¿Cómo puede un colectivo sin pegada transformarse, en tan solo unas semanas, en un conjunto al que se le caen los goles? Esa es la pregunta que se hace todo el deportivismo, ilusionado por un cambio radical con el que su equipo ha pasado de vagar por la zona media de la tabla a tener a tiro de piedra el liderato. 8 victorias en los últimos 9 encuentros tienen la culpa. Pero, concretamente, son las 6 últimas -logradas de manera consecutiva- las que, de verdad, pueden ofrecer una medida de la mutación del Dépor.
Porque durante la primera vuelta, el conjunto blanquiazul se convirtió en una escuadra indefinida. Las bajas de Yeremay y Barbero, condicionantes de la personalidad ofensiva del equipo, lastraron en demasía a un equipo que buscaba su forma de ser mientras subsistía a duras penas. Era aquel un equipo amparado en el balón parado y cierta dosis de solidez defensiva. Dos recursos suficientes para navegar mientras esperaba que aquello que parecía ser en las dos primeras jornadas se recompusiese.
Las lesiones, el desacierto anotador y alguna decisión arbitral controvertida impidieron al Deportivo sumar en sus primeros pasos tanto puntos como tranquilidad. Y el desasosiego llegó en forma de necesidad. En los momentos complejos el Dépor no se pudo agarrar a ninguna base sólida y surgieron los experimentos. Primero, con Lucas de ariete. Luego, con los cuatro centrocampistas (Villares-José Ángel-Sevilla-Hugo Rama). Y, por último, con Villares ejerciendo como futbolista más adelantado en muchas ocasiones para dotar de piernas y amenaza al espacio al equipo en su última línea.
Nada funcionaba. El Deportivo había sido concebido para jugar con un ariete puro, dos extremos natos y Lucas ejerciendo de eje ofensivo con libertad, con dos mediocentros por detrás. Pero las ausencias médicas de unos y competitivas de otros le impidieron acercarse a esa versión que se empezaba a intuir en los primeros partidos. Los resultados eran irregulares y se ganase, se perdiese o se empatase, el denominador común aparecía casi siempre: dificultades para generar y, sobre todo, para transformar.
¿Qué fue antes, el huevo o la gallina? Quizá no hay una respuesta correcta a eso. Porque la falta de juego afectó a la pegada y la ausencia de pegada, al juego. Ambas son dos realidades inseparables. Pero lo cierto es que el Deportivo sufría, y mucho, para materializar dianas. Así lo demostraron los datos al final de la primera vuelta. 20 goles marcados en 19 encuentros. Una cifra que el equipo maquilló en unos últimos encuentros frente a Barça Atlètic, Arenteiro o Real Sociedad en los que el acierto en área rival salvó la cabeza de Idiakez en más de una ocasión.
La falta de pegada era evidente, ya que el equipo coruñés cerró la primera vuelta con casi 4 goles menos de los que ‘debería’ haber transformado, según la métrica de sus goles esperados (xG), que mide la ‘calidad’ de sus ocasiones de gol generadas. 20 goles con 23,54 xG. O, lo que es lo mismo, 1,05 goles por partido pese a generar 1,24 xG en cada encuentro. De hecho, solo en 8 de los 19 encuentros logró marcar más goles que los esperados, cuando lo lógico debería ser lo contrario. Un acierto demasiado bajo para un equipo llamado a estar arriba, pero que veía cómo nadie había sido capaz de asumir la cuota anotadora de Barbero, mientras Lucas Pérez se tiraba hasta el 2024 (jornada 18, frente a la Real B) sin anotar.
El Dépor y su cambio ante la Ponferradina
A pesar de que Imanol Idiakez siempre aluda a la derrota de Irún como el punto de inflexión a nivel interno o de que en Barcelona u O Carballiño se hiciese ‘click’ salvando ese doble ultimátum al entrenador, no se puede negar que el gran cambio de juego del Dépor llegó en el partido ante la Ponferradina. El equipo blanquiazul venía de caer en León con un once en el que Jaime ejerció de pivote junto a Salva Sevilla y Rubén López replicó como mediapunta un rol similar al de Villares.
