Durante meses, el Deportivo vivió en un cuerpo extraño. Se presentaba con una identidad ajena a la que él mismo sentía como propia, con la que nació en esta campaña 23/24. Condicionado por las ausencias, por el contexto, por los traumas… el conjunto coruñés aparentaba ser alguien que no era. No se expresaba con naturalidad. Carecía de libertad. Se retraía como único método para ir sobreviviendo a tiempos oscuros.
Hasta que todo cambió. Varias victorias agónicas cimentadas en la unión y la fe, además de la imprescindible recuperación de piezas estructurales y la irrupción de otras, le permitieron empezar a expresarse, de nuevo, sin complejos. Hablar con libertad. Fluir. Reconocer, sin miedo a nada ni a nadie, lo que es. Ser quien quiere ser y, encima, reconocerse aceptado y querido por su gente.
El Dépor de los tres centrales y medio, del doble pivote, del Lucas como núcleo, del Yeremay interior, del Mella alfil derecho y del ‘9’ puro. El Dépor que no solo aspira a ser algo, sino que ya lo es. Ese equipo que se encontró a sí mismo ante la Ponferradina para marcar un punto de inflexión que hasta ahora no ha hecho más que ir hacia arriba y que tocó techo en el SD Logroñés 0-5 Deportivo. El Dépor que Idiakez quiso construir, tuvo que parchear de mala manera y ahora ha logrado cimentar. El Dépor de la asociación, la agresividad y el vértigo.
La asociación
El Deportivo de La Coruña abusó del penúltimo clasificado de la competición. Le puso la zanahoria en la cara y cuando su rival hizo ademán de cogerla, le molió a palos. ¿Demérito del enemigo? El nivel de este Grupo 1 es el más bajo en estos tres años de Primera Federación, pero ganar 0-5 jamás es sencillo. Las facilidades concedidas siguen siendo las mismas que antaño ofrecieron otros equipos. Pero ahora, el Dépor huele la sangre.
Imanol Idiakez repitió la fórmula que, con matices, tan bien le viene funcionando desde el duelo ante la Ponferradina, en el que el colectivo pasó de poder ponerse a 13 puntos del liderato a verlo a 7 y empezar a creerse, de manera definitiva, que la remontada era posible. El cuadro deportivista quiso mandar con la pelota y, para ello, se estructuró cada vez que iniciaba con Ximo, Vázquez y Martínez como trío estable y Balenziaga ejerciendo de ‘balancín‘: a veces más alto y otras, algo más bajo en función de la ubicación de Yeremay.

Con esos tres futbolistas iniciando, más la aportación de Germán por detrás y la presencia de José Ángel por delante, el Deportivo se generaba el suficiente tiempo, espacio y superioridades numéricas como para cortocircuitar la presión de una SD Logroñés que quiso ir arriba, pero lo hizo sin éxito. Sin su referencia Escobar, Larrazabal planteó un 4-3-1-2 tanto en defensa como en ataque en el que el austríaco Schmerböck ejercía de mediapunta y encargado de cubrir a Jurado, con Conejero y Óscar Fernández como extremos y hombres más adelantados para buscar la espalda de la zaga y ejercer de primera línea de presión.
Sin embargo, el Dépor fue capaz de cortocircuitar esos primeros acosos encontrando al hombre libre por fuera. Villares, Lucas y Yeremay ejercían de apoyos de espaldas no solo para progresar, sino para acelerar. Porque una vez el Deportivo daba el pase hacia delante, el ritmo aumentaba. Constantes movilidades y paredes para salir de presión, asentarse en campo rival y girar el juego al otro lado, aprovechando la estrecha estructura de la SDL.

Especialmente inspirado en este sentido estuvo Yeremay Hernández. El canario logró detectar una y otra vez el espacio a la espalda de Ferni (interior derecho) y lejos Miceli (pivote) y Cova (lateral derecho) para recibir y darle oxígeno a los suyos. Ejercer de escalón intermedio. Conectar iniciación y finalización. Construir. Elevar el ritmo. Peke castigó en líneas intermedias. Un castigo más silencioso que el de Lucas, Mella o Barbero. Pero, al fin y al cabo, un castigo que fue matando lentamente al rival.
Así, el Dépor fue capaz de crecer desde la asociación. Encontrando líneas de pase hacia delante que antes no existían gracias a elevar la altura de Villares sin pedirle que fuese el ‘9’ y, a la vez, juntar a Lucas y a Yeremay, con Balenziaga y Mella como soluciones en amplitud y Barbero en largo.

