El Deportivo de La Coruña ya nada a contrarreloj. A pesar de que todavía restan seis meses de competición para abrazar o no el ineludible objetivo del ascenso, el primer tercio de liga únicamente ha hecho elevar la dificultad de alcanzar la meta. Porque en 13 encuentros el bagaje es de escasos 18 puntos y una décima posición desde la que el liderato queda ya a 9 unidades e incluso los puestos de playoff están casi a dos partidos (5 puntos).
Nada está perdido todavía, ni mucho menos. Pero este primer tercio únicamente ha servido para añadir lastre a una mochila blanquiazul que ya empieza de por sí cargada de responsabilidad desde el principio. No existe un único factor que explique el comienzo de un equipo enredado en malas decisiones, un cúmulo de desgracias controlables y no tanto y un aura de ansiedad por las acuciantes necesidades difícil de gestionar. Estas son algunas de las razones que explican este arranque para olvidar.
Una planificación que se cae
Tras quemar casi todo lo anterior para reconstruir desde las cenizas, el club le dio las llaves del proyecto en el ámbito deportivo a Fernando Soriano. El director de fútbol llegó con la idea de darle una vuelta de tuerca a la plantilla. Sin renovaciones más allá de los canteranos, con varias rescisiones de algunos futbolistas con contrato y sin la intención de apostar de manera inequívoca por certezas como Mario Soriano, el Deportivo reconstruyó su plantilla hacia un bloque teóricamente más experto y en el que, a la vez, hubiese cabida para los jóvenes que llamasen a la puerta desde Abegondo.
A nivel futbolístico eso fructificó en un equipo que, como diría Óscar Cano, era menos «purista» en cuanto a estilo. Perdía cierta capacidad de fútbol combinativo para, en la teoría, ganar verticalidad. Más registros y un evidente incremento del protagonismo de los extremos y, por ende, de un delantero rematador. Yeremay Hernández e Iván Barbero eran paradigmas de ello. Sin embargo, en las jornadas 3 y 4, ambos futbolistas desaparecieron del mapa hasta la fecha y obligaron a Imanol Idiakez a reconstruir ciertas bases que parecían ya asentadas tras la pretemporada.
Se cayó entonces la planificación y aparecieron las carencias. Tanto por errores propios, como el hecho de no cubrir el puesto de ‘9’ con otro futbolista capaz de rendir como único punta, como aspectos más incontrolables aunque debatibles, como el rendimiento de muchos jugadores. La llegada tardía de varios de ellos no ayudó a su acoplamiento al equipo, pero tampoco su incapacidad para dar un verdadero paso al frente, bien sea por motivos individuales, colectivos o -seguramente- una mezcla de ambos.
Todo ello unido a las lesiones ya citadas de dos futbolistas claves, pero también a las repetidas ausencias por problemas musculares o de otra índole de David Mella, Ximo Navarro, Balenziaga, Pablo Muñoz o Pablo Valcarce, que no han ayudado a otorgar de soluciones a Imanol Idiakez.
Las desgracias
A estas desgracias en forma de lesiones, algunas más controlables que otras, hay que sumar el infortunio en las decisiones arbitrales con el que el Deportivo tuvo que convivir en los primeros dos meses de competición. Errores a la hora de no castigar adversarios, decisiones punibles en contra quizá algo exageradas y fallos tanto en área propia como ajena condicionaron al equipo al principio.
De este modo, muchos partidos que se pudieron haber resuelto con marcador a favor no terminaron de cristalizar en triunfos por patinazos de apreciación. De hecho, el Idiakez apeló en muchas ocasiones a ese factor arbitral como un elemento importante para explicar el por qué del mal inicio.
Como suele ser habitual en estos casos, todo tiende a igualarse a lo largo de la temporada. Y lo que antes levantaba mucha polvareda en el entorno deportivista ya es tan solo, por suerte, un recuerdo lejano.
La falta de pegada
La evidente falta de pegada ha sido otro de los problemas que ha ido lastrando al Deportivo en este inicio liguero. Una cuestión que cuando sucede de forma aislada puede ser definida como desgracia, pero que si se produce de forma reiterada invita a pensar en que se trata, más bien, de un mal endémico.
Que el Dépor tiene más gol del que está demostrando es evidente. Porque no es normal que a estas alturas de competición Lucas Pérez todavía no haya sido capaz de anotar en liga, Davo lleve un único tanto y los centrales sean los máximos goleadores del equipo junto a Pablo Valcarce, todos ellos con escasas 2 dianas.
