Contemplativo, desajustado y sin amenaza. El Dépor firmó una primera parte «terrible» en el Ciutat de Valencia, en la que no solo dilapidó casi todas sus opciones de puntuar en Orriols, sino que se olvidó de la identidad que ha ido construyéndose durante el último año. El Levante 2-1 Deportivo fue un encuentro que recordó a aquel batacazo en Irún, que sirvió como punto de inflexión la temporada pasada. Porque el conjunto herculino fue, durante gran parte del choque, una sombra que deambuló por el campo sin pena, gloria ni orgullo.
El arte de contemplar
Contemplar no suele ser un buen negocio en un deporte de cooperación-oposición como el fútbol. Y esa enseñanza se la llevó el pasado jueves un Deportivo en el que Idiakez metió mano con dos modificaciones. La de Petxarroman por Ximo no supuso más que un cambio de hombre por hombre, más allá de las características propias que definen a vasco y andaluz. El otro, fue la entrada de Charlie Patiño por Bouldini. Dentro un centrocampista, fuera un delantero centro. Un simple relevo que, sin embargo, lo trastocó todo.
Porque con su apuesta, el técnico vasco pretendía introducir un centrocampista para protegerse con un futbolista más por dentro y, a la vez, disponer de una punta de lanza más hábil para atacar al espacio que Barbero o Bouldini. Pero el plan estuvo lejos, muy lejos, de salirle.
Para empezar, el centro del campo Villares-Soriano-Patiño parece sonar como una sala de máquinas más para tener el balón que para defender. No por acumular más futbolistas vas a defender mejor, igual que no por atacar con más elementos el fútbol ofensivo y las amenazas serán mayores. En muchas ocasiones, importa más el perfil y la intención que el número. Y tanto en perfil como en intención, el Deportivo se quedó muy lejos de ser un equipo capaz de protegerse de las embestidas del Levante.
Así, Imanol conformó un equipo que en defensa se estructuraba en 4-1-4-1, con Patiño descolgándose más que Soriano para presionar a Kochorashvili y los extremos Mella y Yeremay muy cerrados, priorizando tapar líneas de pase por dentro a costa de dejar los espacios fuera. Una circunstancia que terminó por ser decisiva… para mal.
El Levante empezó mandando mucho. A su mayor activación sumó una buena ocupación de los espacios, que le ayudó a tener las ideas muy claras para dotar de ritmo y amenaza su circulación. El equipo de Julián Calero no se caracteriza por una gran facilidad para generar situaciones de gol en ofensivas más estáticas. Pero ante el Dépor, logró acelerar. Correr en ataque posicional.
¿Cómo lo hizo? A partir de mover al Dépor lado-lado, hasta encontrarle los numerosos huecos que el cuadro deportivista concedía por posicionamiento y por pura contemplación. El Deportivo se quedó a medias de todo. Quería acosar al poseedor en vez de temporizar, pero llegaba siempre tarde o con dudas. Y así, los futbolistas del Levante iniciaban muy fácil desde atrás, construían todavía con más permisividad y finalizaban con verticalidad.
El Levante salía con facilidad ante la solitaria y tímida presión de Lucas contra los dos centrales. El delantero ni destaca en eso ni puede solo. Pero si alguien más ‘saltaba’, el Levante encontraba fácilmente al par que dejaba libre. El Dépor estuvo lejos de ser ese equipo que emparejó a pares ante Elche o Eldense. Y pasó del todo a la nada, sin término medio.
Así, el Levante encontraba el pase fuera y, una vez su rival basculaba, rápidamente lo volvía a meter dentro para que -sobre todo- Kocho y Lozano girasen el juego hacia el otro carril. Siempre con tiempo y espacio para ejecutar y encontrar en la banda opuesta al futbolista más alejado, generalmente los laterales Andrés García y Carlos Navarro.