La prueba salió mal e Idiakez decidió regresar al ‘rock&roll’ de los cuatro delanteros. Villares de nuevo al doble pivote junto a José Ángel, Lucas como segundo punta y arriba, Davo ejerciendo como ariete móvil, encargado de dar salida al equipo con sus caídas y de amenazar la espalda rival. En definitiva, de dar tiempo y espacio al de Monelos y a los dos extremos: Mella y Yeremay. Los canteranos parecían condenados a pelear por un puesto en la izquierda. Pero frente al líder, Imanol les encontró acomodo con el arriesgado movimiento de colocar a Mella -que no las tenía todas consigo- en la derecha.
La modificación, además, venía con un segundo retoque a la postre fundamental. Con la amenaza de Mella por fuera, el Deportivo podía y debía ganar más referencias interiores. Ese elemento fue un Yeremay Hernández que empezó a jugar más como otro mediapunta al lado de Lucas que como extremo zurdo. Coincidiendo con aquel inicio de la segunda vuelta, el Dépor daba un giro de tuerca que, a la postre, ha resultado ser el adecuado después de muchos intentos. Porque la escuadra coruñesa recuperó esa esencia que enseñaba en pretemporada.
Pasó de ser un equipo diésel, que jugaba a un ritmo extremadamente lento y con escasa capacidad para asociarse a un bloque con capacidad para encontrar conexiones tanto por dentro como por fuera. Con facilidad para jugar rápido con pases más cortos como para encontrar el desequilibrio en su velocidad por fuera. Capaz de dañar a bloques más replegados como a otros que lo iban a buscar más arriba. Con posibilidades de golpear en ataque posicional, pero también una enorme facilidad para estirarse casi desde cualquier parte del campo y dañar al contragolpe. Un equipo que arrolla por ritmo defensivo, pero también defensivo.
Desde entonces, 6 triunfos en 6 partidos, con 3,50 goles marcados por encuentro. Tras quedarse en 2 frente a la Ponfe y el Celta Fortuna, 4 contra el Fuenla -con uno menos-, 5 a la SD Logroñés, 4 al Tarazona y otro repóker en Tajonar. Los resultados hablan por sí solos. El Dépor ya lleva más dianas (21) en media docena de partidos de esta segunda vuelta que en toda la primera (20). De hecho, tan solo el Celta (44) supera los 41 del Dépor a estas alturas.
Así, el Deportivo de la segunda vuelta promedia 1,91 goles esperados por partido -siempre según el modelo de Wyscout-. La cifra es mucho más alta que los 1,25 xG de la primera vuelta. Pero lo hace chutando menos que entonces. De los 12,42 remates de media antes del ecuador a los 11,50 disparos de esta mitad final. Produce menos, pero produce mejor. En gran parte, porque está más minutos por delante en el marcador y no necesita buscar con tanto ahínco la portería rival. Pero a esto ayuda, sin lugar a dudas, su necesaria pegada.
Si en la primera vuelta el Dépor había visto cómo hasta en 11 encuentros se quedaba con una cifra de goles marcados por debajo del guarismo esperado, en la segunda vuelta este fenómeno todavía no ha sucedido. En todos y cada uno de sus encuentros el equipo coruñés ha materializado por encima de su probabilidad de gol. Y eso solo tiene un nombre: acierto.
Un acierto que ha llegado en parte por el juego brillante, surgido a raíz del acierto del staff de Idiakez para generar un ecosistema en el que casi todos sus futbolistas pueden exponer al máximo sus virtudes y potencian las del resto. Pero un acierto que en la primera vuelta no existió ni en los mejores momentos.
Es decir, el Dépor de Imanol Idiakez ha logrado encontrar su identidad y a partir de esa forma de ser con la que se siente él, se impone. Genera de muchas más maneras y situaciones de gol mucho más claras -menos tiros, pero mucha más expectativa de gol-, lo que favorece que acabe acertando más. Y ese acierto redunda positivamente en su confianza para seguir haciendo las cosas así y convertirse, cada vez, en un equipo más completo.
Tanto que es así que esa confianza es, quizá, una de las claves para explicar el cambio radical de un equipo que, pese a sus dificultades, en la primera vuelta se vio penalizado por una alarmante falta de pegada que acabó contagiando al resto de factores hasta provocar una situación de ‘camina o revienta’. El Deportivo caminó. Y ahora vuela.