Pese a ello, también resulta evidente que, sin Barbero y con Davo y Valcarce a un nivel lejano a sus versiones más óptimas, el Dépor está lejos de ser un equipo con una importante capacidad anotadora. Ni los mediocampistas hacen cifras ni tampoco Yeremay, Mella o Cayarga son futbolistas con una contrastada habilidad para transformar en esta categoría. Falta cierta cuota de gol, sobre todo si tenemos en cuenta el precedente del curso posterior, en el que Alberto Quiles y Mario Soriano acompañaron de manera extraordinaria a Lucas Pérez en ese papel de materilizar.
Así, el Deportivo promedia 0,92 goles por partido, una cifra bajísima que le condena a la mediocridad de la mitad de la tabla. Esos números no se corresponden con una producción que ya ha dejado de ser sobresalientes, pero sigue siendo mucho mayor que lo que ha transformado. Porque siempre según el modelo de Wyscout, el Dépor acumula 16,24 goles esperados (xG) en virtud de la claridad de sus ocasiones, pero únicamente ha marcado 12.
Barça Atlètic, Real Unión, Celta Fortuna y Cultural Leonesa generan más que el equipo de Imanol Idiakez, que se hinchó a producir sobre todo en los primeros partidos. Y todos ellos presentan un saldo entre goles y xG mejor que el del Dépor, al que le está condicionando su desacierto en los metros finales, salvo en el productivo balón parado, que le ayuda a salvar los muebles.
Fragilidad por momentos
Al menos, el equipo coruñés ha ido combatiendo esa ausencia de capacidad ofensiva para construir o el desacierto en la finalización con solvencia defensiva. El equipo de Idiakez acumula 10 tantos en contra en 13 partidos, con 6 de ellos en los que su portería se quedó a cero. Es el cuarto equipo menos goleado del Grupo 1.
De hecho, en Riazor solo el Cornellà y el Celta han sido capaces de marcar, mientras que a domicilio el conjunto coruñés logró salir indemne de Lugo y Sabadell. Mientras, en Ponferrada, con uno menos durante casi todo el partido, solo encajó un gol. Todos estos datos solo pueden apuntar hacia una dinámica positiva, ya que la sensación general es que los rivales hacen poco daño al Deportivo de La Coruña.
Sin embargo, varios borrones machacan esta tendencia y hacen dudar de hasta dónde llega la solvencia del Dépor en momentos críticos. Tras encajar ante el Cornellà en un partido que estaba controlado y caer en el caos, el cuadro herculino sufrió un primer brote de esquizofrenia mayúscula en Fuenlabrada. El trastorno se repitió en Irún, cuando al bloque le entraron las dudas tras el primer contraataque rival en la mitad inicial y se diluyó en 7 minutos horrendos al inicio del segundo acto.
Por último, lo de Tarazona. Después de no conceder nada durante todo el encuentro, un balón al área a la desesperada acabó derivando en el empate tras un fallo colectivo gravísimo potenciado, de nuevo, por varios errores individuales incomprensibles en futbolistas de esa jerarquía y veteranía.
En la búsqueda de certezas
Todo este conglomerado deriva en una situación actual en la que el Deportivo es un libro todavía por escribir. 13 partidos después, apenas presenta certezas. La identidad colectiva que parecía estar construyéndose ha ido derivando hacia variaciones cojas, con poca perspectiva de continuidad en el tiempo por su antinaturalidad. Primero fue el unir a los cuatro centrocampistas, con Villares más caído a la derecha y Hugo Rama entre la izquierda y la mediapunta.
Luego, adelantar la posición de un Villares que comenzó en el doble pivote y ahora mismo parece ser la mejor -y única- amenaza del equipo a nivel ofensivo al espacio. Entre medias, la apuesta por Martín Ochoa, que no se ha consolidado pese a la evidente necesidad del equipo de jugar con un ‘9’ diferente a Lucas Pérez.
Poco o nada queda del Deportivo de los extremos. Porque el futbolista más desequilibrante en el uno para uno apenas empieza a dar señales de vida de nuevo ahora. Y porque su relevo inmediato en la base también ha ido encadenando bajas. Con Davo en proceso de reencuentro, sin noticias de Valcarce, Cayarga apagado y Hugo Rama pausando más que haciendo correr el juego, el Dépor es un equipo previsible que depende mucho de arranques colectivos esporádicos, la inspiración de Lucas Pérez o la profundidad de Paris desde el lateral derecho.
Mientras, en defensa los Pablos sostienen desde atrás un entramado que sí ofrece garantías en el día a día, pero que parece demasiado condicionado por unas desconexiones que invitan a arquear la ceja. Porque, además, generan unos traumas que hacen mella.
En definitiva, lo colectivo no ayuda a lo individual y lo individual no ayuda a lo colectivo. Por todo eso, el Deportivo es hoy en día un equipo que todavía indaga en sí mismo para saber cuáles son sus certezas y ha firmado un primer tercio para olvidar. Aunque todavía está a tiempo de hacer que sea, simplemente, un mal sueño.