Especialmente significativo fue el daño generado por Andrés, protagonista en un carril derecho local por el que el Levante cargó gracias a su lateral y al rol de su teórico extremo, Carlos Álvarez. El sevillano se dedicó a separarse de la banda y aparecer por dentro para movilizar a Obrador lejos de la cal y generarle espacios a su lateral. Con la fijación del lateral izquierdo del Dépor, el Levante tenía hecha la mitad del trabajo. La otra parte la completó un Yeremay del que no llegan los dedos de las manos para contar sus desatenciones.
Vaya por delante que el canario está lejos de ser un especialista defensivo. Y que un planteamiento que le exija estar más tiempo pendiente de mirar para atrás que hacia delante va a colocar a su equipo más cerca de perder que de ganar. También es evidente que en la pauta del ’10’ estaba proteger al equipo por dentro en vez de ubicarse fuera y partir mucho más cerca de Andrés. Pero una cosa es eso y otra la nula asunción de responsabilidades defensivas que hasta el propio Pablo Vázquez se encargó de dejar entrever tras el partido dentro de su retahíla de críticas y autocríticas.
Hernández ni persiguió al lateral, ni fue capaz de tapar líneas de pase dentro o fuera, ni defendió bien los dos para dos en banda, ni acompañó en los saltos a sus compañeros. Él, líder del equipo en estas primeras jornadas en las que ha estado brillante, personificó en el más alto grado el arte de contemplar que exhibió todo el equipo durante la primera mitad.
Como muestra, el segundo gol. En la jugada, que llegó tras una pérdida visitante, el Levante pudo no solo encontrar a Carlos Álvarez dentro, sino que el Dépor permitió girar al sevillano y encontrar al apoyo a Iván Romero. El punta apareció tan solo que descargó de cara muy fácil para Lozano y trazó un desmarque a la espalda de una zaga que estaba muy adelantada, pero no mordía.
Ni Barcia ni Obrador detectaron el evidente peligro y se quedaron hipnotizados por el balón en vez de perseguir o al menos interponerse en la línea de carrera del ariete local. Lozano, con todo el espacio en el horizonte y sin marca, colocó el balón tras el abismo. El resto es historia.
Desajustes, de nuevo, en el balón parado
Las 4 pírricas faltas que el Dépor hizo durante una primera mitad en la que fue claramente superado explican, en parte, por qué fue claramente superado. Esa excesiva contemplación, ese ir a presionar de mentira y sin hacerlo en bloque, ese no interrumpir las combinaciones del rival fueron demasiado lastre para un equipo deportivista desajustadísimo desde lo mental y lo táctico en el juego corrido, pero también en el balón parado.
Porque sí, el Levante llevó el partido a su terreno a partir de la pizarra y la activación, pero lo empezó a ganar las acciones de pelota parada. El Deportivo fue un drama defendiendo córners y volvió a resucitar viejos fantasmas que parecían ya algo más enterrados.
El 1-0 de Iván Romero surgió de una grotesca falta de competitividad en Charlie Patiño un futbolista de más de 180 centímetros y curtido en el físico fútbol británico que ni siquiera compareció en el duelo defensivo. Solo así se entiende cómo Romero, de 1,73 metros, pudo rematar de cabeza en el área pequeña con semejante facilidad.
Pero más allá del error puntual del inglés, al que Idiakez hizo bien en no señalar en público tras el partido, el Deportivo hizo aguas en el balón parado desde su dudoso plan y una pésima ejecución del mismo. Idiakez apostó por un marcaje mixto, con cinco futbolistas en zona y otros tantos al hombre. Con Yeremay y Lucas situados en la frontal del área y Mella ubicado también defendiendo su rectángulo en el primer palo, el Dépor completó su asignación con Barcia y Pablo Vázquez protegiendo la frontal del área pequeña. Más cerca del lanzamiento el coruñés, más pendiente del segundo palo el valenciano.
El problema fue que ese posicionamiento no ejerció de cortafuegos alguno para un Levante que atacaba esa frontal del área pequeña con futbolistas poderosos, que llegaban en carrera (con ventaja) y, en ocasiones, incluso sin marca. Esto era así porque por delante de los centrales, Villares era quien se tenía que encargar de dos contrarios que se compaginaban para atacar diferentes puntos de remate.
