De ascendido desde el Fabril como solución de emergencia el último día de un mercado de invierno con el grifo cortado, a convertirse en capitán general. Ese es Diego Villares. Sin estridencias. Sin una frase más alta que otra. Siempre sumando. Con las palabras dedicación, trabajo y sacrificio tatuadas como ese bien innegociable desde el que ir transformando defectos en virtudes.
Fue atacante en el Racing Villalbés, se reconvirtió a mediocentro gregario durante su periplo en el último escalón de la cantera blanquiazul y en estos tres años completos en el primer equipo ha jugado de todo menos de portero. Incluso esta temporada, en la que Diego Villares ha adquirido una nueva dimensión.
Porque después de ser solución de emergencia en el lateral durante las últimas dos temporadas, el lucense parecía partir este curso claramente como pivote. La apuesta era decidida para fijarlo en ese eje de la sala de máquinas tanto por la creencia en sus condiciones como por el déficit de población en esa medular y el teórico superávit en otros rincones del campo. Pero ni así.
Las lesiones obligaron a Idiakez a buscar nuevas fórmulas y el preparador vasco, como sus predecesores, volvió a tirar de la manida polivalencia de Diego. Primero, como extremo para sumar trabajo, profundidad y un suelo de rendimiento óptimo en un carril diestro en el que nadie convencía. Luego, para estirar al equipo como delantero. Usar sus piernas y su capacidad para repetir esfuerzos no solo como un arma por sí misma, sino como una solución para generarle un ecosistema más favorable a un Lucas Pérez tan ‘condenado’ como incómodo jugando de ariete nato.
A todo eso se tuvo que adaptar Villares y en todas esas circunstancias sumó. Quizá por eso, gracias a su capacidad para adaptarse, ha terminado siendo principio y fin de este Deportivo. Porque una vez las lesiones dejaron en paz al Dépor y la eclosión de Mella tanto como para convertirlo (también) en un extremo capaz de desequilibrar por la derecha, Idiakez pudo volver al plan inicial. Villares regresaba a ese doble pivote con José Ángel Jurado que tan buena pinta tenía al inicio de temporada y que apenas se pudo consolidar.
Era, sin embargo, una pareja destinada a dar el cemento necesario a un equipo que vivía obsesionado con jugar de manera combinativa, pero para encontrar lo más rápidamente posible a sus hombres de ataque. Los dos mediocentros que debían equilibrar a un equipo de cuatro delanteros. Poca participación con pelota y mucho trabajo. Todo para que un Yeremay más mediapunta que nunca, un Lucas Pérez gestor del juego y un Mella acelerador apareciesen más y mejor.
El Dépor había encontrado la fórmula de despegue y, así, logró una racha que parecía milagrosa y cristalizó en siete triunfos seguidos. De verse a más de 10 puntos, a lograr el liderato. Todo con Jurado y Villares como equilibradores de un bloque a veces más brillante y a veces menos. Hasta que debió evolucionar de nuevo, tras dos empates consecutivos en los que Nàstic y Sabadell le encontraron las costuras. Y ahí, de nuevo, surgió Diego Villares.
El nuevo rol de Diego Villares
Porque el centrocampista pasó de señuelo a actor principal. Si su antigua función en el inicio del juego ofensivo del Deportivo estaba orientada a atraer la presión de los rivales, la nueva le otorga un rol destacado. Un papel en el que, además, es protagonista en esos metros iniciales para dar los primeros pases, pero también se convierte en tenor en la zona de construcción e incluso en ejecutor o agitador en posiciones de finalización. Diego Villares, principio y fin.
Así, Villares se ha convertido en el dueño y señor de ese carril derecho por el que el Dépor crece. Primero, ejerciendo de complemento ideal a Ximo Navarro, con el que se distribuyen las alturas. Ahora también de David Mella, el tercer elemento de un costado diestro a través del que el Deportivo firmó, ante Unionistas, una de sus mejores actuaciones del curso a pesar de lo escueto del marcador.
En ese encuentro sobresalió la figura del ‘8’, deliciosa en cada arrancada para recuperar hacia delante o hacia atrás, pero también esbelta a la hora de dirigir el juego desde el pase, el control y la conducción. El pasado domingo, Villares cerró su cuarto encuentro con más intervenciones registradas este curso y superó por séptima vez los 50 pases intentados (acertó 44 de 51). También fue el tercer duelo en el que recibió más envíos de sus compañeros (42) y el encuentro del curso en el que su incidencia en último tercio desde la asociación fue mayor, pues certificó 11 de sus 13 pases intentados hacia esa zona (nunca tantos).
El vilalbés estuvo, además, a punto de marcar un golazo desde fuera del área con un tiro ajustado tras recuperación alta, esa que sigue siendo su especialidad. Lo demostró un día más, pues aunque su participación en ataque fue soberbia, en defensa no se quedó atrás con 9 pelotas recuperadas en la mitad adversaria (más que nunca este curso) y 11 en total. Fue un Diego Villares inmenso. Un Diego Villares principio y final. Un Diego Villares que ha adquirido una nueva dimensión en el Dépor justo coincidiendo con la presencia del brazalete en su brazo izquierdo. Como su fuese un anticipo de todo lo que todavía está por llegar.