El Deportivo es una pared agrietada. Los mazazos de Huesca y Vallecas abrieron huecos en la superficie y cualquier golpe de nudillos que venga ahora, por flojo que sea como el recibido ante el Albacete, amenaza con derribar un proyecto con los cimientos todavía sin asentar. Sólo van cuatro jornadas, pero se percibe en el ambiente que ni al cuadro blanquiazul ni, sobre todo, a Anquela, les sobra el tiempo.
Porque el Dépor no mereció perder ante el conjunto manchego. Es más, sin brillar, hizo méritos suficientes como para llevarse el encuentro. Es el equipaje de la última campaña, de la noche de Mallorca y la de un inicio titubeante lo que hace crecer una bola de nieve cada vez más difícil de parar. No se pueden elegir cuando ocurren los accidentes.
Lo mejor es que que el equipo dio la sensación de bloque compacto, sólido. No le pesó tener el balón y trató de moverlo con paciencia, aunque sin demasiadas ideas. Aketxe, y su cañón, es por ahora el único capaz de encender el interruptor con cierta continuidad, abandonado por un centro del campo que se esconde más que ofrecerse. Sólo Bergantiños apareció en la segunda parte, ya en desventaja, para fabricarle dos goles a Santos y Jovanovic. Ninguno de ellos lo aprovechó.
Faltó talento en los últimos metros y faltó paciencia. La plantilla no es ajena a esa sensación de urgencia y la mayoría de jugadores se equivocan a la hora de ejecutar, cuando no lo hacen ya en el momento de tomar la decisión. Aunque las imprecisiones podrían verse como algo normal si tenemos en cuenta que ante el sábado debutaron cinco nuevos futbolistas. Tres de ellos en el once.
El problema es que la competición no espera por nadie y para reparar estas fisuras, y las que pueden llegar, la única fórmula son los resultados. De lo contrario, lo más probable es que en unas semanas haya que levantar un nuevo muro desde la primera piedra.