Si la jugada se podía acelerar, se aceleraba. ¿Que no? Turno para el Deportivo en el que la libertad se abre camino. Juntarse en torno a la pelota, con una ocupación tan desordenada -a priori- como racional, movilidad y ritmo de circulación para encontrar de nuevo la ventaja y acelerar. Fue habitual ver a Yeremay y a Lucas agruparse en el mismo lado en el que aparecían también los dos mediocentros y el futbolista más exterior. Superioridades para progresar, bien sea encontrando la ventaja ahí o detectándola en el otro lado.
La agresividad
Precisamente esa nueva tendencia a juntarse en torno al balón cuando la jugada pide pausa para volver a acelerar le permitió al Deportivo mostrar otra de sus cualidades más evidentes: la agresividad. Una agresividad que no solo se entiende desde el vértigo con balón para atacar, sino desde el trabajo sin pelota.
Para empezar, el hecho de juntarse en torno al balón como método para modular el ritmo de juego le permite viajar junto. Y, en caso de pérdida, disponer de muchos futbolistas cerca de la pelota para ser agresivos y robar. Negarle salida al contrario. Seguir dificultándole respirar.
Ese buen press tras pérdida se vio en muchos momentos del primer acto en los que la SDL lograba recuperar pero, casi de manera inmediata, se quedaba sin capacidad para progresar. Estaba de nuevo en un callejón. Y la acababa perdiendo porque el poseedor no tenía tiempo, ni compañeros.

A mayores, de esta activación en los primeros segundos de la transición defensiva, el Deportivo se ha lanzado definitivamente al vacío en su fase defensiva, sabedor de que tiene en su capacidad para ganar duelos individuales un gran paracaídas. Ante rivales que no juegan radicalmente directo, el conjunto herculino va a morder muy arriba. Lo que fue un cara o cruz frente a equipos como el Celta Fortuna, resultó coherente en Las Gaunas. La capacidad del bloque blanquiazul para repetir esfuerzos y atosigar al rival es alta. Le genera estrés. Y el estrés provoca fallos.

Ante la SD Logroñés, el Dépor fue muy alto a presionar en 4-4-2. Lucas y Barbero acosando a centrales y portero, un extremo pendiente del lateral del lado de balón y el otro del interior opuesto y el doble pivote ‘saltando’ al pivote y al interior de esa zona. Ese ir hacia delante provocaba no solo espacios a espaldas de la defensa, sino dejar al mediapunta Schmerböck completamente solo, ya que los extremos locales lograban fijar a los cuatro defensas deportivistas.
Era un riesgo controlado. Porque para aprovechar esas concesiones ante el atosigamiento del Deportivo hay que ser muy preciso. No lo fue la Sociedad Deportiva Logroñés. Y ese exponerse para hacer daño detectando la grieta pero no lograrlo, fue su perdición.

Así se gestó el 0-1, en un pase del austríaco hacia el liberado Paredes que fue errático y que permitió poner en órbita a Mella. Y así se cocinó el 0-3, con Villares presto para ‘saltar’ a morder al pivote ante un pase interior que parecía sencillo. Poner el anzuelo hasta que pique. Y luego, no perdonar.
El vértigo
Esa agresividad sin pelota se traslada también a la tenencia de balón. Algo que equivale a vértigo. El Deportivo ya no es un bloque estático. Pesado. Diésel. Un equipo es lo que son sus jugadores y las interrelaciones entre ellos. Y con Villares, Yeremay o Mella interviniendo mucho y activando al Lucas más polifuncional, parece imposible ser ‘trotón’.
El conjunto dirigido por Imanol Idiakez es asociativo. Pero busca esa asociación como mecanismo para poder acelerar. No quiere tener paciencia porque en su ser está el correr. Y así lo hizo en Logroño. Combinar para juntar al rival y girar el juego al otro lado. Una estrategia que no funciona de manera directa cuando el balón recae sobre los pies del carrilero Balenziaga, pero que es tremendamente mortífera si el que recibe es Mella.
Los ‘aclarados’ al santiagués son idénticos a los que el Deportivo de inicio de temporada buscaba con el extremo Yeremay. Con el canario más por dentro, enfocado a preocupar al rival donde más le duele desvestirse, ese tiempo y espacio se le genera a Mella, conductor en la acción del penalti por empujón no pitado a Villares y también en el 0-1, ejecutor en el 0-2.
Mella es el vértigo que permite al Dépor gestionar muchos ataques posicionales como si fuesen transiciones: a la carrera. Pero al nuevo ‘3’ deportivista se le suma otro atajo: Barbero. Igual que con sus caídas a banda Davo ejerció de solución para estirar al equipo en momentos en los que la asociación no es una salida, la presencia de un ariete como el almeriense multiplica las soluciones.

Su aportación en el campo recuerda por qué el equipo sufrió tanto sin un delantero nato durante casi toda la primera vuelta. Porque más allá de su capacidad de amenaza en el área como demostró en el 0-1, está todo lo que hace fuera de ella. Apoyos de espalda como alejado para dejar de cara o duelos aéreos para jugar directo como en el 0-2. Barbero, a su manera, también es vértigo para el Deportivo.
Como lo es un Lucas selectivo en sus rupturas, pero con un don fabuloso para seleccionarlas y ser dañino. Apareciendo en vez de estando. Así nació el 0-4 de un equipo que, por aquel entonces, ya se dedicaba a atacar el espacio ante la caída de brazos de su rival, que sufría para proteger su amplia espalda y no era capaz de presionar al poseedor para impedir ese envío directo.

Ese vértigo cierra el círculo de la asociación y la agresividad. Una identidad cristalizada en el SD Logroñés 0-5 Deportivo, cuando por fin pudo ser expresada en todo su esplendor, sin condicionantes. Porque nadie debería vivir sin ser quien realmente quiere ser.