Al igual que en Córdoba, el Deportivo eligió una forma de defender con evidentes beneficios (asegurar tener poblada la frontal del área pequeña) a cambio de riesgos (ventaja del rival a la hora de atacar el balón centrado de cara y en carrera). Pesaron mucho más los riesgos. Pero lo hicieron por constantes desajustes en las marcas individuales, como en el 1-0, o los malos cálculos a la hora de defender la zona, que propiciaron otros dos remates francos de Lozano y Elgezabal. Demasiadas concesiones. El Dépor bien pudo encajar tres tantos de córner. Anticompetitivo.
Un equipo sin final: ni respirar, ni inquietar
La primera parte del Deportivo tuvo un claro componente de falta de tensión y desajustes defensivos. Pero no se podría entender sin la inoperancia ofensiva. El Dépor fue un equipo sin amenaza, un hecho que provocó que apenas inquietase al Levante pero que, además, le impidió respirar al no poder salir en muchos momentos de la cueva. ¿Qué fue antes, el huevo o la gallina? Da igual, porque ataque y defensa son ciclos del juego que no pueden explicarse de manera independiente. Uno es consecuencia del otro y viceversa.
De nuevo se comprobó cómo este Dépor de Imanol Idiakez está lejos de poder competir a buen nivel sin un delantero centro poderoso en el juego directo. La intención de Idiakez era prescindir de ese perfil más estático para ganar piernas y correr. Pero para que el Deportivo pueda atacar en transición ofensiva debe defender como acostumbra. Y entre esa primera línea de presión más tenue y un centro del campo más numeroso pero no más defensivo es difícil recuperar, el paso previo a correr. Si a eso se la incapacidad de Lucas para ganar balones enviados desde atrás… el resultado es obvio: sin recursos para expandirse desde atrás.
Esta ausencia de ariete también se hizo notoria con el equipo instalado en campo contrario. En esas situaciones, Lucas se dedicó a descender al apoyo o a caer a banda. Estos movimientos podrían haber sido útiles de haber sufrido algún tipo de compensación. Pero más allá de alguna ruptura puntual o de tímidas llegadas de segunda línea, lo cierto es que ni las apariciones del ‘7’ lejos de la línea defensiva sirvieron para ganar más juego interior, ni las caídas del de Monelos fuera para atacar la profundidad o centrar valieron de mucho. Lucas entraba en la jaula o volaba lejos de ella, pero sin socios a quien encontrar.
El Levante concedió salida al Dépor presionando a su doble pivote con un solo futbolista, pero cada vez que Soriano recibía, todas las líneas de pase hacia delante estaban cortadas. No había posibilidad de filtrar pases dentro, hacia Yeremay o Patiño, que ejercían de doble mediapunta. Petxa y Obrador aparecieron, pero sin posibilidad de impactar ante un Levante bien protegido y la falta de recursos ofensivos. Lo intentó Mella, dejó algún destello Yeremay… pero todo era deslavazado y sin capacidad de sorprender.
Así, ante un Levante posicionado, tras encontrar la ventaja, con las líneas bajas y muy juntas, la sensación de ausencia de amenaza fue mayúscula. Porque aunque el Deportivo pudiese encontrar situaciones por fuera, las referencias de Lucas, Patiño o el extremo de lado opuesto en área contraria eran absolutamente inocuas: faltaba gente con capacidad de remate.
La cosa mejoró en la segunda mitad con el regreso a una estructura que no es coherente en sí por su disposición, sino por los hombres que la componen. Más bien porque empeorar era imposible. Pero la tímida y tardía reacción final, el primer gol de Barbero, el debut como titular de Patiño, el buen nivel de un denostado Petxa tras las primeras jornadas o lo ajustado del resultado pese al mal partido son mínimas píldoras positivas que, ni mucho menos, ocultan la esperpéntica primera mitad del equipo blanquiazul en Valencia.