Real Unión no se echó atrás. Siguió mezclando presiones más altas cuando el Dépor iniciaba desde muy atrás con un bloque medio-bajo, más junto y cerrado por dentro cuando el equipo herculino no tenía que jugar desde tan abajo.
Así, el cuadro deportivista fue incapaz de hacer ni tan siquiera cosquillas durante el resto de la primera mitad. La nada más absoluta. Y eso a pesar de las evidentes debilidades del equipo irundarra sin pelota. Por un lado, cuando iba a presionar arriba, el conjunto vasco lo hacía de un modo tan agresivo que su 4-4-2 se transformaba en un 4-1-3-2 en el que aparecían huecos a los costados del mediocentro Rivero que el Dépor no supo aprovechar. Faltaba atrevimiento para jugar por dentro. Seguridad para aparecer al apoyo y jugar de cara para un tercer hombre. Claridad para detectar las grietas del bloque local.
Por otro lado, cuando la escuadra dirigida por Fran Justo se juntaba en campo propio, tampoco es que achicase enormemente los espacios. El Real Unión es un equipo que tiende a hundirse y que, pese a ello, no acosa demasiado al poseedor del balón. Había posibilidades para juntarlos por dentro y encontrar el espacio fuera de verdad. Y si tu amenaza exterior no es suficiente de manera individual, asociarte por fuera, donde la densidad es menor. Simple y llanamente como el equipo hizo en la segunda parte ante el Nàstic. Acumular piezas para triangular y buscar el hueco o provocar una basculación con la que generar el espacio en otro lado.
Dio igual. No había ritmo ni fluidez. Todo era romo. Precipitación. Confundir velocidad de juego con prisas. Y cuando sí se acertaba, fallaba la ejecución. Un pase bien pensado que no es preciso. Un envío largo aprovechando el espacio a la espalda que se controla mal en carrera. Un quiero y no puedo.
Una desconexión inexplicable
El descanso no le venía mal al Deportivo para respirar, limpiar la mente, refrescar ideas y buscar otra forma de atacar. Pero el intermedio sentó todavía peor al Dépor. Ante un Real Unión de Irún que no rebajó un ápice su presión (más bien al contrario), el cuadro herculino se derrumbó. Los de Fran Justo olieron la sangre, pero fue el conjunto coruñés el que se hizo a sí mismo el corte.
Un inicio de juego en el que no había ningún tipo de prisa acabó con José Ángel, incrustado entre centrales, filtrando un balón frontal bombeado para buscar a Hugo Rama de espaldas en el centro del campo: presa fácil. De nuevo, confundir el ritmo con la prisa. Querer ser vertical con precipitarse.
Luego la pelota acabó en la banda y el despropósito se agravó, con tres futbolistas deportivistas en la zona sin ser capaces de cortar. Especialmente grave fue lo de Balenziaga, que volvió a salir de su zona para intervenir, pero careció de contundencia y regaló una autopista que Eimil aprovechó y Paris, pese a estar poco exigido, se encargó de facturar hacia arcas propias con un despeje también inexplicable.
Ese 2-0 hizo entrar definitivamente en barrena al Deportivo, que colapsó de nuevo en otro tramo de minutos terrorífico, de equipo absolutamente desequilibrado. Como si no quedase tiempo para meterse en el partido. Como si no estuviésemos en la jornada 11. Como si lo que estuviese sucediendo fuese el fin del mundo. No encuentras las herramientas y tratando de arreglar el problema, todavía lo empeoras más.
Solo desde ese estado catatónico se puede explicar cómo un contragolpe lejano, en banda, bien vigilado y conducido por un futbolista no excesivamente rápido se puede convertir en un dos contra uno y el portero. Pablo Martínez, en vez de temporizar esperando una ayuda que ya llegaba, se fue al suelo en el centro del campo para parar una carrera que no iba a ningún lado. José Ángel, cuando ya había ganado el sprint volvió a querer cortar la pelota en un todo o nada que se quedó en tablas hasta que el propio deportivista, en estado de pánico por ver el balón suelto, se lo regaló al extremo vasco para que este le diese el gol a Solís.
Real Unión 3-0 Deportivo. Ver para creer. Y pudieron ser más, ante el total desconcierto de un equipo que se olvidó de las vigilancias y se echó hacia delante con más corazón que cabeza. Al igual que contra el Celta Fortuna. No pareció un colectivo que se dejase ir porque sí, sino que no tenía ni idea de cómo poder hincarle el diente al rival. Que perdió la confianza antes que las ganas.
Porque ni siquiera con extremos en el campo y un Ximo a pierna cambiada que puso buenos centros encontró solución alguna. Entonces, lo que faltaba era rematadores. Siempre déficits condicionados por las lesiones y los pésimos momentos de forma de algunos futbolistas que si no levantaron la mano frente al Covadonga, menos probable parecía que lo fuesen a hacer con un 3-0 en el Gal.
Sobreexigencia tras un mal inicio, lesiones y malos rendimientos. Un cóctel terriblemente perfecto al que el equipo no se pudo reponer, a pesar de que la racha de 7 puntos de 9 posibles parecía haber dejado atrás esa mezcla explosiva. El Real Unión, sin necesidad de rayar a un nivel sobresaliente, logró volver a colocar al Deportivo frente al espejo y obligarle a que observase bien su reflejo. Ese que no miente y que le enseña todos los males que arrastra.